Opinión | DESCENTRALIZACIÓN

Agitación en El Escorial

Las cosas en nuestra historia van lentas, y las tradiciones frustradas se acumulan, pero su fuerza reside en que siglo tras siglo se presentan puntuales a la cita

El presidente de la Generalitat valenciana, Ximo Puig, conversa con el líder de Más País, Íñigo Errejón, en los Cursos de Verano de la Universidad Complutense de Madrid.

El presidente de la Generalitat valenciana, Ximo Puig, conversa con el líder de Más País, Íñigo Errejón, en los Cursos de Verano de la Universidad Complutense de Madrid. / EFE/Sergio Pérez

En el llamado pudridero de El Escorial se observaron durante los días 11 y 12 ligeras agitaciones de los sagrados restos que allí se conservan. A metros de la cripta de nuestros reyes, en uno de los cursos de verano de la UCM, se hablaba de un federalismo posible para España. Lo impartían aquellos que, desde un punto de vista objetivo y subjetivo, podrían considerarse herederos de los agermanats de 1519, de los comuneros de 1520, de los moriscos de 1568, o de los patriotas catalanes de 1640, de los austracistas de 1700, o de los defensores de la constitución non nata de 1873 inspirada en las ideas de Pi i Margall. Las cosas en nuestra historia van lentas, y las tradiciones frustradas se acumulan, pero su fuerza reside en que siglo tras siglo se presentan puntuales a la cita.

Los responsables del curso no podían prever que, para esos mismos días, el presidente Sánchez convocara el debate de la nación. Dejaré los interesantes acuerdos de este debate parlamentario para comentarlos en una próxima entrega. En esta, traeré a escena este curso porque, aunque tiene otro tiempo de actualidad, puso encima de la mesa muchas ideas que con seguridad inspirarán las corrientes subterráneas de la política de los próximos años o décadas.

Los que intervinieron no eran personas menores. Tras las palabras de Antonio Rivera, director del Departamento de Filosofía y Sociedad de la UCM, que organizaba el curso, habló Xavier Doménech, exdiputado de En Comú Podem y profesor de la Autónoma de Barcelona; le siguió Juan Antonio Pérez Tapias, que fue candidato a la secretaría general del PSOE y es catedrático de la Universidad de Granada. Por la tarde, hablaron Esperanza Díaz, constitucionalista de Sevilla y diputada de Por Andalucía, y José Ramón Bengoetxea, profesor de la UPV y con una dilatada experiencia en Europa y en Euskadi. Al día siguiente intervino Íñigo Errejón, que fue presentado por Laila Yousef, y el president Ximo Puig, que cerraba las conferencias en el mismo momento en que comenzaba el debate sobre la nación. Por último, esa tarde intervinieron Nuria Sánchez, de la UCM, y Jorge Lago, de la Carlos III.

No puedo hacer un informe detallado de todas las ponencias, todas ellas importantes. No podría hacer ni siquiera un resumen de la aportación de Errejón, que se percibía muy a sus anchas en el ambiente universitario, y que hizo una pormenorizada sociología política de la revolución neoliberal de los 25 años de gobierno popular en Madrid; o de la conferencia del president Puig, que expuso, "lejos del ruido y la furia", su visión de lo que significa el alma federal —lealtad, concordia, reconocimiento de la pluralidad, abandono de identidades rígidas, patriotismo cívico—, capaz de conformar un cuerpo federal bien dotado y financiado, y a la que siguió un libre debate de más de media hora con los asistentes. Mientras lo escuchaba, me preguntaba cuántos políticos en activo estarían a su altura en un contexto semejante.

Como espero que los responsables del curso editen las ponencias, aquí sólo me preguntaré sobre lo más convergente de lo que se dijo. Una premisa del curso que todos aceptaron fue que, frente a la idea de que el Estado de las Autonomías es un éxito, se subrayó las continuas y variadas crisis territoriales que ha conocido la democracia española, consecuencia de la obstinada resistencia que opone el Estado central a su desarrollo, de tal modo que se puede considerar que el sistema autonómico ya no da más de sí. España no puede ser un país con todos los servicios públicos transferidos a las comunidades y a la vez gobernarse como un Estado centralizado, con una capital con la que ha identificado su razón de Estado y cuya lealtad privilegia con todo tipo de concesiones.

Invocando una unidad sacrosanta en peligro, el Estado se niega a distribuir poder y recursos financieros con la excusa de mantener una soberanía que nadie sabe lo que es en un mundo racionalizado y plural. De este modo se ha llegado a una mutación constitucional: se está permitiendo que se use el Estado de las Autonomías para generar condiciones fiscales, sociales, económicas, educativas, sanitarias y asistenciales completamente diferentes, que afectan a los valores constitucionales de igualdad de todos los españoles, y al mismo tiempo se está disminuyendo y erosionando la heterogeneidad cultural y lingüística que las autonomías debían proteger. Así, lejos de garantizar la homogeneidad social y la diferencia y pluralidad cultural de las naciones, el Estado de las Autonomías está promoviendo la heterogeneidad social y la homogeneidad cultural. Y eso es violar el espíritu de la Constitución.

La relevancia del tema territorial es de tal índole, que a su trasluz se muestra la evolución de la Constitución del 78. Si esta quiere sobrevivir, no puede dejar empantanado el impasse en el que se encuentra la distribución de poder territorial. Como dijo Puig en su intervención final, se requiere una reforma económica, que nos encamine a una España justa, una reforma que imponga la cogobernanza entre Madrid y las comunidades, y una participación en las tareas legislativas a través de un Senado autonómico. O esa reforma, o una mutación constitucional cuyas consecuencias no podemos prever, pero que dejarían la Carta en letra muerta. Generar el clima en el que esas reformas sean posibles es ya una necesidad, si no se quiere llevar a nuestro pueblo a un callejón sin salida.