Opinión | PENSAMIENTO PERIFÉRICO

Cuando el 'no' es 'sí'

No es la primera vez que Sánchez cambia radicalmente de opinión. Ya lo hizo a propósito de la amnistía, a la que tanto se había opuesto, para lograr la investidura

Imagen del hemiciclo del Congreso de los Diputados.

Imagen del hemiciclo del Congreso de los Diputados. / Europa Press

Un gobierno minoritario como lo es el de Pedro Sánchez no puede comportarse como si fuese gobierno mayoritario, por mucho que no exista una mayoría parlamentaria alternativa que pueda derrocarlo. En caso contrario se expone a ser derrotado. Y eso es justamente lo que le sucedió la semana pasada como consecuencia de la negativa de Junts per Catalunya a dar el visto bueno a la integridad de las medidas contenidas en el decreto ómnibus con el que el Gobierno el pretendía sortear la ausencia de Presupuestos Generales del Estado. Esa negativa provocó que decayesen diversas disposiciones vinculadas al denominado escudo social, como las ayudas al transporte, el incremento de las pensiones, la actualización de las bases de cotización, la prórroga de la vigencia del salario mínimo interprofesional o la prohibición de desahuciar y de cortar los suministros básicos a los hogares vulnerables, muchas de las cuales eran susceptibles de afectar a amplias capas de la población, circunstancia que provocó una notable alarma social.

El deseo de Junts y del PP, que también se había opuesto a la convalidación del decreto, de no aparecer a ojos del electorado como los culpables del decaimiento de las medidas sociales llevaron a esos partidos a solicitar al Gobierno que lo trocease a fin de discriminar los distintos aspectos del mismo y poder votarlos separadamente. Nada que resultase inusitado. La respuesta del presidente Sánchez, sin embargo, como si de mayoría absoluta dispusiese, fue un rotundo no. Debió pensar que culpabilizar a la oposición de que su gobierno no fuese capaz de sacar adelante medidas de alto impacto social, acusándola de causar dolor social, era una buena táctica para desgastarla, hasta que debió caer en la cuenta de que la responsabilidad de gobernar es del gobierno y no de la oposición y que no podía culparla de su fracaso negociador, y más cuando esta ya había anunciado su voto favorable a muchas de esas medidas a condición de que el decreto se fragmentase.

Por ello ese no fue tan rotundo como breve porque finalmente, y a riesgo de que el decreto fuese nuevamente rechazado y a que se empezasen a dejar sentir los efectos perniciosos de su ausencia, Sánchez rectificó y aceptó elaborar un nuevo decreto acatando parte de las condiciones de Junts. Por un lado, las que tenían que ver estrictamente con el decreto, y por otro, permitiendo la tramitación la proposición de ley con la que este partido pretende instar a Sánchez a someterse a una cuestión de confianza y que se había convertido en la condición sine qua non para mantener la colaboración con el él. Por tanto, el no lo fue solo de entrada.

No es la primera vez que Sánchez cambia radicalmente de opinión. Ya lo hizo a propósito de la amnistía, a la que tanto se había opuesto, para lograr la investidura. Pero lograr ser investido no implica tener garantizada la gobernabilidad y eso es algo que Sánchez parece olvidar con demasiada frecuencia pese a la recurrencia de tropiezos parlamentarios. El hecho de que sea extremadamente difícil que se arme una mayoría alternativa no es motivo suficiente para que se muestre tan inflexible, de entrada, si al final va a acabar cediendo. Su credibilidad se ve resentida. Más le convendría, desde el principio, tener más flexibilidad y sobretodo ser más honesto asumiendo lo que todo el mundo sabe y es que depende de Junts. Porque aunque esta formación también haga cesiones y también caiga en contradicciones hoy por hoy es la única del bloque de investidura dispuesta a decirle que no. De lo contrario, como hasta ahora, la mayoría de sus noes acabarán en síes.