Espionaje telefónico

CNI: vigésimo cumpleaños y otra vez en tela de juicio

Dos tipos de sede, tres clases de agente, cuatro vías de información y 3.000 funcionarios perplejos

Oficiales de las Fuerzas Armadas y altos ejecutivos civiles de la Seguridad del Estado escuchan a la directora del CNI, Paz Esteban.

Oficiales de las Fuerzas Armadas y altos ejecutivos civiles de la Seguridad del Estado escuchan a la directora del CNI, Paz Esteban.

Los generales y coroneles del Ejército flanquearon la sala rectangular por la izquierda, y las autoridades civiles se alinearon en la pared derecha. Nadie se puso en el centro; los invitados estaban frente a frente en bizantina, rígida composición para escuchar a la jefa del CNI. En un salón noble de la sede del Centro Nacional de Inteligencia, Paz Esteban López se dirigió a la alta estructura de la Seguridad del Estado en su primer discurso oficial. Fue el 10 de febrero de 2020. Aún no se hablaba de pandemia ni de Pegasus, aunque ambas infecciones ya estaban en España.

Decoraban la sala el óleo de una batalla a cañonazos de un navío de línea español y la bandera enmarcada del Regimiento de Infantería de Manila Nº 74, el de los últimos de Filipinas. Dos símbolos de tonelaje histórico en la sede de un moderno organismo del Estado. Pocas veces una escena define tanto al escenario.

Este viernes cumplió 20 años el CNI en la intimidad, suspendiendo sus pompas, dada la que está cayendo. Son 20 años… o muchos más, porque, en realidad, el peculiar ente, público pero opaco, de inteligencia solo cumple cuatro lustros en su actual encarnación: su historia es bastante más larga si se cuenta su edad remontándose a los organismos que lo precedieron, de metamorfosis en metamorfosis hasta su forma actual.

Hoy el servicio de espionaje acumula las energías de 3.000 empleados públicos, un enjambre veinte veces mayor de colaboradores ocasionales y 322.276.540 euros de presupuesto en torno a un núcleo directivo perplejo e inquieto con la estruendosa polémica por el espionaje a móviles de independentistas.

"El CNI no trabaja con una finalidad política o partidista, o de seguimiento de personas concretas”, dijo a los espías la ministra de Defensa, Margarita Robles, durante una visita oficial

La directora Esteban ha mostrado en el Congreso esta semana documentos judiciales que acreditan la legalidad de 18 de los pinchazos con el spyware Pegasus, y ha dejado, bien en el campo de la especulación o bien a la sombra de los alegales árboles de escuchas típicos del espionaje, otro medio centenar de asaltos a teléfonos móviles.

Pero no son esos seguimientos inexplicados los que están en el centro de la tormenta, sino uno solo de los permitidos: el realizado al hoy president Pere Aragonès, pivote del puente Moncloa-Generalitat.

Dos catarsis

El 23 de febrero de 1981, mientras los carros de combate del general Milans del Bosch corrían por Valencia y los guardias del teniente coronel Tejero secuestraban al Congreso, una silenciosa guerra civil se declaró en el que entonces se llamaba Centro Superior de lnformación de la Defensa (CESID). Dos agentes, militares, descubrieron que algunos compañeros, militares también, no solo celebraban el golpe con cava y pastelillos: es que habían organizado el traslado de los guardias civiles al palacio de las Cortes bajo mando del comandante Cortina. Durante muchos meses, Juan Rando, entonces brigada del Ejército, tuvo que dormir con su pistola bajo la almohada por si le atacaba… uno de los suyos.

Aquella crispación extraordinaria en un servicio entonces mucho más militar que civil fue también catarsis: con el nacimiento de la Unidad Antiinvolución -un pequeño grupo de agentes constitucionalistas vigilando el golpismo por orden del general Santiago Bastos- el CESID rompía con su estirpe franquista. 

Ese trabajoso alumbramiento alejaba al centro del SECED de la dictadura, su padre putativo, el Servicio Central de Documentación montado por el almirante Carrero Blanco que, con la inteligencia del Estado Mayor, sumaba en la amalgama de espías que transitaron la Transición.

El CNI usa cuatro vías para adquirir información, según la fuente sea persona, documento, foto o sistema electrónico. Las llaman Humint, Osint, Geoint y Sigint

El general Emilio Alonso Manglano, con quien le gustaba mucho verse al rey Juan Carlos, fue el artífice de esa refundación; y también uno de los tres pagadores de la siguiente catástrofe, la más grave crisis de los espías, su etapa de más baja moral. Estalló cuando, en 1991, al coronel Javier Perote le quitaron el mando de la Agrupación Operativa de Misiones Especiales, el club de los hombres y mujeres de acción del centro, y se llevó –nunca se supo si como represalia- 1.244 microfichas con información secreta del Estado, parte de la cual esparció por la prensa el exbanquero Mario Conde en una época que llamaban “de la crispación”.

