Opinión | EL CUERPO EN GUERRA

Los inquilinos

Ya la casa del verbo no la sienten como suya

Así es como conviertes tu casa en hogar eficiente: los enchufes inteligentes para ahorrar dinero y esfuerzo

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Los inquilinos, esos a los que José Luis Rey dedicaba un poema bellísimo en Las visiones ("(...) Vivían / aquí, eran felices. / Estaban juntos y su ropa era a veces la mañana, / a veces el silencio. / Circulaban los tigres por el largo pasillo y allí, en el salón, / bostezaban grandes flores carnívoras. / Un ratón y un mosquito rondaban el umbral, / deseando entrar, acechando, / pues la casa del verbo es solo suya. / En esta misma habitación, ¿lo ves, / aún queda algo de césped (…)"), ya no viven felices: viven con miedo. Miedo a que les suban el alquiler a un precio que no puedan pagar, a que los echen de su casa porque el casero diga necesitarla aunque en realidad vaya a transformarla en una vivienda turística para rentabilizar más la inversión.

Ya no hay mañanas lentas de desayunos en la cama (y sobremesa corporal), ni tigres circulan por las estancias porque no dejan tener mascotas. Ya ni se interesan las cucarachas por entrar para asustarlos o los mosquitos por robar algo de su sangre -está congelada, los tiene paralizados el miedo- y ni rastros de césped porque ni siquiera pueden colgar cosas de las paredes.

Ya no son lo que eran los inquilinos: personas normales que se habían establecido en una casa que habían convertido en un hogar feliz, en un hogar-refugio donde escapar de las largas jornadas laborales, las complicaciones familiares, la soledad de las ciudades grandes y la ansiedad. Ya la casa del verbo no la sienten como suya; no es casa ni verbo ni lenguaje a partir del cual definir el vocabulario.