Opinión | MIEL, LIMÓN & VINAGRE

Mark Zuckerberg, ¿qué estás pensando?

El genio tecnológico que puso en pie Facebook se arrima al trumpismo y elimina los filtros para el control de bulos

Mark Zuckerberg.

Mark Zuckerberg. / EPE

Los usuarios de Facebook conocen de sobra la frase de amarras (o enganche) con la que son recibidos y animados para escribir: "¿Qué estás pensando?". Pregunta que le viene como algoritmo al dedo al coinventor de esa red social, Mark Zuckerberg, tras el volantazo radical que ha dado a las políticas antipatrañas de su imperio Meta para congraciarse con los nuevos zares de la Casa Blanca. Zuckerberg es ese dios pagano de los me gusta como señal de identidad digital, el creador de esa gigantesca mina de datos (Facebook, o Caralibro para los amigos, más Instagram, más WhatsApp) en la que millones de ‘esclavos’ aceptan trabajar gratis total llenando de contenidos e información privilegiada carros y carretas rumbo a Silicon Valley. Un visionario ayer que, los dineros mandan, pasa a ser revisionario hoy. Sin filtros.

Lo que surgió como una inocente plataforma de comunicación entre estudiantes se convirtió con el tiempo y mucha astucia en el sueño de todo Midas que se precie, el clímax del capitalismo en estado puro y duro: que curren para ti y que, además, te llenen los bolsillos con el oro líquido de los datos. A lo grande. Demasiado goloso para arriesgarse a perderlo todo por un quítame allá esas vigas en el ojo. De ahí que ahora que el imperio de Trump no tiene los cimientos tan endebles como en la primera legislatura, no hace falta ser Nostradamus para saber que habrá escoba ultraconservadora para rato. Zuckerberg y otros magnates tecnológicos han plegado velas y arriman la sardina empresarial al ascua de la vieja Casa Blanca, empezando por olvidarse de sus convicciones antibulos y de sus combates contra las malas prácticas antidemocráticas, enviando al destierro las comprobaciones, la vigilancia, el control de los excesos que son tierra abonada para conspiranoicos, ultras y demás. Meta cambia el verso y se carga el programa de verificación de datos.

No hablamos de mentes normales. Zuckerberg, al igual que el desbocado Musk, tenía y tiene capacidad por construir de la nada cualquiera cosa. Cuando no era nadie tuvo la idea de poner en pie (no solo él, maticemos) una red social (qué bien lo contaron Aaron Sorkin y David Fincher en el cine) que terminaría extendiendo sus tentáculos por todo el mundo hasta forjar una transformación de usos y costumbres. Cambió muchas vidas y, aunque ahora su criatura haya perdido fuelle por el empuje de inventos más juveniles, logró hacer de la conexión permanente una forma de desconectar de la realidad y convertir las intimidades en escaparate de acceso libre. No era solo un buen programador: supo hacer de su inventiva una jeringuilla universal para extraer la valiosa sangre de los datos que ayuden a las empresas a conocernos y lanzarnos anzuelos. Resulta tentador imaginarnos a los habitantes del planeta como una especie (¿en peligro de extinción?) de cobayas con los que experimentan para crear un mundo virtual donde los seres antes humanos disfruten de existencias inexistentes mientras la IA (aún en pañales, recuerden) lo hace todo por nosotros.

El mismo Zuckerberg parece ser alguien llegado de otro planeta. De mirada computerizada, look minimalista al máximo y privacidad infranqueable (sabemos que está casado y es padre) sin los alardes exhibicionistas de Musk, su indudable rasgo de genialidad quizá sufra síntomas de agotamiento (Facebook cada vez engancha menos a los jóvenes y a los mayores les empieza a cansar tanta publicidad invasiva y personalizada gracias a nuestra generosa transparencia, y tanto mensaje de spam sexualizado) y un enfrentamiento con el poder absoluto del rencoroso Trump no es aconsejable para seguir teniendo algo de control en el reparto de la tarta.

Mark Elliot Zuckerberg (White Plains, Nueva York, 14 de mayo de 1984) no era nadie a principios de siglo y en 2018 ya fue el personaje más joven en aparecer en la lista de multimillonarios de la revista Forbes. No está mal la progresión. Prácticamente nació con un ordenador bajo el brazo. Cuentan que en el instituto se sacó de la manga un programa que conectaba todos los ordenadores entre su casa y la consulta dental de su padre. Sus rifirrafes con los mandamases de Harvard son legendarios y explican en parte por qué el joven Mark decidió dar un portazo e ir por su cuenta y riesgo, sin grilletes académicos. Nadie podía imaginar que, con el tiempo, aquel joven emprendedor e inconformista acabaría sentado en la toma de posesión de un presidente como Trump que representa mucho de lo que detestaba. ¿En qué estaría pensando durante los actos? Se admiten apuestas.