El escándalo de las escuchas del CESID a dirigentes políticos, incluido el rey, se cobró en 1995 las cabezas del vicepresidente del Gobierno Narcís Serra, el ministro de Defensa Julián García Vargas y el propio Manglano, exculpado en tribunales diez años después.

Llamas de piedra

El centro fue refundado en 2002 por un pacto PP-PSOE que lo rebautizó como CNI, le dio un primer y muy valorado director civil –el diplomático Jorge Dezcallar- y lo convirtió en el único servicio de espionaje del mundo con el aliento de un juez en la nuca.

Pero la valoración pública del centro –herramienta esencial en las luchas contra el terrorismo, entre otras guerras tapadas que libra España- no se retomó del todo hasta su aportación en vidas a la guerra de Irak: en noviembre de 2.003 ya eran ocho los miembros del servicio asesinados en dos atentados en los alrededores de Bagdad.

Hoy, unas llamas de piedra los recuerdan en un monumento de acero corten en el jardín exterior de la sede central del CNI. Se ubica junto a un tramo de la autovía de A Coruña que en Madrid llaman popularmente Cuesta de las Perdices, y que hasta hace poco llevó en el callejero el nombre de Avenida del padre Huidobro, capellán de los legionarios que en 1937 intentaban tomar Madrid por esa bajada.

Personas y sistemas

El día de la toma de posesión de la actual jefa del CNI, la ministra de Defensa, Margarita Robles, jefa de la jefa, tomó también la palabra. “Todo el mundo debe saber que hay un control judicial y un control parlamentario que nos permite estar más tranquilos y que nos aseguran que se cumplen y se respetan las normas y los procedimientos”, enfatizó. En 2018, recién estrenada como ministra de Defensa, dijo en una visita institucional: “La calidad de un sistema democrático se mide por sus sistemas y sus servicios de inteligencia (…) el CNI no trabaja con una finalidad política o partidista, o de seguimiento de personas concretas”.

Mensaje para una plantilla formada por un 66% de civiles, un 24% de militares y un 10% de guardias y policías, toda caracterizada por una general actitud morigerada, moderación que se premia en el centro tanto o más como conocer idiomas.

La evolución no ha cambiado algunas bases de siempre. Entre ellas, una estanca compartimentación entre lo que hacen unas secciones y otras –de exterior, interior, defensa de la Constitución, economía, tecnología, seguridad del propio centro, planificación... y operaciones, la antigua AOME, después AK, hoy Unidad Operativa…-, solo rota cuando la información llega a la cúpula.

Fue de muchos años llamar en clave "Ra" al director, como el dios egipcio, hasta que llegó a la cúpula la primera mujer. También es de siempre la división estamental entre “colaborador”, “informador” y “agente”. El primero no proporciona información, pero ayuda a obtenerla; el segundo proporciona información; el tercero proporciona información y además forma parte del centro.

Pero, contra el mito del espía, la mayor parte del personal tiene mesa y silla de oficinista, en la sede central o en diversos “chalés” por toda España, o en embajadas en 70 países donde el CNI monta “delegaciones” –se presentan formalmente ante el servicio de inteligencia local- o “antenas”, que son las células ocultas.

Esa evolución tampoco ha variado demasiado en las cuatro vías para adquirir inteligencia: Humint, Osint, Geoint y Sigint. La primera la forman fuentes humanas. La segunda, documentos y publicaciones abiertas. La tercera, las imágenes del terreno tomadas por aviones, satélites y observatorios. La cuarta es la vía con que su Pegasus ataca los móviles: lo llaman “fuentes tecnológicas”.

Pero el factor humano sigue en el centro. “Todo lo que se escucha con sistemas remotos, por modernos que sean, exigen a alguien interpretando y redactando lo oído”, relata un exagente. Una persona por cada espiado, mucha gente.

Esa mucha gente ha sido reclutada atendiendo a sus especialidades y conocimiento de idiomas, y formada en la Academia Nacional de Inteligencia. Cuando acaban su servicio, en cierto modo no dejan nunca de ser del CNI, y permanecen de por vida ligados a lo que en su día llamaban “la casa”, entre otros nudos por un compromiso de confidencialidad.

Pero también por la amistad entre excolegas, una extensa red de jubilados o gente que se fue y que ahora ocupa despachos insospechados por ahí. El CNI los aglutina en su Asociación de Exmiembros del Servicio de Inteligencia. En otros tiempos, esos espías jubilados se juntaban en una reserva con un nombre más poético: asociación Ojos de España.