Opinión | CRISIS EN EL PP

A González Pons no le cabe ninguna duda

El ahora diputado en Bruselas limpió de cualquier mancha a la que pide que Casado y los suyos sean expulsados a las tinieblas exteriores

Esteban González Pons

Esteban González Pons / EFE

Vino desde Bruselas con la escoba de limpiar lo que hiciera falta para que Núñez Feijóo y la nueva directiva limpia del PP se situara en el futuro sin que a nadie le quepa duda alguna. Antes de que se pronuncie la fiscalía sobre los contratos que Díaz Ayuso concedió al hermano de ésta, el diputado europeo Esteban González Pons usó la tribuna del congreso de su partido para decir que no hay ni sombra de duda sobre la presidenta.

Sentado ahora lejos de Pablo Casado, del que estuvo tan cerca, usó la tribuna desde la que el exlíder del PP mostró las ojeras de la ignominia. González Pons limpió de cualquier mancha a la que pide que Casado y los suyos sean expulsados a las tinieblas exteriores. El ahora diputado en Bruselas vino a limpiar la alfombra de Díaz Ayuso.

Es imposible sustraerse a un breve recuerdo de los hechos. Casado cometió algunas torpezas, entre ellas la de decir y luego desdecirse acerca de los datos que, al parecer, obraban en su poder sobre el trato de favor que recibió el hermano de la presidenta. En lugar de acudir al juzgado a denunciar lo que correspondiera, fue a una radio a defenderse de los denuestos de su compañera, a la que luego exoneró de toda culpa. Con más ingenuidad que la que se le suponía, Casado hizo de González Pons en la tarea de disipar dudas.

Al calor de ese diluvio de improperios, incluso los que parecían más fieles seguidores de Casado abandonaron a éste al abismo del descrédito

Mientras aquello dimes y diretes se sucedieron, subió de tono una ola que nadie detuvo, tampoco Díaz Ayuso. Esa ola inundó la calle popularizada por la sede del PP y fue la puntilla que esperaba al ahora entristecido líder popular. Al calor de ese diluvio de improperios, incluso los que parecían más fieles seguidores de Casado abandonaron a éste al abismo del descrédito.

Como si no hubiera sido suficiente esta inclemencia, en el que parece ya el último acto de Casado ante los suyos, la mujer que dice haber sido perseguida, pero que toleró al máximo la persecución de su antiguo amigo, exigió la expulsión de cualquiera que tuviera que ver con las intenciones de éste de investigarla. Díaz Ayuso mezcló supuesta información con demagogia, reclamó al nuevo partido que seguirá a la purga de Casado que recordara que ya no debe haber más Ritas, en alusión a Rita Barberá, que por otra parte sufrió persecución y pena de la justicia por asuntos que fueron juzgados, y se llamó a sí misma víctima de los que quisieron destruirla. Isabel no es Rita, seguramente, pero por un rato se ha sentido cómoda en ese traje del martirologio pepero.

Isabel no es Rita, seguramente, pero por un rato se ha sentido cómoda en ese traje del martirologio pepero.

Cuando la niebla de la justicia persiste sobre Ayuso y sobre su hermano, pues todavía no ha habido un pronunciamiento, vinieron los líderes más visibles del momento, Feijóo y Bonilla, ambos presidentes de dos comunidades decisivas en el porvenir del PP, a lanzar dudas sobre el procedimiento abierto. Para que a ésta la auxiliara la poesía de sus metáforas, pues también es poeta, González Pons, el autor de Camisa blanca, arrojó un ramo de flores sobre el prestigio de la presidenta.

Envalentonada por este botafumeiro, esta mujer a la que se presta tanto elogio, como si de ella dependiera el futuro de la sonrisa del PP, la sonrisa de González Pons se puso seria para declarar que nadie debe tener duda sobre la que él no tiene dudas. Esta manera de adorar parece, en lugar de la conveniente reflexión que todos simulan haber iniciado, un plebiscito del que ya es víctima quien antes creía tener las cartas de mandar.

Hay una fotografía en la que Casado, limpio de barba, la cara al aire, sonriente, está flanqueado por Javier Maroto, el que pronto huyó, y por González Pons, el que vino en seguida que cayó su antiguo amigo. Hay muchos retratos de este drama, pero este explica las ojeras con las que el futuro recibe al vapuleado compañero. Mientras tanto, regresa la camisa blanca de González Pons a disipar dudas como si éstas fueran de su dominio, como diría, por cierto, Rudyard Kipling hablando de los impostores que quieren hacer carrera a toda cosa.