Opinión | VERDIALES

Mi verano invencible

La literatura no es un ibuprofeno, no consigue que el dolor desaparezca o disminuya, no alivia el sufrimiento ni cura ninguna dolencia, pero hay libros que me ayudan a sobrellevar el pesar que me invade en días como los de este interminable mes de enero

La escritora Mary Oliver, con uno de sus perros.

La escritora Mary Oliver, con uno de sus perros. / Rachel Giese Brown

Siempre he defendido, dicho, escrito, y lo sigo haciendo, que la literatura, el arte en todas sus formas, en realidad, no es un ibuprofeno, un analgésico, no consigue que el dolor desaparezca o disminuya, no alivia el sufrimiento ni cura ninguna dolencia. Me refiero, claro, a la dimensión física de la enfermedad, a su manifestación en ese cuerpo que alberga, según dicen, el alma.

Lo advierto porque es importante insistir en ello, sobre todo en tiempos como los que vivimos, tan inestables, ideales para los falsos profetas, perfectos para los adalides de la autoayuda (pocos términos tan mentirosos como ese), ahí tienen a la autora superventas que predica que la actitud ante la vida puede ser un factor para padecer cáncer (su padre ha defendido las terapias de conversión en artículos publicados en prensa).

Es cierto, sin embargo, que hay libros y escritores, exposiciones y artistas, películas y escenas (ahora que se han cumplido 30 años del estreno de Antes del amanecer, busquen la de la tienda de discos, con el Come here de Kath Bloom sonando de fondo) que ayudan a sobrellevar el profundo pesar que en días como los de este interminable mes de enero nos invade, a mí al menos (nada más detestable que el plural mayestático, en la escritura y en la vida).

Por eso ahora mismo está en mi mesilla Vita longa, donde Mary Oliver asegura que "cualquier fuerza vital debe poseer un mecanismo que le recomiende la existencia; lo que parece ornamentación o fantasma es pura utilidad", y se pregunta: "¿Cómo no saber que vivimos ya en el paraíso?". Pero a mí se me olvida, o no reparo en ello, no le doy la suficiente importancia a la suerte de estar rodeada de Naturaleza, escrito así, en mayúscula, pues sólo de ese modo puede describirse cuando en un entorno tan hostil, irrespirable, un árbol ha sido capaz de crecer, vigoroso, en la parte superior de la Puerta de Toledo, en Madrid.

Si pasan, o pasean, mejor, por los alrededores, fíjense en sus ramas, frondosas y verdes, salientes, llamando la atención de los caminantes inquietos, observadores. Cada cierto tiempo, el estipulado, los bomberos del parque que hay en una calle cercana, a unos cientos de metros del monumento, acuden a cortarlas, contienen, hasta equilibrarlo, el ímpetu de esa Naturaleza en su cruzada por la vida.

Porque, y vuelvo a Mary Oliver, "cualquier fuerza vital debe poseer un mecanismo que le recomiende la existencia; lo que parece ornamentación o fantasma es pura utilidad". También ese árbol que primero fue una semilla, tal vez más, unas cuantas que quién sabe cómo llegaron a lo alto de ese arco de triunfo, el viento, alguien las lanzó, o el puro azar, sí, fue eso, germen de nuestra existencia.

No ha sido fácil detenerme en ese detalle de un paisaje que frecuento casi a diario. L. dice que, para ser escritora, soy poco observadora. Tiene razón, pero no porque no haya visto antes ese milagro. Reconozco, lo confieso, que no he sido capaz de darme cuenta, egoísta, de que la persona que duerme a mi lado, una de las razones por las que me despierto, ha vuelto a sonreír, no le he concedido a eso la relevancia que tiene cuando es lo único que importa, todo lo demás, novelas, entrevistas, críticas, premios, es intrascendente.

Sí, ella se ríe de nuevo, y lo hace después de haber sufrido el trauma de ser denostada profesionalmente, despreciada, arrinconada y herida. Es, por fin, quien fue, esa persona a la que le arrebataron la alegría, la guasa, las ganas de conversar y bailar, el deseo de conocer, la curiosidad. Es fácil anular a alguien (¿han visto Luz de gas, la versión de George Cukor?), también ruin y muy cobarde. Lo difícil es, una vez vivido algo así, rehacerse, reconstruirse. Y ella lo ha conseguido. Es mi verano invencible.