LIMÓN & VINAGRE

Yolanda Díaz: la vocación de serrucho amable

Tras la puesta de largo de la plataforma Sumar, su gran reto será ese: forjar un proyecto estable con Podemos y demás confluencias y mareas

Yolanda Díaz en Limón & Vinagre

Yolanda Díaz en Limón & Vinagre / EPE

Olga Merino

Olga Merino

"La madre que me parió. ¿Puedes pasarme la oferta?". Esta fue la contestación de la ministra de Trabajo a un joven estudiante de psicología que la abordó por Instagram, comentándole que le habían ofrecido un lamentable contrato de 43 horas semanales por 600 euros. La respuesta a la pata la llana, viralizada en un pispás, viene a ilustrar la espontaneidad de Yolanda Díaz (Fene, A Coruña, 51 años), la capacidad de conexión de una mujer afable, el rostro más valorado de la izquierda. Goza de la dádiva de caer bien sin necesidad de contorsiones. Así, con las velas henchidas por el viento de popa, presentó al fin el viernes, en la plaza del Matadero de Madrid, la plataforma Sumar, después de un "proceso de escucha" y múltiples dilaciones: la reforma laboral, la guerra, las elecciones andaluzas, la cumbre de la OTAN... Y bien, ¿ahora qué?

Por de pronto, se detecta un volantazo radical en el talante. Del ego desmelenado de Pablo Iglesias, a lo que parece humildad empática. Del ceño cabreado, a la sonrisa con carmín alegre. De la retórica belicista sobre la casta y el asalto a los cielos, al diálogo, los cariños y la alusión a la supuesta alma del Gobierno. El cambio resulta balsámico en un patio político de reyerta navajera. Para recuperar esa "esquinita" a la izquierda del PSOE, muy hábilmente Díaz ha permutado el término geométrico por el de "transversalidad" y elude mentar la marca Podemos, más chamuscada que la moto de un hippy. La audiencia con el Papa Francisco en el Vaticano ya fue una declaración de intenciones, lo mismo que el cambio estético tras su llegada al ministerio: el cabello más largo y las mechas rubias le suavizan el rostro, mientras que los nuevos estilismos, tirando a clásicos, sin estampados ni patrones estridentes, proyectan aplomo y sobriedad. Las víboras del corral la llaman Fashionaria. ¿Pero acaso El capital de Marx prohíbe los pantalones palazzo? Elegante, guapa sin serlo.   

No puede negar la vicepresidenta que viene de donde viene. Nació en un barrio obrero en la ría de Ferrol, a tiro de piedra del astillero Navantia, hija de Suso Díaz, militante del PCE en la clandestinidad y quien fue secretario general de Comisiones Obreras en Galicia (el tío Xosé, hermano gemelo de Suso, llegó a ocupar un escaño por el BNG en el Parlamento gallego). El sindicato la apoya, ella conserva el carnet rojo y su discurso sigue siendo reivindicativo, aunque sin bravatas. ¿Lo más revolucionario? La reforma fiscal, que la democracia llegue a los impuestos. Lo demás, pan blanco: sanidad y escuela públicas de calidad, un trabajo digno, una vivienda como Dios manda. A lo que aspira el común de los mortales.

La vicepresidenta segunda, Yolanda Díaz, durante el primer acto de Sumar, en Matadero Madrid, a 8 de julio de 2022, en Madrid (España). 

La vicepresidenta segunda, Yolanda Díaz, durante el primer acto de Sumar, en Matadero Madrid, a 8 de julio de 2022, en Madrid (España).  / EFE / Zipi Aragón

¿Qué pensará Iglesias, su mentor? ¿Se habrá arrepentido de elegirla como sucesora? Son (o eran) buenos amigos. De momento, Irene Montero, la titular de Igualdad, ha expresado su apoyo público al artefacto llamado Sumar, pero Ione Belarra, secretaria general de los morados, guarda un silencio distante. Podemos tiene un problema gordo. Si en enero de 2014 el movimiento engulló a Izquierda Unida como una boa constrictor, ahora parece que se han vuelto las tornas y que el viejo PCE, los restos del barco, ha dado un golpe de timón y se ha colocado al frente. El efecto bumerán.

En los meses por venir, el gran desafío para Díaz será forjar una plataforma política estable con Podemos —a regañadientes— y con el resto de confluencias, mareas y aluviones, cuando el curso que viene se presenta calentito: elecciones municipales y autonómicas en mayo, generales en noviembre, más la inflación, las consecuencias de la guerra y el desencanto acumulado. No está el horno para bollos ni vaguedades.

En cualquier caso, a la ministra se le nota la determinación en el puente ganchudo de la nariz, aparte de que el signo de Tauro —la astrología viene aquí como anillo al pelo— la convierte en obstinada y constante. Ya se vio su vocación de serrucho amable durante la negociación de la reforma laboral, que fue de un pelo. Está acostumbrada al esfuerzo constante: estudió Derecho y tres másteres, y viene de la política de base, desde que en 2003 se hizo con un acta de concejala en el Ayuntamiento de Ferrol por IU. Dice llevar una vida aburrida porque en ella no hay más que trabajo y familia, su marido, gallego y delineante, y su hija, Carmela, de 10 años.

¿Aguantará el tipo hasta noviembre? Está por ver. Habrá que darle su tiempo, aunque no sobre. De momento, como dijo ella misma en la puesta de largo de Sumar, citando al escritor Manuel Rivas, "alguien tiene que ocuparse de la esperanza".