Opinión | EL DESLIZ

No hay contraseña que valga

Nos sacaron a patadas de nuestro nido analógico y ahora la información de cualquiera fluye por internet sin demasiados diques. No salva sus datos ni el Gobierno

La ministra de Defensa, Margarita Robles, a su llegada a la Comisión de Defensa en el Congreso de los Diputados

La ministra de Defensa, Margarita Robles, a su llegada a la Comisión de Defensa en el Congreso de los Diputados / Marta Fernández Jara - Europa Press

Por ser el primer jueves de mayo, hoy se celebra el Día Internacional de la Contraseña. No creo que sea festivo en La Moncloa, a tenor de los últimos acontecimientos que estamos conociendo, cucurucho de palomitas en mano, sobre el espionaje con el programa Pegasus a políticos. Según las compañías tecnológicas impulsoras de dicha fecha, se pretende "concienciar al usuario de la importancia que tiene establecer contraseñas y claves seguras y robustas, ya que estas son la llave de nuestra información personal".

No hace falta ser Pedro Sánchez, con el contenido de su teléfono oficial en paradero desconocido, para dudar de que el usuario pueda hacer algo realmente útil para impedir el robo de sus datos. Si todo un presidente del Gobierno no consigue mantener su terminal a salvo, pese a disponer de un pequeño ejército de informáticos y agentes de inteligencia dedicados a proteger las comunicaciones con su señora o con Macron, qué podemos esperar los demás.

Nos queda resignarnos y borrar con aprensión esos mensajes que nos avisan de que nuestra cuenta de Instagram ha sido activada desde San Petersburgo. Rezar para que los tipos que desde sus sótanos compran y usan herramientas para entrar en el móvil ajeno nos consideren menos interesantes que Margarita Robles, la titular española de Defensa que no le hace ascos a un buen espionaje masivo siempre que lo patrocinen los suyos y ella considere justa la causa. Sus secretillos se encuentran también en poder de terceros por una protección deficiente, nuestra vanguardia política tiene muy al pairo la retaguardia, y ya puede la ministra echarle imaginación a una nueva contraseña que de poco le va a servir. 

Te cobran un Uber de Toronto aunque hace doce años que no sales de tu país y empieza un vía crucis personal para recuperar el dinero y poner a salvo los ahorros: nadie se hace responsable, ni siquiera el banco que te obligó a migrar al servicio online. Estás hablando con tu cuñada de que mañana no puedes quedar porque te vas a depilar las piernas y te empiezan a llegar ofertas de láser estético. La cuenta de una red social que anulaste después de una docena de intrincados pasos resucita una década después para mandar spam a todos los contactos.

Feliz Día Internacional de la Contraseña a quienes se han apuntado en un papel las claves de sus cuentas de correo, tarjetas y aplicaciones porque las han cambiado tantas veces que les resulta imposible recordarlas. Ese papel, escondido en el cajón de la ropa interior, ejemplifica la indefensión del consumidor ante una tecnología que, por un lado, te obliga a ventilar toda tu información privada y, luego, te culpa por negligente si hay quien se beneficia traficando con ella.

La autoridad competente usa la ley de Protección de Datos para entorpecer la labor de la prensa, pero se encoge de hombros cuando se hackea una base pública y vuelan las referencias sanitarias de miles de ciudadanos. La justicia, con unas carencias informáticas tantas veces criticadas, va a investigar el ciberespionaje al Gobierno. Yo ese capítulo de la sitcom Pegasus no me lo pierdo. Mis primeros sospechosos serían quienes deben estar ofreciendo ya al Gobierno programas de encriptado infalibles que mejoran las versiones anteriores y herramientas de contraespionaje. Todo muy caro, pues no hay cerradura que no salte con una buena tarjeta de crédito.

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