LIMÓN & VINAGRE

Alberto Garzón: la lucha final de los telefoneantes

Alberto Garzón en Limón & Vinagre.

Alberto Garzón en Limón & Vinagre. / EPE

José María de Loma

José María de Loma

Para saber mi opinión, marque uno. Alberto Garzón Espinosa, ministro de Consumo, —“eso debería ser una dirección general”, dijo Elías Bendodo—, plantea una ley para que las empresas (¿y el SEPE, la Agencia Tributaria, la sanidad?) te atiendan telefónicamente en tres minutos como máximo. Y que incluso si no te agrada el trato puedas reclamar que te atienda un superior. Y lo más importante: siempre ha de hablarte una “persona humana”, en expresión feliz, redundante y enfática del ministro. No un robot. Robots al paro. Robots cobrando subsidios, robots fundando un sindicato. Reforma laboral para los robots. Garzón ha conectado al fin con un anhelo popular, con una ira contenida, con una siesta interrumpida. La que te estás echando cuando llama tu compañía telefónica para seducirte con otra tarifa, chollo o momio. Todas sus iniciativas han sido polémicas o malinterpretadas o una metedura de pata inoportuna. Pero ahora llega algo necesario y justo. En breves momentos atenderemos su llamada y tal. 

Ya advirtió Azaña de la ira del español sentado. La de ahora puede ser de pie, en el bus, la cama o delante del ordenador merced a la móvil telefonía. A la ley le queda un largo camino. No importa cuando lea esta frase. Pero podría ser un buen legado de este malagueño nacido en La Rioja, cofrade (sacó el trono) de El Rescate en Málaga, que suele acudir con su padre a Rincón de la Victoria a almorzar en un chiringuito. Fue precisamente a raíz de una polémica con este sector, los restaurantes de playa, lo que estuvo a punto de llevarlo a ser declarado persona non grata (lo impidió un alcalde del PP pese a las presiones que recibió) en el municipio, municipio de su infancia y donde correteaba de adolescente antes de ser alumno de la Facultad de Económicas de Málaga. Leyó antes a Marx que a Zipi y Zape.

Garzón, que rechazó hace unos meses ser candidato a la Junta de Andalucía, ministro comunista, fue fichado como cabeza de lista de IU por Málaga en 2011, con 26 años. Por aquel entonces era becado de la Pablo Olavide de Sevilla. “No he pisado nunca la política institucional, no creo que sea mi destino” , le decía bisoñamente al periodista Agustín Rivera en El Confidencial por aquel entonces. Se había hecho popular por el 15-M y en el programa de Televisión Española ‘59 segundos’, ya saben, aquel del micrófono menguante según se iba alcanzando el minuto. Aquel en el que lo pasaban tan mal los que no estaban el día que repartieron la capacidad de síntesis.

“El PSOE es incapaz de cualquier respuesta moderna”, afirmaba también el ahora titular de Consumo, polemista, dogmático, amable, culto, esposo y padre madrileñizado, que iba a sustituir de cabeza de lista por Málaga en aquella cita electoral nada menos que a Antonio Romero, hombre de ingenio fuera de lo común para dar titulares, el azote de Felipe González. 

La nueva ley de Garzón (o ley Garzón, el sueño de todo ministro, no solo de Educación es que una ley lleve su nombre) obligaría también a las empresas a solucionar cualquier incidencia en servicios básicos en menos de dos horas y prohibiría a las compañías privar de luz, gas o agua a familias vulnerables si hay una reclamación en marcha. Consumidores del mundo, uníos. En pie, famélica y maltratada telefónicamente legión. Descolguemos el teléfono todos en la lucha final. Arriba, telefoneantes de la tierra. Garzón rige lo más capitalista que hay: el consumo. Garzón le debe más a las redes sociales que a sus habilidades orgánicas. Más a su popularidad que a su solidez. Más a Sánchez, ya no se llevan, que casi a Iglesias, con quien consumió un botellín de cerveza a la vista de todos para rubricar un pacto que supuestamente unía a la izquierda. En las elecciones andaluzas concurren tres candidaturas de de ese signo, si se cuenta al PSOE, que en total agrupan al menos a ocho partidos. Más partidos que botellines. Garzón se aferra a la cartera. Quiere que el malvado capital no nos robe la nuestra. Siempre atiende el teléfono.