Opinión | CRÓNICAS GALANTES
Queda suspendido el temporal
La noticia de que los gallegos siguen haciendo vida normal bajo la lluvia, el viento, el granizo, los rayos y los truenos no debiera sorprender a nadie a estas alturas

Una joven intenta evitar que el viento destroce su paraguas. / EFE
Abundan estos días en TikTok y otras redes juveniles los vídeos que informan de las últimas borrascas en Galicia. Las imágenes de viento y lluvia, tan ordinarias por aquí, van acompañadas de una queja general: "¡Con la que está cayendo y no se suspenden las clases!". Mucho es de temer que ese reproche lo formulen los alumnos afectados, aunque tampoco hay por qué malpensar.
La noticia de que los gallegos siguen haciendo vida normal bajo la lluvia, el viento, el granizo, los rayos y los truenos no debiera sorprender a nadie a estas alturas. Si el Gobierno de este Reino autónomo cerrase los colegios e institutos cada vez que viene una borrasca, los chavales perderían varios meses del curso.
Conocedoras del peculiar clima de este país, las autoridades gallegas solo suspenden la actividad lectiva cuando hay razones para pensar que el cielo está a punto de desplomarse sobre nuestras cabezas. Ese era el único temor del destemido Abraracúrcix, jefe de la tribu celta de Astérix.
Cierto es que la Xunta canceló las clases en alguna de las zonas de mayor riesgo ante la llegada del Eowyn, la Herminia y el Ivo, miembros de la reciente cabalgata de galernas que afectó a Galicia. Se trata de excepciones a la regla general, naturalmente. El cierre total e incluso el consejo de recluirse en casa solo se formuló en muy contadas —y justificadas— ocasiones, como la del ciclón Hortensia.
Más hacedero que suspender las clases sería, sin duda, suspender el temporal por decreto. Lamentablemente, ya no está en activo Santiago Pemán, nuestro particular druida meteorológico que, según la leyenda, gobernaba a placer sobre las isotermas y las isobaras. Pemán era el único que acertaba con precisión de brujo el trasiego de borrascas y anticiclones por la atmósfera de este reino. Solo él podría conjurar a los temporales.
Tampoco hace falta, en realidad. Pasaron ya los tiempos en que el verano, acosado por la inacabable temporada de lluvias, duraba solo un día al decir de los más memoriosos. Únicamente se cruzaban apuestas sobre si ese único día de sol caería en lunes o en jueves. Pero el clima ha cambiado mucho desde entonces.
Las borrascas de ahora, aunque sigan llegando una tras otra en convoy ferroviario, ya son cosa leve y como de andar por casa. Si llueve, que llueva, dicen los gallegos de lluvia y calma cuando escuchan los avisos de tempestad. Levemente británicos, se limitan, como mucho, a alzar una escéptica ceja.
Las que esos días de atrás azotaron este país no pasaban de ser, a fin de cuentas, brisillas con rachas de cien kilómetros por hora; y las lluvias, una visita de lo más habitual en estas fechas. El miedo no es una opción en Galicia cuando se trata de disturbios meteorológicos.
La experiencia nos ha enseñado que nunca llovió que no escampara. En cambio, los efectos de la suspensión de clases —y la subsiguiente falta de escuela— suelen ser mucho más perjudiciales a largo plazo para el país. Igual no es casualidad que los alumnos gallegos destaquen por su rendimiento en los informes PISA. Por mucho que se quejen en las redes sociales, no paran de estudiar ni con las tormentas.
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