ANÁLISIS

Veinte años en la OMC

La globalización acelerada que provocó la entrada de China en la OMC ha desindustrializado y empobrecido Occidente. Mientras tanto, la clase media no despega en el país asiático, que sigue creciendo en base a su enorme superávit exterior

Un visitante prueba un producto médico en la Feria Internacional de Equipos Medicinales de China en Shanghai.

Un visitante prueba un producto médico en la Feria Internacional de Equipos Medicinales de China en Shanghai. / EFE/EPA/Alex Plavevski

Política Exterior

Política Exterior

El 11 de diciembre de 2001 se produjo el evento económico llamado a definir el siglo XXI: la entrada de China en la Organización Mundial del Comercio (OMC). Después de 15 años de intensas negociaciones, el país consiguió entrar en la organización bajo la cláusula de "nación más favorecida", accediendo con ello a los principales mercados del mundo. El país asiático pasaba así a competir por la deslocalización en "primera división".

El único gran país que quedó fuera del alcance de China fue Rusia. Hasta entonces, China solo había conseguido atraer a una parte mínima de la industria que se deslocalizaba de los países desarrollados en busca de costes de producción más competitivos. A partir de 2001, el interés por China se multiplicó, a lo que sumó la gran apuesta económica del gobierno chino por fortalecer el tejido productivo orientado a la exportación, con una regulación laboral casi inexistente.

El resto es historia: las exportaciones se dispararon y China se convirtió en la gran fábrica del mundo. Hasta finales de la década de los noventa, el gigante asiático apenas generaba el 3% de las exportaciones mundiales de bienes; esto es, tenía una participación testimonial en el comercio internacional, no muy superior a la que tuvo durante los años cincuenta. Sin embargo, a partir de su entrada en la OMC China empezó a ganar peso en las exportaciones globales, pasando en menos de una década a suponer más del 10%; es decir, duplicó su participación en el comercio mundial. Desde 2002, el primer año completo dentro de la OMC, hasta la crisis financiera global, las exportaciones de China crecieron a doble dígito anual todos los años salvo 2009, tras el estallido de la burbuja financiera, en el que cayeron alrededor de un 16%. 

En apenas ocho años, las exportaciones chinas se multiplicaron por cinco. Ese ritmo de crecimiento supuso un desplazamiento del resto de países como fabricantes de bienes. Estados Unidos, la gran potencia mundial, tenía a finales de los años noventa casi el 13% de las exportaciones mundiales. Diez años después generaba el 8%. El sorpasso de China a EEUU se produjo en 2007 y desde entonces la brecha no ha hecho más que crecer en beneficio del país asiático. Hoy, China posee casi el 15% de las exportaciones mundiales y EEUU, el 8%.

Todos estos datos muestran la magnitud del cambio global que supuso la entrada de China en la OMC. El país accedió con la promesa de un mercado millonario para los exportadores del resto del mundo, sin embargo, sus compras en el exterior han crecido mucho más lentas. Esto es, la diferencia entre ingresos y gastos no ha hecho más que crecer. A finales de los años noventa las exportaciones de China al resto del mundo apenas superaban en un 10% a sus importaciones; hoy la diferencia es de más del 25%. 

Lo que esperaba Occidente cuando aceptó su entrada en la OMC es que China siguiera sus pasos generando una clase media con salarios similares a los de Europa o EEUU y un alto nivel de consumo. Sin embargo, el cambio no ha sucedido, las condiciones laborales siguen siendo draconianas y el país crece en base a su enorme superávit exterior.

Durante años, el gobierno chino ha implantado férreos controles a la entrada de empresas extranjeras dedicadas a vender productos producidos en terceros países. La forma de abordar el problema era buscando socios locales, de modo que una parte de los beneficios siempre se quedara dentro del país. 

La globalización acelerada que produjo la entrada de China en la OMC ha supuesto una desindustrialización en los países occidentales. Los estudios económicos realizados en las últimas décadas apuntan a un empobrecimiento del mundo desarrollado. Si bien es cierto que algunos consumidores se han beneficiado de los bajos precios generados por la competencia a la baja en costes de producción, las pérdidas por los empleos desaparecidos han sido superiores. Mientras el mundo sigue a la espera del gran crecimiento de la clase media china, hay quienes piden ya fundar una OMC 2.0 que cambie las reglas del juego para evitar la deslocalización que genera la competencia desigual.