Opinión | LA SUERTE DE BESAR

Lo pequeño importa

Anhelo a un 'dimoni' que, con solo mover un dedo y sin ningún aspaviento, haga cambiar la tendencia hacia la humildad

El ensayo de los 'Goigs' en la Concòrdia de Sant Antoni de Manacor.

El ensayo de los 'Goigs' en la Concòrdia de Sant Antoni de Manacor. / RF

En el vídeo se ve perfectamente. Son las dos del mediodía, minuto arriba minuto abajo, y la plaza está repleta de gente con ganas de ver a los dimonis y con ansia de fiesta. El grupo sale y son recibidos con un entusiasmo que ni los Rolling Stones. La masa empieza a saltar y a gritar la consigna "Boti, boti, boti, artanenc el que no boti". Nada nuevo bajo el sol. Sabemos que las fiestas populares se nutren, en parte, de la competitividad entre pueblos vecinos. El Sant Antoni de Manacor es mejor que el de Artà, los fuegos artificiales de Portocristo son superiores a los de s’Illot. Un clásico.

En ese punto, las opciones eran varias. Los dimonis podrían haber empezado a bailar haciendo caso omiso (algo probable), alguien podría haber lanzado un sermón sobre buen comportamiento a través de un megáfono (menos probable) o podría haber pasado lo que sucedió (algo fascinante). Ningún dimoni se movió, salvo uno que comenzó a negar con su dedo índice. Tras varios gestos y sin saber muy bien cómo, el gentío comenzó a gritar "Que boti, que boti, que boti Manacor". Y, así, gracias a un movimiento minúsculo de una persona a quien ni tan siquiera veíamos la cara, se pasó de la confrontación al refuerzo y al festejo de lo propio. Y, por supuesto, comenzó el baile. El vídeo es de la Revista07500 y es un chute de entusiasmo y optimismo.

Escucho la radio todas las mañanas de camino al trabajo. Escucho a los tertulianos compartir su opinión con grandilocuencia. La mayoría de los oyentes sabemos lo que piensa Menganito o Zutanito antes, incluso, de abrir la boca. Sabemos que, si ponemos tal dial, los de un color político son Satanás y los otros son los salvadores de la humanidad. Los colaboradores de la tertulia ponen el grito en el cielo cuando comentan el último Consejo de Ministros, pontifican, sentencian y yo, que trato de escucharles atentamente, me siento a años luz de tanta pomposidad. Anhelo a un dimoni que, con solo mover un dedo y sin ningún aspaviento, haga cambiar la tendencia hacia la humildad.

Un buen amigo tiene un restaurante en el que sólo sirve pescado a la plancha. Algo sencillo y sin pretensiones, pero honesto. Hace unos meses, un cliente le cuestionó la procedencia de la materia prima y él, que si algo tiene son principios, le invitó a salir por la puerta grande. No gritó ni se justificó, pero marcó un límite con una acción, de nuevo, ínfima. Para poner límites no es necesario chillar.

Todos hemos tenido un compañero de clase de quien reírse. Por tímido, por feo, por gordo o por mal estudiante. De mí se mofaba una chica porque me pasaba los recreos haciendo laterales. Ciertamente, no era una diversión muy convencional, pero era una mezcla de frustración por no ser Nadia Comaneci, no tener buenas amigas, no encajar y ser un poco hiperactiva. Un día que la abusona me señalaba jaleada por su pandilla, una chica de último curso se acercó a ella y le puso un dedo sobre sus labios exigiéndole silencio. La chica era conocida por fumar en los baños y eso, en cierta época, imponía. La acosadora enmudeció y yo respiré. Gestos pequeños. Grandes resultados. Postdata: Gracias, dimoni manacorí.