LIMÓN & VINAGRE

Bertín Osborne, el rebujito televisivo

El brebaje entra la mar de bien, tan burbujeante y fresquito con la caló, pero luego es cabezón como una mala cosa, subiéndose a la azotea sin darse uno cuenta

Bertín Osborne, en una imagen de archivo.

Bertín Osborne, en una imagen de archivo. / LAURA GUERRERO

Olga Merino

Olga Merino

El sábado por la noche aguantamos mal que bien, con palillos en los párpados, el pestiño de entrevista a Alberto Núñez Feijóo, un tostón al principio porque el susodicho intentaba proyectar la imagen de tío enrollado, con un plus de orígenes humildes, pero sin desabrocharse el corsé de la contención. Queríamos chicha.

El asunto comenzó a animarse un poco cuando el recién estrenado presidente del PP confesó haber votado en 1982 a Felipe González, y este apareció ante sus ojos en un mensaje grabado, como el holograma de Darth Vader, para perdonarle el pecadillo de juventud. Sin embargo, lo mejor estaba aún por llegar: el momentazo cocina, adonde Bertín Osborne se llevó al invitado para conversar sobre Vox. En casa, nos quitamos las zapatillas de una patada y nos servimos un tinto; no íbamos a ser menos.

Frente a un aperitivo a base de pulpo á feira, queso de tetilla y vino de la Ribeira Sacra, el anfitrión de Mi casa es la tuya (Telecinco) enlazó una retahíla de preguntas bala destinadas a que Feijóo se mojara. Una: "¿Por qué te cuesta tanto pronunciar la palabra Vox?". Dos: "¿Qué opinas de lo que ha hecho Mañueco en Castilla y León?". Tres: "¿Tú pactarías con Vox si te hiciera falta hacerlo?". Cuatro: "¿Tú personalmente te llevas con Santi (Abascal)?". Cinco: "¿Tú consideras que Vox es ultraderecha?".

El invitado gallegueó según el tópico, culebreando como pudo sin definirse a las claras sobre un eventual acuerdo con la formación, pero dando a entender que sí, que lo que haga falta. El presentador, madrileño que ejerce de jerezano, estaba en su salsa. Tanto que con su insistencia, con sus ganas indisimuladas de que el huésped le diera un beso en la boca a Vox, llegó a irritar al expresidente de la Xunta: "Esta pregunta me la esperaba; no cuatro repreguntas". Hasta aquí lo que la entrevista tuvo de entrevista. Punto y aparte.

El programa Mi casa es la tuya —o sea, el cortijo del señor Osborne— se parece bastante al rebujito que se toma en las ferias andaluzas; esto es, vino manzanilla o fino, gaseosa, una ramita de hierbabuena y mucho hielo. El brebaje entra la mar de bien, tan burbujeante y fresquito con la caló, pero luego es cabezón como una mala cosa, subiéndose a la azotea sin darse uno cuenta. Así, la emisión del sábado, disfrazada de francachela, de charla distendida en la barra de un bar, mientras suenan de fondo las fichas de dominó sobre las mesas de mármol, resultó a todas luces en un blanqueo de Vox, esa formación que no cree ni en el Estado de las autonomías ni en la violencia de género.

Un enlucido muy oportuno con las elecciones a la Junta de Andalucía en puertas, cuando el misil Macarena Olona le ha puesto a más de uno los cataplines por corbata. El papel de Bertín fue, pues, el de desbrozar el camino, hacer digerible un acuerdo de gobierno tras la autonómicas en Andalucía, bendecir el desembarco de la formación ultraderechista llegado el caso.

Bien regado de vino, el espacio consiste en que el entrevistado se sienta a sus anchas y dejarlo largar y largar sin llegar nunca a incomodarlo. O sea, la antientrevista, pues el género brilla cuando imita a la esgrima, esa estocada que no mata pero pincha. Bertín se defiende diciendo que él no es periodista, que lo suyo en Mi casa es la tuya es simplemente una charla y una comida entre amigos. Y, en efecto, al rato se presentaron Isabel Díaz Ayuso y Juanma Moreno Bonilla. Venga, brindemos, qué a gustito estamos.

La supuesta entrevista se transformó a partir de ahí en un masaje tailandés sin saltarse ni un chacra, en un enjabonado de la coronilla a la planta de los pies. Ni se preguntó por los paseos en barca con narcotraficantes ni por el hermano de las mascarillas. El summum del compadreo. En España, qué le vamos a hacer, sigue entrando muy bien el rollo del campechanismo, estilo emérito, Gil y Gil o Mauricio Colmenero (Aída).

Bertín Osborne se ha convertido en su propia parodia. Un guapetón grandote, a quien los años han borrado el hoyuelo Kirk Douglas en la barbilla sin restarle atractivo, un cantante que canta más para ser contemplado que escuchado, un galán de telenovela a quien, para su fastidio, le sienta como un guante la imagen de señorito andaluz, sobre todo cuando se engominaba el pelo hacia atrás para que le caracoleara en el pescuezo de pura emoción.

Aunque tuvo problemillas con Hacienda, aún sabe proyectarse como un golferas simpático, un mujeriego pillín. "Buenas noches, señora, recuerdos a su señor". O te trinca a la parienta o te vende gato por liebre, qué más da.