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Mar-a-Lago es lo que ya sabemos

"Trump amenaza, pero la partida se juega para ver quién mantiene la sangre fría, aunque hay señales de que va de farol"

El presidente del Tribunal Supremo defiende el poder judicial ante la arremetida de Trump

El presidente del Tribunal Supremo defiende el poder judicial ante la arremetida de Trump / Niall Carson/ Europa Press

Los periodistas, los analistas, los podcasts de todos sitios lo comentan. Los operadores de Wall Street se inquietan y leen artículos del todo el mundo para aclarar sus posiciones. Los analistas están pendientes de la noticia. Trump tendría un plan y lo ha firmado en su residencia de Mar-a-Lago. Su inspirador sería Stephen Miran, presidente del Consejo Económico de Trump. Discípulo de Martin S. Feldstein, quien mantuvo el mismo cargo con Ronald Reagan, se considera que Miran mantendrá la obsesión por el problema del déficit de su maestro, miembro también del famoso “think-tank” de Los Treinta, que se centró sobre todo en la balanza de pagos como el principal problema de la economía americana.

Así que si Trump tiene un plan parece que se mueve en continuidad con esta línea de pensamiento que viene de Reagan. Este, para resistir las presiones proteccionistas de sus industriales y empresarios, impuso el Plaza Accord de 1985 en el que se devaluó la divisa estadounidense, revaluada anteriormente hasta el 50%, frente a las grandes monedas de la época, las europeas y la japonesa. La economía japonesa ya no levantó cabeza después. El dilema entonces estuvo entre el proteccionismo que demandaba la industria y la gran agricultura de exportación o la devaluación del dólar. Reagan convenció a sus aliados de que era preferible la segunda opción. Como ahora se habla de proteccionismo por parte de Trump, se supone que lo que en el fondo se quiere es una devaluación. Sólo que como el presidente no sabe, no puede o no quiere negociarlo, amenaza con el proteccionismo hasta que los socios se rindan.

Sabemos que la devaluación tiene beneficios. La pregunta es si el proteccionismo llevará por sí sola a la devaluación del dólar. Lo que determinó que Reagan optara por la devaluación fue que el proteccionismo generaba inflación y que el dólar estaba increíblemente alto a consecuencia de las medidas de Nixon. Este reaccionó a la estanflación de su época y pudo controlar la inflación subiendo tipos y fortaleciendo el dólar al elevarlo a moneda de pagos internacional del petróleo. Pero eso no aumentaba la competitividad exportadora. En efecto, la solución Nixon hundió la industria automovilista americana. Reagan no quería volver a la estanflación, sino aumentar las exportaciones americanas y equilibrar balanza de pagos. Pero mantener el dólar como moneda mundial y la vez devaluado es muy difícil. Estados Unidos estaba condenado a vivir endeudado. 

El proteccionismo actual no es la meta, sino devaluar el dólar, pero no se quiere renunciar a que sea la moneda internacional de pagos. ni a los acuerdos de Bretton Wood, que generaron la estructura financiera mundial hasta el presente, pues esto daría una oportunidad a China frente al FMI y el Banco Mundial. En realidad, la necesidad devaluadora busca dos cosas a la vez. La primera, mejorar las exportaciones. La segunda, disminuir el valor de la inmensa deuda que Estados Unidos mantiene con dos grandes zonas: China y Europa.

Las dos cosas juntas constituyen el mal endémico de las grandes potencias imperiales. La deuda de Estados Unidos tiene su origen en que, sin una política fiscal justa, que aumenta la competitividad de su capitalismo, tiene necesidad de financiar compras desproporcionadas al exterior, el balance comercial que lleva las riquezas del mundo al confort USA. Ahora, Estados Unidos aspira a equilibrar sus estructuras económicas haciendo que paguen los otros su alto nivel de vida, devaluado la deuda que ha contraído para mantenerlo. Pues si tiene que pagar esa deuda no podrá hacer frente a los retos de reconstrucción de infraestructuras que necesita para dotar a sus clases medias empobrecidas de un futuro. El Estado está maniatado sobre una base capitalista boyante.

Detrás de Trump hay algo menos que un plan. Es más bien la desesperación. Estados Unidos, si no hace algo, está en la situación de Felipe II: declarar el default. No puede atender a su imperio y a la vez superar la pobreza de la gente que produce. El default despreciaría el dólar, dejaría en papel mojado la deuda pública, pero el dólar dejaría de ser moneda de pagos y el gasto reputacional sería letal. No mejoraría la capacidad exportadora de Estados Unidos y hundiría su posición hegemónica.

Así que Trump se mueve con muy poco margen. Su desesperación le lleva a tomar estas medidas amenazadoras, pero puede subir la inflación sin aumentar exportaciones, con la estagnación a la vuelta de la esquina. La partida se juega para ver quién mantiene la sangre fría, pero hay algunas señales de que Trump va de farol. Que Estados Unidos haya elegido a un presidente tan y coactivo está a la altura de la desesperación que padece.

Para entenderlo debemos recordar la negociación de Nixon cuando impuso el dólar como moneda de pago, o de Reagan para imponer la devaluación. En ambos casos se cambió economía por protección militar. Nixon ofreció a los emiratos y a Arabia Saudita, que por aquel entonces controlaban la OPEP, la defensa militar frente al mundo árabe favorable a la URSS -sobre todo Irak. Reagan hizo lo mismo a Europa y a Japón. Pero hoy, que ya no existe la URRS, hay que crear la amenaza, porque de otro modo la protección militar vale poco en la mesa de negociaciones. Este es el sentido de que Trump tenga que poner en marcha la amenaza de Putin con la que negociar frente a Europa. Desde perdonar la deuda, reequilibrar la balanza o devaluar el dólar. O todo junto.