Opinión | VIERNES SOCIALES
Lobos y corderos
Es difícil comprender que personas civilizadas estén empeñadas en arruinar los pilares de la civilización que ha hecho posibles todos sus logros

El presidente de Estados Unidos, Donald Trump. / Europa Press/ Chris Kleponis
Es difícil comprender la actitud de los que se oponen a las ayudas sociales, a la sanidad universal, a la educación pública y gratuita para todos, al derecho a una vivienda digna y a un salario justo, a los que aplauden la llegada de Trump, de Milei, de tantos que piensan que un país se sanea eliminando a los débiles y fortaleciendo a quienes no lo necesitan, como si los seres humanos no fueran un todo, sino entes aislados en un mundo egoísta sin empatía alguna. Los que jalean estas medidas parecen creerse a salvo de cualquier adversidad, ajenos a las catástrofes que amenazan nuestra vida.
No hablo solo de huracanes ni de terremotos, esos fenómenos con que la naturaleza nos recuerda de vez en cuando quién manda, igual que sucede con las pandemias, solo hace falta volver la vista al coronavirus. Hablo sobre todo de crisis económicas, del hundimiento de la bolsa, de esos golpes con que el mercado suele castigar sobre todo a los humildes, pero también a los soberbios que han convertido el dinero en su religión y su credo. Cualquier día puede convertirte en la versión opuesta de quien crees que eres, poner patas arriba lo cotidiano, dejarte sin trabajo, sin techo, sin familia, arrojarte a la calle, a las oficinas de empleo, a los comedores sociales, igual que a tantos otros antes.
Y aun así, quienes están en contra de las ayudas sociales, se siguen creyendo inmunes, protegidos por esta gente que saca pecho aplastando a los inmigrantes, y además hace de ello promesa electoral. Es fácil caer en el pesimismo, pensar que no tenemos remedio, creer que al final somos todos lobos contra corderos, una jauría que deja atrás a quienes no pueden seguir el ritmo. Pero quiero creer que no estamos condenados a la extinción temprana solo porque algunos estimen conveniente salvarse ellos abandonando al resto. Arsuaga no deja de enseñarnos que los hombres primitivos protegían a sus ancianos y a sus enfermos, y eso que avanzaban contra todos los elementos atmosféricos adversos, y lo tuvieron bastante más difícil que esta sociedad acomodada criada entre pañales. Si sabemos que solo juntos podemos sobrevivir, es difícil comprender que personas civilizadas estén empeñadas en arruinar los pilares de la civilización que ha hecho posibles todos sus logros, incluido el de la democracia, que solo acatan cuando son ellos los elegidos.
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