Opinión | ANÁLISIS INTERNACIONAL

China, Ucrania y las paradojas de Putin

No parece que Putin esté haciendo un buen negocio con sus amenazas a Ucrania. Además de sacar a la luz sus diferencias con China, ha vuelto a dar sentido a la OTAN y a unir a los europeos.

El presidente ruso, Vladimir Putin, durante la conferencia de prensa con el primer ministro húngaro, Viktor Orban

El presidente ruso, Vladimir Putin, durante la conferencia de prensa con el primer ministro húngaro, Viktor Orban / EFE/EPA/YURI KOCHETKOV

Inevitablemente, tenemos que seguir hablando de la crisis ucraniana. Rusia ha estado acumulando tropas en el mar Negro y en Bielorrusia con el pretexto de unas maniobras militares y, lo que es más significativo, despliega un apoyo logístico que permite aventurar una posible intervención militar en territorio ucraniano de cierta duración. Por otra parte, Estados Unidos y Reino Unido insisten en la inminencia de esa intervención, antes de que las condiciones meteorológicas la hagan más difícil.

Al mismo tiempo, se acumulan nuevos efectivos en los países de la OTAN más amenazados o en el mar Negro, con la contribución de otros aliados, entre ellos España. Y parece estar lográndose una convergencia en cuanto al contenido de las sanciones, incluyendo a los países más reticentes, como Alemania, que ve cómo su ambigüedad no es entendida por sus vecinos europeos ni por EEUU.

A pesar de la insistencia en la diplomacia –y en las otras tres “D”: distensión, desescalada y disuasión–, no hay avances palpables. El fiasco de la reunión entre Putin y Emmanuel Macron así lo revela, aunque reabrir el Grupo de Normandía para revitalizar los acuerdos de Minsk II pueda suponer algo de esperanza. La búsqueda común de soluciones a la crisis de suministro de gas que produciría un conflicto –y que pasa por proveedores alternativos como Qatar, Australia o Nigeria– y la mejora de las interconexiones internas en la UE –con un papel clave de la península Ibérica– son muestra de que se trabaja en los peores escenarios posibles.

Mientras tanto, se ha producido un hecho relevante a destacar. La entrevista en Pekín entre Xi Jinping y Putin, con el pretexto de los Juegos Olímpicos de Invierno, ha visibilizado de nuevo el acercamiento entre Rusia y China. El encuentro requiere, sin embargo, de una interpretación amplia y compleja, más allá de la visión simplista del avance hacia una alianza en toda regla entre ambos países, unidos por un enemigo común. No es así.

Es obvio que muchos de sus intereses convergen. El más importante es que ambos quieren reformular las reglas del juego y acabar con el orden liberal internacional encabezado por EEUU. Pero ello no implica la desaparición de sus diferencias estratégicas, presentes a lo largo de toda su historia. De hecho, ambas partes se resisten a hablar de una alianza en sentido estricto. Estamos ante un matrimonio de conveniencia, sin amor, como ya he comentado en alguna otra ocasión.

Además, algunas de sus tácticas pueden chocar a corto plazo. La crisis ucraniana es ejemplo de ello. China está atenta a la reacción de Washington en Ucrania como señal para su reivindicación de Taiwán. Pero no va a apoyar otro ataque a la integridad territorial de un país –de hecho, Pekín no ha reconocido la anexión de Crimea– por su clara defensa de la inviolabilidad de las fronteras y la integridad territorial de los Estados, base de su reclamación sobre Taiwán.

Obviamente, tanto a Moscú como a Pekín les interesa debilitar el vínculo atlántico y a la propia OTAN, pero no está nada claro que la amenaza sobre Ucrania lo esté consiguiendo. Más bien al contrario: puede reforzar una visión europea y de la OTAN más acorde con EEUU en el Indo-Pacífico, algo que a China no le conviene.

Por otra parte, los intereses económicos entre Rusia y China también difieren. El enlace ferroviario directo y marítimo entre China y Europa, hasta Odesa, y sin pasar por territorio ruso, muestra un claro interés chino de tratar con una Ucrania independiente –invirtiendo por ejemplo en el metro de Kiev–, apoyándose en su estrategia global de la Franja y la Ruta, vista con mucho recelo por Rusia. Otra diferencia es que China no tiene interés en debilitar a la Unión Europea ni en profundizar en un conflicto con ella, después de la suspensión indefinida del Acuerdo de Inversiones, que a Pekín le interesa recuperar.

Todo lo dicho lleva a destacar las paradojas producidas por la actuación de Putin. La primera es que, en lugar de limitar y reducir el papel de la OTAN en el escenario europeo, sus acciones han devuelto a la Alianza un “objeto social”, diluido después del colapso de la Unión Soviética. La Alianza sale fortalecida y su presencia en el Este de Europa se ha incrementado como nunca, provocando de paso la más que posible integración en la misma de países como Suecia y Finlandia.

La segunda es que la voluntad de Putin de ningunear a la UE –despreciando no solo a Bruselas, sino a París o Berlín– contribuye a fortalecer la necesidad de avanzar hacia una política exterior, de seguridad y de defensa común y su compatibilidad con el refuerzo de la OTAN. El resultado es más vínculo atlántico y más Europa.

La tercera es que Rusia camina hacia una mayor y creciente dependencia de China, en una relación cada vez más asimétrica y desequilibrada.

La cuarta es que, ya sea por una intervención militar mucho más compleja y costosa que las anteriores y por el impacto de las sanciones, las consecuencias para el pueblo ruso pueden ser muy negativas, socavando el apoyo ciudadano al régimen presidido por Putin.

Y 'last, but not least', se manifiesta en toda su crudeza que aquellas naciones que han estado bajo la órbita de Rusia –en la época zarista o en la soviética– hoy sienten la necesidad vital de protegerse de ella. No parece, en definitiva, que Putin esté haciendo un buen negocio en Ucrania. Los dictadores, en ausencia de críticas y contrapesos, suelen instalarse en su mundo. Y no siempre coincide con el mundo real.