Opinión | VERDIALES

¿Dónde estás, mundo bello?

La lista de dislates trumpistas, algunos de efecto inmediato más allá de las fronteras estadounidenses, es interminable y el abatimiento, generalizado

Donald Trump, durante su investidura como 47 presidente de EEUU.

Donald Trump, durante su investidura como 47 presidente de EEUU. / AP

Qué mundo, qué horror. Fue lo único que pude decir, escribir, el pasado lunes tras ver un somero resumen, pues no quise detenerme más, perder el tiempo en ello, de la toma de posesión de Donald Trump como presidente de Estados Unidos, la segunda vez que el magnate se convierte en comandante en jefe de las Fuerzas Armadas de su país, el primero en hacerlo después de haber sido condenado por un juez.

Menos mal que no tengo hijos, pensé, también, y es posible que lo verbalizara, que se lo dijera a L., por fortuna decidimos no ser madres, así no tendrán que enfrentarse a esta realidad que se empeña, cada vez más, en superar a la ficción, por muy distópica (“Representación ficticia de una sociedad futura de características negativas causantes de la alienación humana”, según la definición recientemente incorporada al Diccionario) que sea.

Más tarde, al acabar nuestro capítulo diario de la serie La diplomática, con Keri Russell, la añorada Felicity para mi generación, como encarnación de todo aquello que la política internacional debería ser y no es, intenté no coger el móvil, no entrar en las redes sociales en las que, reacia, todavía estoy. Pero lo hice, me pudo la curiosidad, motor de mi vida, periodística y literaria.

Entonces, me encontré al hombre más rico del mundo reproduciendo lo que yo interpreté como el saludo nazi, un gesto obsceno, hiriente, provocador (eso buscaba, provocar, sabiendo perfectamente lo que hacía, ni siquiera necesita escudarse en la ignorancia), que fue recibido con vítores por la misma multitud que aplaudió las firmas inaugurales del nuevo presidente, escenificadas hasta la farándula, con un escritorio colocado para la ocasión en el estadio Capital One.

Transcurrida la noche leí, aterrada, uno por uno, los primeros decretos, órdenes ejecutivas, 41 en total, de Trump como nuevo inquilino de la Casa Blanca. Un paquete de medidas que destila venganza y soberbia y que contempla, entre otras muchas y graves decisiones, la retirada de EEUU del Acuerdo de París sobre el cambio climático y de la Organización Mundial de la Salud (OMS); el indulto a todos los condenados por el asalto al Capitolio el 6 de enero de 2021; el cambio de nombre del golfo de México a golfo de América; la eliminación de protecciones medioambientales sobre zonas marítimas y terrestres (la explotación de hidrocarburos es ahora una prioridad para el Gobierno estadounidense); la derogación de órdenes que protegían los derechos de la comunidad LGTBIQ+ y buscaban evitar la discriminación por razón de sexo, orientación sexual o identidad de género ("Sólo hay dos géneros, masculino y femenino", advirtió Trump durante su discurso-mitin); el fin del derecho de asilo para los inmigrantes; la declaración de emergencia en la frontera con México; una moratoria de 90 días a la ayuda al desarrollo…

La lista de dislates trumpistas, algunos de efecto inmediato a nivel internacional, es interminable, y no ha hecho más que empezar. ¿Dónde estás, mundo bello?, me pregunto, añadiéndole los signos de interrogación al hermoso título de la novela de Sally Rooney. El abatimiento es generalizado entre la gente que me rodea, esa burbuja que nos protege y nos ciega, aunque el otro día alguien me dijo que 2025 va a ser un muy buen año, al menos en lo literario.

Quiero creerlo porque, con tanta oscuridad en el horizonte, necesitamos algo que lo ilumine. Además, acabo de leer un cuento de Katya Adaui cuya protagonista sostiene que allá donde hay sombra es porque hay luz, y a ese planteamiento llevo agarrada, buscando sus rayos, desde que lo terminé. Pero, para finales adecuados, el que Francis Scott Fitzgerald escribió para El gran Gatsby: “Así seguimos, golpeándonos, barcas contracorriente, devueltos sin cesar al pasado”.