Opinión | ANÁLISIS INTERNACIONAL

Occidente ante el dilema del apaciguamiento

Ante el reto sistémico que plantean China y Rusia, Occidente duda. ¿Apaciguamiento o confrontación? ¿Chamberlain o Churchill?

El presidente de EEUU, Joe Biden, durante un acto en la Casa Blanca este miércoles.

El presidente de EEUU, Joe Biden, durante un acto en la Casa Blanca este miércoles.

Rusia despliega un gran contingente militar en su frontera con Ucrania. China intensifica sus incursiones militares en el espacio aéreo de Taiwán y avanza en su proyecto de militarización y anexión de facto del mar de China Meridional. Irán sube sus pretensiones a cambio de volver al acuerdo nuclear. Turquía, en un juego de peligrosa ambigüedad, sigue con su decisión de adquirir tecnología rusa antimisiles, a pesar de su pertenencia a la Alianza Atlántica.

Son claros ejemplos de los desafíos que esas potencias “no occidentales” plantean a un Occidente atribulado y aquejado de profundas divisiones internas. Son desafíos a la hegemonía global de Estados Unidos, que incluyen todos los conceptos de una pugna sistémica y de valores, desarrollándose a través de los diferentes instrumentos de la guerra híbrida.

La gran pregunta es qué hacer ante ello. Porque corremos el riesgo de que, paso a paso –y algunos de proporciones importantes–, se vayan minando las bases sobre las que descansan las sociedades libres. Tales objetivos se persiguen propiciando políticas de desistimiento y alimentando las divisiones sociales, la polarización política y el sentimiento de que estamos ante un inevitable fin de ciclo de los sistemas políticos y sociales surgidos del espíritu de la Ilustración y de las revoluciones liberales y que conforman ese concepto que hemos dado en denominar “Occidente”.

No es la primera vez que los regímenes liberales se enfrentan a ese enorme desafío sistémico. El gran paradigma del reto planteado fue la amenaza de los totalitarismos en el siglo XX: los fascismos y el comunismo. Y es bueno extraer algunas lecciones.

Ante el ascenso de los fascismos en los años treinta hubo –simplificando– dos posiciones. La llamada política de apaciguamiento –con la convicción de que con cesiones parciales se conseguiría preservar la paz– y la política de confrontación y de fijación de “líneas rojas”, cuyo traspaso obliga al uso de la fuerza militar. Tal dilema puede ejemplificarse con las posiciones de Chamberlain y Churchill ante la amenaza nazi.

Como es bien sabido, Hitler fue avanzando en sus reivindicaciones, aprovechando un cierto sentimiento de culpa de los aliados en la Primera Guerra Mundial, pero también los enormes deseos de paz de unas sociedades devastadas por la guerra. La paz debía preservarse, aunque fuera a cambio de la aceptación de hechos consumados contrarios a la legalidad internacional. La culminación de la política de apaciguamiento fueron los Acuerdos de Múnich, que llevaron a Chamberlain, primer ministro británico, a hablar de “la paz de nuestros tiempos” y de obtener el apoyo mayoritario de la sociedad británica –y la francesa– a dichos acuerdos, que consumaron la ocupación nazi de los Sudetes. Churchill le respondió que, ante el deshonor y la guerra, había elegido el deshonor, pero que además tendría la guerra. Así fue.

La victoria sobre el totalitarismo fascista durante la Segunda Guerra Mundial dio paso a la pugna con el totalitarismo comunista. Durante la guerra fría, Occidente combinó políticas de contención y estrategias a largo plazo que descansaban en la convicción de que acabaría triunfando de nuevo gracias a su superioridad económica, política y militar, pero sobre todo gracias a sus valores. Y así fue de nuevo.

Ahora volvemos a estar ante un nuevo desafío sistémico, con dos grandes protagonistas cada vez más unidos por el objetivo común de minar las bases de Occidente: China y Rusia. Ambos ponen a prueba constantemente la capacidad de reacción de EEUU y sus aliados, avanzando en sus objetivos desde la convicción de que el coste de impedirlos será demasiado elevado para las sociedades occidentales.

«No es la primera vez que los regímenes liberales se enfrentan a ese enorme desafío sistémico: primero, con los intentos de volver al ‘ancien régime’; en el siglo XX, con la amenaza de los totalitarismos nazi y comunista»

En el caso de China, la gran pregunta es hasta qué punto EEUU estaría dispuesto a ir a la guerra para defender Taiwán. Una duda que, después del repliegue en Oriente Próximo y en Afganistán, se ha instalado entre los estadounidenses y, sobre todo, entre sus aliados. La caída de la isla en manos chinas implicaría el principio del fin de la presencia estadounidense en Asia y, por ende, su papel como potencia global. De ahí la importancia de transmitir credibilidad, determinación y compromiso real en la defensa de Taiwán. La tradicional política de ambigüedad respecto a la isla tiene unos límites y, en estos momentos, puede ser muy peligrosa.

«Churchill respondió a Chamberlain que, ante el deshonor y la guerra, había elegido el deshonor, pero que además tendría la guerra»

En el caso de Rusia, vemos como su objetivo de “neutralizar” Ucrania y vetar su eventual incorporación a la OTAN y a la Unión Europea, manteniéndola como un Estado con su soberanía mermada y atemorizado ante cualquier posibilidad de intervención militar rusa, se puede cumplir a través de los hechos consumados. Rusia ha comprobado la inacción práctica de Occidente –sanciones económicas aparte, que el Kremlin considera asumibles–, en lo más parecido a las políticas de apaciguamiento del periodo de entreguerras. Es verdad que la posición de EEUU, la OTAN y la UE se ha endurecido, anunciando fuertes y dolorosas represalias si se consumara una intervención militar rusa. Pero se descarta, de entrada, cualquier respuesta armada.

La cuestión es si eso bastará para contener a Rusia o constituye una nueva señal de que, ante la perspectiva de una guerra, Occidente da un paso atrás. Vuelve así el debate sobre las políticas de apaciguamiento y su efectividad real. Si la respuesta –no necesariamente militar– de Occidente no es suficientemente contundente, Rusia y China continuarán “testando” la voluntad real de su adversario y avanzando en sus objetivos estratégicos.

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