Opinión | PARECE UNA TONTERÍA

Pérdida de control

Para casi todo lo que antes podíamos hacer por nuestra cuenta –imagínate, abrir un libro– ahora algunas personas necesitan ayuda

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pexels arina krasnikova 6654133 / Pexels

A simple vista parece difícil coger un libro y ponerse a leer, como si tal cosa. Hay muchísimas acciones a las que tienes que renunciar previamente para centrarte solo en esa. Justo ahí comienza el problema. El mundo arrecia por múltiples frentes, conspira para que no te pongas a leer, y si lo logras, no puedas dedicarle la atención que merece y el tiempo que te gustaría. Cosa distinta sería si el día tuviese, pongamos, veinticuatro horas, y mantuvieses un razonable control sobre ellas. Pero cada vez menos personas pueden decir que posean el dominio de su tiempo. Su tiempo pertenece, en realidad, a otros, que a menudo no sabemos quiénes son exactamente.

En ese cuento de las veinticuatro horas dejamos de creer hace algunos años. Las típicas veinticuatro horas quizá sean útiles para vender relojes y teléfonos, para hacer sonar el despertador tempranito, para llegar al tren antes de que se cierren las puertas y desaparezca, para que no se pase la comida, o peor, para que no quede cruda, y cosas por el estilo. Pero ya no valen para pensar que son tiempo bastante y que posees una franja que te pertenece, y en la que el mundo no va a meter las narices.

La pérdida de control sobre todo lo que alguna vez fuimos capaces de mantener a raya es escandalosa. Para casi todo lo que antes podíamos hacer por nuestra cuenta –imagínate, abrir un libro– ahora algunas personas necesitan ayuda. Uno por uno nos parecemos mucho a la archifamosa bolsa de plástico de American Beauty, a merced de la ráfaga de aire que sopla en cada momento. Ni las manos a la cabeza, sin embargo, nos hace llevar el destrozo. Supongo que tendríamos que estar vivos, ser capaces de revelarnos contra el estilo de vida alienante que nos impide desconectar del trabajo, de las redes sociales, de la atención que prestamos a todo aquello que no la merece.

Ya hemos llegado a ese punto en el que hay gente que está pagando para poder leer sin móvil, sin estrés, sin distracciones de las que nada se puede obtener, salvo la pérdida fútil y continuada del tiempo. ¿Podría hacerse gratis? No hay que descartarlo. Mal que bien, mucha gente todavía lo consigue. Otras personas precisan del incentivo de desplazarse un fin de semana a una ciudad tranquila, alojarse en un hotel con encanto, en el que se respira calma, y encontrarse con personas que han hecho exactamente lo mismo, es decir, desembolsar cuatrocientos y seiscientos euros, para entre todos, sumando voluntades, ponerse a leer después de dejar el móvil en la habitación, y, como colofón, compartir con un escritor las impresiones de la lectura. Hay opciones más económicas, que no por ello denotan menos falta de dominio sobre tu fuerza de voluntad, como la proliferación de sucursales del The Offline Club. En estos espacios urbanos pagas diez euros por dejar el móvil en una taquilla y que no te permitan recuperarlo hasta dos horas después. En ese tiempo no puedes más que entablar conversación con gente igual de alienada que tú por la necesidad de conexión permanente a una pantalla. Damos un poco de miedo.

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