GEOPOLÍTICA

La elección de Kishida y la política exterior de Japón

Fumio Kishida.

Fumio Kishida. / Rodrigo Reyes Marin / POOL

Josep Piqué

Josep Piqué

Las recientes elecciones parlamentarias en Japón han reeditado la tradicional mayoría del Partido Liberal Democrático (PLD), en los últimos años coaligado con el Partido Komeito. El PLD gobierna el país desde el final del “protectorado” estadounidense a raíz de la rendición incondicional de Japón tras la Segunda Guerra Mundial. El PLD solo ha estado fuera del gobierno en cortas excepciones (1992-93 y 2009-12) y, en general, han sido poco exitosas.

La política exterior de Japón ha evolucionado en función de las posiciones del PLD, de la realidad geopolítica del país en su entorno regional y de su papel como gran potencia económica occidental (forma parte del G7 desde su creación). La posición internacional de Japón viene dada por su derrota en 1945 y los límites constitucionales impuestos por Estados Unidos, pero también por una opinión pública pacifista, nada favorable a un incremento de la relevancia exterior del país.

La estrecha alianza con Washington y la aceptación de su paraguas nuclear permitieron a Japón desarrollar una política exterior orientada a promover los intereses económicos, convirtiendo la economía japonesa en la segunda del mundo hasta la irrupción de China. No obstante, sigue siendo la tercera y lo será por mucho tiempo, a pesar del estancamiento económico de las últimas tres décadas. De ahí que su política exterior se haya concentrado en reducir tensiones que pudieran poner en riesgo su progreso económico, siendo un factor de estabilidad en Asia Oriental.

Todo eso ha cambiado por diversos motivos. El primero es la creciente agresividad de China y su claro afán de dominio sobre Asia. La actitud de Pekín afecta a Japón por reivindicaciones territoriales sobre las islas Senkaku (Diaoyu para los chinos), pero también por la amenaza de limitar la libre circulación en el mar de la China Meridional y, por ende, el acceso al estrecho de Malaca, vital para el comercio internacional de Japón.

Es por ello que Shinzo Abe puso en marcha el concepto de “Free and Open Indo-Pacífic”, endosado por EEUU y que incluye mecanismos hasta ahora informales de encuentro como el QUAD (Japón, EEUU, Australia e India). Este incluye maniobras militares navales conjuntas tanto en el Pacífico como en el Índico, en un claro indicio de ir más allá de la mera cooperación informal, incluso llegando a una Alianza Indo-Pacífica asimilable a la Alianza Atlántica.

El segundo factor de riesgo para Japón es Corea del Norte y su capacidad de ataque nuclear. Es cierto que el régimen norcoreano tiene su propia dinámica –la capacidad de disponer de armamento nuclear se considera esencial para la supervivencia del régimen y la dinastía de los Kim–, pero esa supervivencia también es vital para China, que no desea bajo ningún concepto que su frontera con Corea del Norte se transforme en una frontera con una República de Corea reunificada y aliada de EEUU.

Factor histórico

El tercer factor es histórico y se refiere a la relación con Rusia, cada vez más orientada a una alianza estratégica con China de la que Tokio recela. Japón y Rusia han mantenido, en general, buenas relaciones. Sus vínculos se remontan a 1852, cuando establecieron relaciones diplomáticas, y 1855, con la firma del tratado de Shimoda, que abría al comercio bilateral varios puertos japoneses. La situación cambia a partir de la Restauración Meiji, en 1868, que transformaría por completo el país, convirtiéndolo en uno “occidental”, con voluntad de proyectar su influencia más allá de sus fronteras, en especial sobre Manchuria y la península coreana. Estas nuevas ambiciones desembocaron en 1904 en la guerra Ruso-Japonesa, ganada por Japón. Sin embargo, pronto volvió la cooperación, básicamente económica. De hecho, la Unión Soviética no declaró la guerra a Japón hasta los últimos días de la Segunda Guerra Mundial, cuando se hizo con el control de las Islas Kuriles, que Japón sigue reivindicando parcialmente. El contencioso ha impedido la firma de un tratado de paz entre ambos Estados.

Las diferentes circunstancias del entorno geopolítico llevaron a Abe a replantear el concepto de “autodefensa colectiva”, incrementando sustancialmente los presupuestos de defensa y adoptando una política exterior más asertiva y alineada con EEUU, con quien comparte un adversario común como China y el riesgo estratégico que supone Corea del Norte. Asimismo, Japón mantiene una ambigüedad calculada con Rusia, con la meta de mitigar dependencia de China. Para Moscú, el acceso de sus exportaciones energéticas al mercado japonés y la cooperación tecnológica e inversora son clave para contrarrestar su también progresiva dependencia china y dinamizar el territorio de Siberia Oriental, escasamente poblado.

En el ámbito económico y comercial, Japón ha firmado un Acuerdo de Asociación Estratégica con la Unión Europea, ha impulsado la Asociación Económica Integral Regional (RCEP) y ha dado continuidad al Tratado Transpacífico (TTP), frustrado tras la retirada de EEUU bajo la presidencia de Donald Trump y convertido hoy en el Acuerdo General y Progresivo de Asociación Transpacífica (CPTPP).

Por todo ello, no es previsible que el nuevo primer ministro japonés, Fumio Kishida, cambie los vectores básicos de la política exterior japonesa. Entre otras cosas, porque el escenario deja escasos márgenes de maniobra, una vez Japón ha optado por la garantía de seguridad de Washington y ha reafirmado su compromiso con los valores de la democracia liberal, frente a los perjuicios económicos que puede ocasionarle el alejamiento de China.

La geopolítica impone su lógica. Y Japón no es una excepción.