LIMÓN & VINAGRE

Ortega Lara: el olvido que seremos

Ortega Lara en Limón & Vinagre.

Ortega Lara en Limón & Vinagre. / EPE

José María de Loma

José María de Loma

En el año 1996 Aznar sube al poder; en Escocia nace la oveja Dolly, el primer animal clonado. Estados Unidos ataca Irak y el precio medio en

España

de un automóvil es de 2,6 millones de pesetas. Se estrena Fargo e Independence Day arrasa en la taquilla. Entre otras muchas, se cometieron dos infamias ese año. Que harían palidecer al borgiano Atroz Redentor Lazarus Morell, que ayudaba a escapar a los negros esclavos de las plantaciones del Sur para después capturarlos y volverlos a vender. Ya saben, Morell es uno de los protagonistas de esa Historia Universal de la Infamia que escribiera el escritor porteño.

Una fue el asesinato de Tomás y Valiente, catedrático de la Autónoma, en su despacho universitario. Tiros contra la razón. Tiros contra la civilidad, encapuchados en el templo del saber reventando la cabeza de un hombre bueno gritando gora ETA en aras de no se sabe qué. La otra, la otra gran infamia de su época, fue el secuestro de Ortega Lara, casado, con dos hijos, burgalés, funcionario de prisiones.

El 17 de enero de ese 1996 fue abordado en su aparcamiento, cuando volvía del curro en la cárcel de Logroño, por tres etarras que lo metieron el maletero de su coche y lo trasladaron a un zulo en una nave de Mondragón. Allí estuvo 532 días. 532 anocheceres, 532 amaneceres, uno o dos cumpleaños de sus hijos, una Navidad, millones de horas. En un zulo de 3 metros de largo, 2 de ancho y 1,80 de alto. La palabra zulo se incorporó al lenguaje cotidiano. La habitación de ese hotel es un zulo. Trabajo en un zulo, fulanito está en su zulo, llámalo y que baje. Así es el idioma, que nombra lo más bello y lo más repulsivo, lo sublime y, claro, lo infame. 500 agentes de policía y Guardia Civil participaron en los trabajos que condujeron a la liberación de Ortega, nombre omnipresente en los telediarios, en las radios y periódicos, España movilizada, manifestaciones por doquier.

Todos (bueno, no todos, hay gente ya con la carrera acabada que no había nacido entonces) tenemos grabada en la mente la imagen, su imagen de hombre extraviado, mirada incrédula, delgadez pasmosa, barba larga y descuidada. Gafones que resaltaban la demacrada tez. Un jersey rojo que le estaba grande. No habría seguramente jerséis para esa talla de infamia. José Antonio Ortega Lara salió luego al balcón de su casa en Burgos, con su mujer y sus dos hijos, a saludar. Creando otra imagen icónica. Ríos, cataratas, avalanchas, toneladas, tempestades de empatía, un término que por entonces no se usaba, cayeron, se transfirieron a Ortega Lara, todos éramos Ortega, reportajes y reportajes sobre cómo es posible sobrevivir en un habitáculo tan reducido. Psicólogos explicando su inexplicable angustia, expertos pontificando sobre los efectos de la falta de ejercicio. Ortega mancillado. No tardaría ETA en cometer el asesinato de Miguel Ángel Blanco, que ya sería un punto de inflexión, el fin de cierta tibieza sobre el terrorismo patrio y el principio del fin del mucho apoyo social con el que los asesinos contaban en Euskadi.

Tras el secuestro, Ortega Lara se jubiló y en las elecciones de 2003 fue en la lista del PP por Burgos en las municipales. Siguió recibiendo amenazas repugnantes de ETA. No cesó su activismo. Comprensible, pero no obligatorio. Él e Irene Villa representan dos modelos opuestos de gestionar el sufrimiento. Parece Villa más inclinada al olvido, al perdón y a la moderación. Al humor, incluso. Cada camino es respetable. Lara ha devenido en miembro activo de Vox. En 2008 se fue del PP porque le parecía moderado. El PP que llamaba etarra a Zapatero. Fue más tarde uno de los fundadores del partido de Abascal, que lo usa para uno de los grandes eslóganes de la formación: “O se está con el partido de Ortega Lara o con el de los amigos de los etarras”, eslogan que en realidad es añagaza. Frase binaria y polarizadora. Ortega repudia el diálogo y cree que se le hacen concesiones a ETA. La organización ya no existe y sus herederos, que tienen pendiente pedir perdón y hacer (más) autocrítica se dedican ahora a hacer política. La vida sigue y ojalá depare buenos momentos para el bueno de Ortega. La vida sigue: tanto, que a las nuevas generaciones hay que enseñarles quién fue y qué le pasó. Veinticinco años ya. El olvido que seremos.