Opinión | LA COLUMNA

Sánchez...

Pero Sánchez ganó y siguió ganando y hoy es el único que queda de los cuatro candidatos, pero no solo queda, es el presidente de España y su historia está llena de elementos épicos

Pedro Sánchez durante la sesión de control al Gobierno.

Pedro Sánchez durante la sesión de control al Gobierno. / DAVID CASTRO

El hombre no nace victorioso, solo nace, y en ese instante no hay más constelación que el lugar y la familia que serán su faro y referente. Los casos de Casado, Rivera, Iglesias y Sánchez son semejantes porque todos ellos nacen a finales de los 70 o principios de los 80, nacen en España y en familias que, con mejor o peor condición económica, forman parte de la clase media de este país.

Sin embargo, el destino político de cada uno de ellos es bien distinto, ya que cada uno ha querido ser el elegido, sin entender que en política solo eliges el momento de tu despedida, que en ocasiones viene sugerida por barrotes que te impones y que no te dejan ver la realidad de las cosas que realmente están pasando. Algo así le sucedió a

Rivera

que, pudiendo haber formado gobierno, se instaló en un ‘no’ categórico que le impedía ver el desgarro interno que se había instalado en su partido, donde se repartían bambalinas de olvido que él compró al por mayor.

¿Qué decir de Iglesias?, que con astucia fue un joven revolucionario que se convirtió en un mercader de tantas almas que no pudo ordenar y que le llevaron a conquistar su adiós en unas elecciones en las que el PP y Vox arrasaron en Madrid, algo que no supo o no quiso ver y se fue disimulando la derrota con aires de renovado look.

Albert Rivera y Pablo Iglesias antes de un debate.

Albert Rivera y Pablo Iglesias antes de un debate. / Emilio Naranjo

Casado parecía un niño pijo, ni guapo ni feo, ni muy de derechas ni muy de centro, era algo así como no ser nada y ser todo al mismo tiempo, porque un día era más de derechas que las gentes de Vox y al siguiente parecía querer representar todas las justicias. La dama de Madrid acabó con él, quizá porque él quiso acabar con ella y él no entendió que Casado no había ganado nada y ella lo había ganado casi todo y sus palabras le convidaron al desamor que te deja la política de los partidos cuando te cierra la puerta sobre tu corazón herido.

Sánchez ha sido el errante, el despojado, el villano, el héroe, el hombre que lo deja todo por convicción y en un coche recorrió el país de norte a sur y de este a oeste para ganarse el favor de los militantes, que no el de los barones que no querían a Sánchez porque no estaba preparado, porque era un insolente, porque les había plantado cara y eso a ellos, los señores del PSOE, no les gustó. Pero Sánchez ganó y siguió ganando y hoy es el único que queda de los cuatro candidatos, pero no solo queda, es el presidente de España y su historia está llena de elementos épicos que lo convierten en un presidente surgido de una rebelión sin ruido donde las serpientes quedaron degolladas también sin hacer ruido. No sé qué será del presidente que ha vivido una crisis tras otra y de las que ha salido más o menos airoso e ileso; lo que no debe olvidar es que al final solo está el hombre bajo la oscuridad del universo y él solo es eso: un hombre.