ANÁLISIS

Argelia-Marruecos: golpe a golpe sin saber hacia dónde

La escalada entre Argel y Rabat es una pésima noticia para España. No solo porque ya sufre las consecuencias del cierre del gasoducto Magreb-Europa, sino porque el país se verá inevitablemente afectado por la carrera armamentística de sus dos vecinos y socios esenciales en el Norte de África

Las banderas de Argelia y Marruecos ondean en la frontera entre ambos países

Las banderas de Argelia y Marruecos ondean en la frontera entre ambos países / EFE/EPA/JALAL MORCHIDI

Política Exterior

Política Exterior

En el contexto de creciente tensión entre

Argelia

y

Marruecos

, no resulta sencillo dilucidar las razones por la que –si se confirman las informaciones iniciales– Marruecos llevó a cabo el 1 de noviembre un ataque con drones armados que ha acabado con la vida de tres ciudadanos argelinos en un punto indeterminado de la carretera que une Nuakchot (Mauritania) con Uargla (Argelia), a unos 30 kilómetros del muro que le sirve a Rabat para controlar el Sáhara ocupado. El presidente argelino, Abdelmajid Tebún, ha declarado que las muertes no quedarán impunes, lo que apunta a una inminente escalada del conflicto en el que ambos países están inmersos desde hace tiempo.

Las relaciones entre Argel y Rabat han estado salpicadas de tensiones, en la medida en que los países, alineados en bandos distintos ya en la guerra fría, pugnan por el liderazgo del Magreb. Ha habido incluso enfrentamientos armados, como el que tuvo lugar en 1963, en la conocida como “guerra de las arenas”, sobre la soberanía de zonas fronterizas, sin que finalmente hubiera ningún cambio en su demarcación.

Como consecuencia de esa rivalidad, desde 1994 se vive una situación de extraña “normalidad”, traducida en el cierre de la frontera bilateral. Mientras Argel acoge en Tinduf a los refugiados saharauis y mantiene el apoyo a su sueño independentista, Rabat avanza lenta pero segura hacía el reconocimiento de su soberanía sobre el Sáhara Occidental. En esencia, el statu quo favorece las aspiraciones marroquíes de convertirse en el líder regional y de incorporar algún día el territorio saharaui como propio.

La situación actual puede entenderse, por tanto, como una reacción argelina ante una dinámica que perjudicaba sus intereses y aspiraciones, acelerada a partir del respaldo de Donald Trump, en diciembre de 2020, a la marroquinidad del Sáhara Occidental. Desde entonces –mientras el Frente Polisario volvía a declarar la “guerra total” a Marruecos el 15 de noviembre de 2020– se acumulan los gestos argelinos de confrontación con su vecino occidental. Así, el 24 de agosto pasado Argel optó por romper las relaciones diplomáticas con Rabat, como ya ocurriera en 1975 y 1988. Y el 22 de septiembre, añadió el cierre de su espacio aéreo a la aviación marroquí.

Se trata de medidas con escaso efecto real, pero que simbolizan la oposición argelina a un vecino al que acusa de apoyar al grupo islamista Rashad y al Movimiento para la Autodeterminación de la Cabilia, señalado por Argel como el responsable de los incendios en la región de Tizi Ouzou el pasado verano y de liderar el independentismo de dicha región. A todo ello se añade la acusación de espionaje telefónico con el sistema Pegasus, de la empresa israelí NSO Group. Como trasfondo, la condena por la normalización de relaciones que Marruecos ha establecido con Israel. El gobierno israelí, por boca de su ministro de Exteriores, Yair Lapid, con ocasión de su primera visita a Rabat el 12 de agosto, presentó a Argelia como una amenaza regional, señalando su creciente acercamiento a Irán.

A la vista de que estas decisiones no han conseguido que Marruecos modifique su rumbo y, al contrario, cada vez es más visible el esfuerzo de modernización militar de las Fuerzas Armadas Reales, Argelia ha decidido subir la apuesta con el cierre del gasoducto Magreb-Europa desde el 1 de noviembre. La medida busca castigar a su vecino: además de perder los ingresos que obtenía por el tránsito del gas hacia España y Portugal, Marruecos dejar de contar con el gas que alimentaba las dos centrales que producen en torno al 10% de la electricidad del país.

Por un lado, cabe suponer que a Marruecos no le interesa a corto plazo aumentar aún más la tensión con Argelia, lo que podría indicar que la muerte de los tres camioneros argelinos sería un error de cálculo o un accidente. Las limitadas fuerzas no permiten a Rabat rematar su plan de control del Sáhara ocupado y, al mismo tiempo, mantener una guerra abierta con Argelia, justo cuando las relaciones con España y Francia no pasan por su mejor momento y, además, acaba de sufrir un varapalo por parte del Tribunal General de la Unión Europea, que ha anulado los acuerdos comercio y pesca con Marruecos. Por otro lado, a pesar de su clara superioridad militar, a Argel tampoco le interesa una confrontación bélica, aunque solo sea por el enorme coste internacional que tendría para un gobierno escasamente popular, que no presenta unas credenciales de eficacia ni voluntad democrática muy destacadas. Racionalmente, el choque directo a gran escala es muy improbable.

En todo caso, es previsible que Argel haga algún movimiento de respuesta. En este punto, la opción más probable vuelve a ser la de estimular a las muy limitadas fuerzas del Frente Polisario para que aumenten sus acciones militares en diferentes partes del muro, donde ya vienen realizando ataques puntuales desde hace un año.

Lo que está ocurriendo en su vecindad sur es una pésima noticia para España. No solo porque ya sufre las consecuencias del cierre del gasoducto Magreb-Europa –contando con que no habrá interrupción de suministro pero sí precios más altos– sino porque España se verá inevitablemente afectada por la carrera armamentística de sus dos vecinos. O, en el peor de los casos, por un enfrentamiento directo en el campo de batalla.