Opinión | MACONDO EN EL RETROVISOR

Un mundo raro

El futuro ya no pasa por mirar hacia adelante con la certeza de que todo lo que nos espera va a ser mejor

Inteligencia artificial.

Inteligencia artificial. / .

Cuando los niños de los 80 soñábamos con el futuro lo hacíamos a lo grande. No sé si alimentados por la fantasía y las posibilidades infinitas de la precaria ciencia ficción de la época; o por el aliento y la influencia de nuestros mayores, que zarandeados por los estragos de una dictadura de casi 40 años, creían a pies juntillas que España sólo podía ir a mejor. Y durante mucho tiempo los avances sociales, los económicos y los tecnológicos no hicieron más que alimentar aquella fantasía, hasta que llegó el momento en que nos tocó reconocer que la cosa se había torcido, y que nada indicaba ya que lo que viene vaya a ser necesariamente mejor que lo anterior, sino todo lo contrario. 

Para comprobarlo no hay más que analizar la situación y las expectativas de la juventud de nuestro país, cuya precariedad copa titulares a diario. La pasada semana el Consejo de la Juventud de España publicó un informe en el que daba a conocer que sólo el 14,8% de los jóvenes que tienen entre 16 y 34 años han logrado emanciparse, la cifra más baja desde 2006. Pero además, casi el 70% de los que lo consiguieron vive de alquiler, y la mayoría comparte casa con tres o más personas para dividir gastos. Y aun así, casi la mitad de ellos, apenas consigue ahorrar 100 euros al mes.

Está bien claro que esa regla no escrita y colectivamente aceptada durante años de que: a los hijos siempre les esperan mejores cosas que a sus progenitores, se ha ido al garete. Aunque habrá quien diga que siempre ha habido precariedad en los primeros años de la vida adulta, la diferencia ahora está en la falta de expectativas de mejora. 

Y con estos mimbres, los centennials (nacidos entre 1997-2012) y los millennials (1981-1996) se las han tenido que apañar para cambiar las reglas de juego de lo que supone hacerse mayor, en un ejercicio de adaptación etológica, que ríete tú del reino animal, sobre todo porque el espejo en el que deberían poder mirarse: la trayectoria vital de sus padres, no tiene nada que ver con la realidad que les ha tocado vivir. 

No les ha quedado otra que crear o rescatar dinámicas, valores y comportamientos, que irónicamente se convierten en objeto de análisis y de curiosidad para la sociedad y los sociólogos, que contemplan sorprendidos cómo a menudo sus retoños miran a un pasado mucho más remoto que el de sus progenitores como fuente de inspiración, un pasado que ellos desdeñaron por obsoleto y básico. 

Así que como muchos de sus abuelos y bisabuelos, tampoco se fían de los bancos y apuestan por alternativas como las criptomonedas. Le quitan importancia al trabajo y dejan de medir el éxito en la vida por el ya desfasado tanto tienes, tanto vales. Defienden la reducción laboral y la jubilación temprana. Viven al día, porque no les queda otra. Y ponen en valor tendencias totalmente contrarias a tópicos asociados a la juventud, como dejar de beber alcohol, en lo que ya se conoce como el movimiento templanza’o promover la opción de la abstinencia sexual.

Ajustes, para bregar con un presente que creíamos superado, en el que se ven obligados a irse de su ciudad o de su país para poder encontrar un trabajo y un salario, que aun así muchas veces no les permite acceder a la vida adulta que soñaban. Una en la que se pudieran permitirse el lujo de vivir solos o en compañía, pero por elección y no por necesidad. En la que tener o no tener hijos fuera una decisión propia, libre y sin consecuencias catastróficas en la situación laboral y personal. 

La inteligencia artificial, los coches eléctricos o todos los robots del mundo no compensan la falta de tranquilidad, que en última instancia es el mayor indicativo de realización personal y de éxito en la vida, porque supone que tenemos cubiertas todas las necesidades. 

Es un mundo raro este en el que parece que el futuro ya no pasa por mirar hacia adelante con la certeza de que todo lo que nos espera va a ser mejor. Cada vez es más obvio que más tecnología, más opciones de ocio, más comida o más ropa no son la respuesta. Aunque lo mejor es que, quiénes deben ser conscientes de ello, nuestros jóvenes, parecen tenerlo muy claro. Por eso están cuestionando todos los valores, las metas y los sueños que creíamos logros. Y quizás esa sea la verdadera evolución.