Opinión | LAS CUENTAS DE LA VIDA

Escapismos

El mundo de ayer va desapareciendo ante nuestros ojos y con él una forma de entender la política y de afrontar los desafíos

La erosión económica ha terminado provocando muchas otras fracturas: culturales, ideológicas…

La erosión económica ha terminado provocando muchas otras fracturas: culturales, ideológicas… / Ingimage

Los cambios culturales miran hacia la economía y se diría que ningún país occidental –exitoso o fallido– logra escaparse a su influjo. Es el resultado de tres décadas de globalización y de una fuerte implantación de la realidad virtual –desde los videojuegos hasta las redes sociales– en nuestras vidas. Convertida ya en tópico, la caída del muro de Berlín cerró en 1989 el siglo XX de un modo algo distinto a lo que creíamos entonces. Si el triunfo del liberalismo se daba por seguro tras el desmoronamiento de la URSS, ahora asistimos a una revuelta que apunta directamente al corazón de los valores de la posguerra. La deslocalización industrial y la apertura de fronteras propiciaron la erosión de los estándares de vida en las clases medias. La respuesta inmediata de los gobiernos –temerosos de perder el poder– y de la ciudadanía fue un masivo endeudamiento público y privado: la vieja solución de las burbujas. Funcionó durante un tiempo como terapia de choque, mientras año tras año se iba erosionando el suelo común de la prosperidad. A ello se sumó el crecimiento descontrolado de una burocracia que miraba más al pasado que al futuro.

Estoy convencido de que no será la falta de competitividad, ni la obsolescencia programada de la demografía, ni los populismos lo que terminará por finiquitar el modelo de bienestar que ha caracterizado a las sociedades europeas en estos últimos setenta años, sino los excesos burocráticos que están dinamitando cualquier dinamismo. El listado de trámites sencillos que antes se podían hacer sin pedir permiso al gobierno es inacabable. Enumerarlos produciría vértigo. La fractura entre clases sociales ha ido agrandándose desde 1989 a una velocidad cada vez más mayor. Un pequeño grupo, situado en los percentiles altos, captura la mayor parte de la tarta de los beneficios. Esta es una tendencia ascendente que acompaña la pérdida de valor del factor trabajo. La inclinación natural de las clases dominantes a perpetuar su estatus, unida al miedo de las clases medias por perderlo, ha hecho el resto. Ninguna subida salarial, por potente que sea, resolverá el problema acuciante de la vivienda en las geografías de éxito. Con la economía de escala, unas pocas zonas urbanas concentran las oportunidades a precios exclusivos (y excluyentes). Del mismo modo, la sustitución de la educación pública por la privada parece imparable en los sectores clave. Todo ello crea una segmentación de clase social que, a la larga, terminará siendo genética a medida que los iguales vayan reproduciéndose entre ellos. Estamos volviendo a una sociedad profundamente estratificada, a un mundo formado casi por castas, que debería inquietarnos si nos tomásemos en serio los valores de nuestra civilización.

La erosión económica ha terminado provocando muchas otras fracturas: culturales, ideológicas… O si se prefiere, las ha exacerbado. Una de las tendencias más evidentes de nuestro tiempo es que, con la fragmentación identitaria, vivimos cada vez más en universos paralelos y que, al mismo tiempo, estos universos tienen elementos indiscutiblemente irreales. Pero la realidad siempre vuelve, a menudo en forma de pesadilla. El mundo de ayer va desapareciendo ante nuestros ojos. Y con él una forma de entender la política y de afrontar los desafíos. Haríamos mal si decidiésemos cerrar los ojos. El escapismo nunca ha sido la solución.