Opinión | UN CARRUSEL VACÍO

Trump en la Habitación Roja

Cierto es que el verdadero "jefe en las sombras", Elon Musk, ha contribuido a este triunfo con toda la artillería pesada en forma de feroces campañas desde las redes sociales

Trump en la Habitación Roja

Trump en la Habitación Roja / LA PROVINCIA

No olvidemos que Hitler ganó unas elecciones. No lo olvidemos porque, quizá, nos sirva para justificar, en parte, lo que está pasando en el mundo: el hecho de que la historia sea cíclica y repitamos errores una y otra vez. Desde hace más de una semana, los titulares resultan estremecedores: redadas contra migrantes en Estados Unidos, deportaciones, fin de regulaciones energéticas, fin de la protección de las personas transgénero… El regreso de Donald Trump al gobierno de Estados Unidos ha abierto una nueva era del terror. Pero, insisto: no debemos olvidar que ha ganado unas elecciones.

Cierto es que el verdadero "jefe en las sombras", Elon Musk, ha contribuido a este triunfo con toda la artillería pesada en forma de feroces campañas desde las redes sociales. Más que contribuir, podría decirse que ha resultado fundamental en el trágico resultado. No es una exageración afirmar que una red social podría haber decidido el futuro de la humanidad, porque, tal y como está planteado el mundo ahora mismo, con Estados Unidos al frente, tenemos como gobernante supremo a una persona potencialmente muy peligrosa.

Sin embargo, el papel determinante de la red X no les resta responsabilidad a todos los votantes, pues, más allá de las redes, tecnologías e inteligencia artificial, los seres humanos todavía conservamos la voluntad de decidir. Esto me lleva a cuestionarme hasta qué punto impera la ignorancia en el mundo. Entonces, vuelvo a recordar que Hitler ganó unas elecciones.

Últimamente, tengo una fantasía recurrente en la que alguien acompaña a Trump hasta la entrada de la Logia Negra: esa dimensión alternativa y tenebrosa creada por David Lynch para la serie que lo condujo al estrellato: Twin Peaks (1990). En las afueras de la ficticia población de Twin Peaks, en el Estado de Washington, existe un claro en mitad del bosque, bautizado como "Glastonbury Grove". Cuando Saturno y Júpiter se alinean, es posible acceder a la Logia Negra, habitada por criaturas malignas que se alimentan del sufrimiento humano. Muchos lectores recordarán la famosa "Habitación Roja": ese espacio con cortinas rojas, suelos blancos y negros y un sillón oscuro ocupado, a veces, por Laura Palmer, y en otras ocasiones por el Agente Cooper, el protagonista de la serie. La Habitación Roja era una especie de sala de espera en la que el tiempo funcionaba de manera distinta: se aceleraba o se ralentizaba. La frecuentaban criaturas malvadas y benignas; algunas, verdaderamente esperpénticas, aunque entrañables, como un gigante o un enano bailarín.

Pues bien; yo me imagino, entre ellas, a Trump, sentado en el sillón y con un gesto a medio camino entre la furia y el desconcierto. Quizás intentaría gritar, pero su voz se ralentizaría, porque eso es lo que ocurría en la Habitación Roja –el mismo color que iría adquiriendo, progresivamente, su rostro, a causa de la frustración–. Y resultaría muy cómico verlo allí, sumido en una pataleta por no ser capaz de escapar. Atrapado para siempre en otra dimensión, con el enano bailarín realizando extraños bailes a su alrededor.

La repentina muerte de David Lynch el pasado 15 de enero dejó huérfanas a todas esas criaturas. Más allá del mérito de crear el universo de Twin Peaks, siempre será recordado por obras como Mullholand Drive (2001), El hombre elefante (1980), Cabeza borradora (1977) o Terciopelo azul (1986). Esta última fue la primera que vi de su filmografía. En ella, un psicópata se emocionaba cuando escuchaba a Roy Orbison cantando In Dreams. La verdad es que no podemos negarle el buen gusto musical.

Mullholand Drive me sorprendió y, a la vez, no pude dejar de desconcertarme, con ese desconcierto made in Lynch que luego pasa horas y días zumbando dentro de nuestra cabeza, abriendo posibles hipótesis que expliquen el argumento. Fui a verla hace unos años a una sesión especial de la sala Golem, en Madrid, con un amigo que pronto dejó de serlo. Es curioso, porque también descubrí Twin Peaks gracias a otro amigo que, tras una década compartiendo aventuras y confidencias, no tuvo ningún apuro en expulsarme de su vida ante el primer contratiempo. Por eso, de alguna forma, asocio la filmografía de Lynch con la probada inconstancia de la amistad y me repito aquello que cantaba Julio Iglesias: "Las obras quedan; la gente se va".

Y menos mal que eso permanece, porque, ¿qué sería de nosotros sin poder refugiarnos en el arte? Especialmente ahora, cuando la realidad nos amenaza con estallar. Mientras, continúo imaginando a los enemigos de la paz, la conciliación y el medio ambiente atrapados en una sala extraña, inquietante, sin salida. Esperando eternamente.