Crisis en el PP

Las cartas de Feijóo

El líder gallego ha sabido jugar con destreza, astucia y rapidez sus cartas ante la segunda oportunidad que le brindó el destino para cumplir su sueño: dar el salto a Madrid

Alberto Núñez Feijóo.

Alberto Núñez Feijóo. / EFE

Irene Bascoy

“El destino mezcla las cartas y nosotros las jugamos”, proclamaba Arthur Schopenhauer. Y el caso de Alberto Núñez Feijóo, 60 años, es un claro ejemplo. Aunque durante mucho tiempo ambicionó regresar a Madrid y ser estrella de la política estatal, el 18 de junio de 2018, por razones que nunca ha clarificado, arrojó la toalla. Ese día rechazó para sorpresa de casi todos presentar su candidatura para suceder a Mariano Rajoy al frente del PP nacional. Dos años más tarde ganaba las elecciones con una cuarta mayoría absoluta, emulando a su antecesor, Manuel Fraga, y con el plus de dejar fuera del Parlamento gallego a Vox y Ciudadanos.

Entonces se dio casi por hecho en el PPdeG y en su entorno más cercano que Feijóo había aceptado su destino. El niño de Os Peares, que comía “pan duro” y había aparcado la vocación de ser juez para opositar a funcionario porque su padre estaba en paro, optaría a un quinto mandato para batir el récord del político de Vilalba. Y luego se jubilaría. Era un final de trayectoria tranquilo, en su tierra, donde los gallegos le han sido fieles desde que hace justo 13 años, el 1 de marzo de 2009, ganaba sus primeros comicios y devolvía a PSdeG y BNG a las bancadas de la oposición.

Parecía haberse resignado Feijóo a “hacer política nacional desde Galicia” y ante el empuje de unos líderes políticos jóvenes (Pablo Casado, Isabel Ayuso...), Madrid ya había dejado de mirar al gallego tras su espantada cuatro años atrás.

Pero el destino, y los errores de Pablo Casado, le han dado una segunda oportunidad y Feijóo, que es un político hábil y astuto la supo aprovechar mejor que nadie en una operación relámpago. ¡Qué bien jugó sus cartas! La crisis no la desató él. Fue la presidenta madrileña quien abrió fuego contra Génova por un presunto caso de espionaje, pero el mayor beneficiario de la pieza de caza mayor abatida –Casado– fue el líder del PPdeG. En menos de dos semanas, logró lo que en 2018 se le resistió: ser candidato por aclamación de todos los barones autonómicos, que le han puesto la alfombra para acceder a la planta séptima de Génova. Llega a la sala de mandos del PP en volandas, sin tener que fajarse con otro candidato con una mínima entidad.

¿Por qué Feijóo gana esta guerra sin dar un tiro? Porque supo ver la ocasión con claridad y actuar, esta vez sí, con coraje. Porque en esta batalla anticipó desde el minuto uno que Casado sería derrotado y Ayuso le serviría como ariete para derribar la puerta. Y que ella también quedaría tocada –casi invalidada– como rival por los negocios de su hermano. La presidenta de Madrid tendrá que esperar, eso si a Feijóo le vienen mal dadas. Por eso decidió moverse.

Como barón de barones, que lo es, emergió como el salvador del PP. Mientras los demás dirigentes echaban cuerpo a tierra, el gallego con su vitola de referente moral del centro derecha se prodigó en los medios de comunicación pidiendo sensatez. Se erigió en una suerte de bombero, aunque sabía que el fuego desatado en Génova beneficiaba sus intereses.

E internamente intensificó contactos con los demás dirigentes territoriales, piezas claves del PP para tantear sus ánimos, su disposición y sopesar sus opciones de éxito... cuatro años después. Y esta vez lo tuvo claro. Tenía todas las de ganar. Y se lanzó. Participó, coordinó e incluso lideró la operación para desalojar a Casado .

El instinto

“El destino no reina sin la complicidad secreta del instinto y de la voluntad”, decía el escritor italiano Giovanni Papini. A Feijóo le sobran instinto y voluntad.

El instinto le permitió ganar a la primera las elecciones autonómicas de 2009, con una campaña bronca en la que denunció los “lujos” del bipartito de PSdeG y BNG, un estilo que hasta entonces no se había visto en esta tierra.

El instinto, unido al consejo de sus asesores, también le convenció de que debía cortarse el pelo y tirar a la basura los botes de gomina para no parecer tan pijo, tan estirado, si quería ser presidente de la Xunta. El instinto le dijo que tenía que presentarse ante los gallegos como “el niño de Os Peares” para desterrar su imagen de urbanita y arrastrar el voto de la Galicia rural, donde pasó su infancia y parte de su adolescencia. Y también fue el instinto el que le convenció de contar sin complejos que no se afilió hasta 2002 al PPdeG y que de joven votó a Felipe González. ¡Qué mejor carta de presentación ante los votantes desencantados del PSOE para el ahijado político de José Manuel Romay Beccaría!

¿Y voluntad? Le sobra a raudales. Durante años cuidó su trato con los medios de Madrid, hacía rondas periódicas por los escenarios de la Corte para dejarse ver y querer, tejió una red de apoyos y amistades con los demás dirigentes territoriales del PP... que estas últimas semanas le han sido muy útiles.

Así es la política. Quién nos iba a decir que asistiríamos al final de Casado tan pronto y de forma tan trágica, y que Alberto Núñez Feijóo tendría otra oportunidad. Con 60 años, y tras 13 como presidente de la Xunta, y antes alto cargo con Fraga, en el Ministerio de Sanidad con Romay Beccaría y jefe máximo de Correos por decisión de Francisco Álvarez Cascos, el gallego asume el mayor reto de su carrera: reconstruir un PP herido de muerte y llevarlo a la Moncloa. Da vértigo. A la mayoría de los mortales. A Feijóo, no.