Opinión | VERDIALES
La única fe que me interesa
"No podemos cambiar lo que la gente piensa, imponerles nuestro pensamiento. Debemos intentar comprender por qué piensan así, qué les ha llevado a eso", me dijo hace unos días, mientras tomábamos café, una amiga escritora. Y tiene razón, pero hay veces que la rabia y la tristeza me paralizan

El párroco de la iglesia de San Andreu Palomar bendice a los animales durante la tradicional cabalgata de los Tres Tombs en Barcelona. / EFE
No existe, como tal, definido en los manuales de medicina ni diagnosticado por especialistas, que yo sepa, el trastorno por exceso de atención (su opuesto sería el TDAH). Pero yo lo tengo. No me cuesta concentrarme, hago las cosas de una en una y pocas veces (jamás, en realidad) me comporto de manera compulsiva. Me pasa desde que era niña, o chica, como diría mi tía Tere, a la que menciono porque es la causa de estas líneas, y a ella volveré más adelante.
No es algo que haya tenido que trabajar, una capacidad que haya desarrollado para compensar otras carencias de mi personalidad, responsable de mi conducta, junto con las circunstancias externas. Siempre he sido así. Me aíslo mientras leo y escribo, cuando veo una película o el capítulo de una serie, da igual dónde esté. También al mantener una conversación con alguien, pues, si lo hago, si estoy hablando con esa persona, es porque me interesa y, entonces, pongo todos mis sentidos, que son más de cinco (¿han oído hablar de la propiocepción?), en escucharla, fijo mi mirada en sus ojos y nunca la desvío. Actúo de la misma forma en las entrevistas, sin importar si soy yo o mi interlocutor quien hace las preguntas, estoy ahí, en ningún otro lugar.
Mi editora dice que ese trastorno, bien canalizado, da sus frutos, tiene sus ventajas, como que entregue (la novela, la nota de autora, los agradecimientos, un contenido extra del libro) días antes de cumplirse el plazo, aunque eso tiene más que ver con la autoexigencia, otra virtud-defecto, que con la atención. Atender, como digo, me permite escuchar y no olvidar casi nada de lo escuchado, aunque la memoria sea ficción, un relato subjetivo.
Hace unos días, por ejemplo, estuve tomando un café con Julia Navarro, que es buena amiga y conoce muy bien la realidad de América Latina, ya que lleva muchos años viajando por los países que la integran. Esa mañana, mientras mi descafeinado se enfriaba, terminamos hablando de Donald Trump y su vuelta a la Casa Blanca. "No podemos cambiar lo que la gente piensa, imponerles nuestro pensamiento. Debemos intentar comprender por qué piensan así, qué les ha llevado a eso", me dijo, en un momento de nuestra charla. Julia se refería al alto porcentaje de hispanos que en las últimas elecciones estadounidenses votó por el candidato republicano, el 46%, un 12% más que en 2020, siendo el mejor resultado para su partido desde Richard Nixon, según los datos de Edison Research.
De regreso a casa, me llegó al móvil la alerta de una noticia cuyo titular era el siguiente: "Un cura niega la comunión a vecinos de dos pueblos de Segovia por ser homosexuales". Esta España nuestra, pensé al leerlo, acordándome de la canción de Cecilia, y luego recordé lo que me había dicho Julia, intenta comprender por qué, qué les lleva a eso, pero no pude, me llené de rabia y de tristeza. Al cabo del rato, mi tía Tere me llamó para felicitarme el año. Tiene 84 años, enviudó hace unos meses, siempre ha vivido en el pueblo del que procede mi familia materna, es conservadora porque la educaron para ser lo que la dijeran y viera, únicamente, es creyente, católica y fiel practicante hasta que la artrosis la dobló y tuvo que contentarse con ver la misa en la televisión.
Cuando publiqué el libro Una homosexualidad propia, su hija pequeña, mi prima Ana, le dijo de qué trataba, la avisó, de algún modo, por si algún vecino malintencionado (haberlos haylos) le iba con el cuento. Mi tía Tere respondió con un "Yo a mi Inesita la voy a querer siempre sea como sea" que es lo máximo que se le puede pedir a alguien con su historia y en sus circunstancias. Aquel día, antes de colgar, me dijo: "Prenda, pásame a L., que la quiero felicitar también a ella". Eso hice, emocionada. Nunca la he dicho quién es L., ni siquiera que vivimos juntas, pero lo sabe, todo. Esa fe, en mí, en nosotras, es la única que me interesa.
- Ni La Moraleja ni La Finca: esta es la urbanización más lujosa de Madrid que lleva décadas oculta
- La polaca Pesa y la india Jupiter allanan el camino a Sidenor y evitan lanzar una opa sobre Talgo
- Muface ya es atractiva: estas son las otras aseguradoras que estudian los pliegos del nuevo concierto
- La Junta de Andalucía se enfrenta al Gobierno y no expropiará su suelo para derribar el Algarrobico
- Albert Serra: 'No sé si tiene que existir un Premio Nacional de Tauromaquia, pero había una tradición detrás y tampoco me parecía tan dañino
- El primer colegio de Madrid que incluirá hasta 2º de ESO en El Cañaveral nace con polémica y una protesta vecinal
- Subidas salariales para funcionarios: así quedan los sueldos en los diferentes grupos
- Fermín Muguruza: 'Las democracias actuales son un gran engaño