Opinión | JUEGO DE TRONOS
Catalangate: lo que Pegasus ha unido no lo separa el diálogo
Semana de resurrección para separatistas y separadores. Las revelaciones del Citizen Lab sobre el uso del programa de escuchas Pegasus en los teléfonos de la plana mayor de los partidos independentistas catalanes ha dado alas a los del “cuanto peor mejor” y ha generado una inédita fotografía en los últimos meses de Carles Puigdemont y Oriol Junqueras. Los unilateralistas ya huelen un nuevo “momentum”: campaña internacional contra una España antidemocrática, Esquerra se levanta de la mesa de diálogo, el gobierno Sánchez malvive sin apoyos hasta las municipales, el PP gana holgadamente con Vox y se organiza otra tangana. Como se dice ahora, ya “visualizan” este nuevo sueño húmedo.
Del lado de los separadores, las perspectivas no son muy diferentes: el Gobierno no puede abrir en canal las entrañas del Estado para dar explicaciones a sus socios, se abandona la quimera de que con los independentistas se puede hacer algo que no sea vencerles por tierra, mar y aire, se acaba la tontería y el “constitucionalismo” se impone sin mover ficha. Pegasus como nueva argamasa de los bloques en detrimento de la política. Vuelven los atajos de uno y otro lado.
Un asunto más serio de lo que parece
Ciertamente, es una ingenuidad pensar que un Estado democrático no va a utilizar el espionaje para identificar maniobras de quienes públicamente proponen desmontarlo. Eso lo saben incluso los independentistas que, si lo son de verdad, aspiran a tener sus propios servicios secretos. Otras cosa es que de espías los hay de muchas clases. Los que saben utilizar los mecanismos que las democracias ponen a su alcance para trabajar, los que incluyen la protección de los derechos fundamentales de los ciudadanos que les pagan y los que no dejan rastro de lo que hacen. Luego está la versión Pepe Gotera y Otilio. Todo indica que estamos más cerca del segundo escenario que del primero.
Y llegados a este punto, en la lista de hackeados con Pegasus hay tres tipologías que hacen que el asunto sea muy, muy feo y más serio de lo que parece. Primero, los cuatro presidentes de la Generalitat que han sido escuchados presuntamente de manera indiscriminada e ilícita. Los cuatro eran en ese momento representantes del Estado en Catalunya. La última vez que el Estado hizo escuchas a una autoridad del Estado, dimitió un vicepresidente del Gobierno. En segundo lugar, los diputados y eurodiputados que, a ojos de Europa, son presuntas víctimas de un caso de control político de la soberanía popular justo cuando la justicia europea debe pronunciarse sobre la inmunidad de algunos de los implicados.
Y, finalmente, está el caso de las escuchas a los abogados de los procesados por el 1-O. La última vez que en España un juez permitió grabar una conversación abogado-cliente, tuvo que abandonar la carrera judicial. Así que Pedro Sánchez tiene tres frentes abiertos que son tan o más importantes que el cabreo de unos socios parlamentarios que pueden dejarle en la estacada.
Una unidad más aparente que real
Puigdemont y Junqueras solo coincidieron en la hora y el día de encontrarse. Siguen sin pensar lo mismo y ni siquiera se esforzaron en decir lo mismoSi Sánchez se ve obligado por razones de Estado a guardar silencio en una comisión de secretos como le propone Feijóo, la táctica Puigdemont saldrá reforzada y en pocas semanas la lenta desconstrucción de los bloques en la política catalana corre el riesgo de retroceder. Y el paso de los días no hace más que complicar la maniobra. Si a principios de semana, podía parecer que una convocatoria rápida de la mesa de diálogo con algún triunfo para Aragonès servía para sofocar la crisis, hoy queda meridianamente claro que lo que ha unido Pegasus no lo separa una mera dosis de diálogo sino que necesita tratamiento específico. Cierto es también que, en el independentismo, pesan igual o más los grandes principios que las cosas del comer, y una parte de Junts tienen menos ganas de romper con el socialismo a un año de las municipales con el maná electoral de la Diputación que Rufián a pesar de sus andanadas. Como decía el clásico, todo es susceptible de empeorar.
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