Opinión | JUEVES SOCIALES

Carteles, redes sociales y libertad de expresión

Aquí se seguirá considerando delito insultar y vejar aunque sea en las redes, porque estas pueden dictar normas internas, pero no las leyes de un país, al menos por ahora

Facebook e Instagram permitirán llamar enfermos mentales y anormales a personas LGTBI+

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No se permiten peleas, drogas, gorras, chanclas y maricones. Así está escrito el cartel, en ese orden. Primero, los delitos; luego, la estética y por último, los homosexuales. Los responsables del cartel, los dueños de un club privado de Torremolinos, se acogen al derecho de admisión. No quieren en su local exclusivo ni violencia ni drogas, ni personas mal vestidas, ni gente a la que le da por la extraña manía de amar a personas de su mismo sexo. De lesbianas no hablan, no sé si porque están dispuestos a que puedan entrar o porque ni siquiera las consideran, casi lo más seguro. No estamos bien. No es solo este cartel, sino también la nueva política de Meta sobre la moderación de contenidos en sus redes sociales. Ahora se podrá escribir que las mujeres están locas o que no pueden desempeñar los mismos trabajos que los hombres, o que son un objeto o propiedad de alguien, y que los homosexuales son unos enfermos o padecen alguna anormalidad, siempre que esos comentarios se hagan por razones religiosas. Parece increíble, solo que es cierto. Mark Zuckerberg, el CEO de Meta, apela a que es el momento de volver a las raíces sobre la libertad de expresión, por eso no utilizarán moderadores de contenido. Esta nueva libertad de expresión solo afecta por ahora a Estados Unidos.

Uno puede optar por lo más difícil de todo, seguir trabajando por la libertad de expresión de verdad, por el respeto, por la creencia de que todos somos iguales, eso que parece molestar tanto a los que se creen superiores, dioses con los pies de barro asentados en el lodo de una ciénaga confusa alimentada por el miedo, la desinformación, la ignorancia, y ahora, el odio

Aquí se seguirá considerando delito insultar y vejar aunque sea en las redes, porque estas pueden dictar normas internas, pero no las leyes de un país, al menos por ahora. Pero no estamos bien, no. Parece que todo lo aprendido, todo lo trabajado no sirve de nada. Por supuesto que uno es muy libre de no entrar en Facebook o en Instagram, sobre todo si va a leer que su orientación sexual le convierte en candidato a sufrir tratamiento médico o que su género es un obstáculo para ser considerada persona de pleno derecho. Y claro que se puede no ir al club de Torremolinos, o a Málaga, donde al parecer han trasladado su fiesta. Y uno es libre de elegir la senda de algunos multimillonarios tecnológicos que quizá aburridos de sí mismos, intentan manipular a la opinión pública e interferir en las elecciones. Y sobre todo, uno puede optar por lo más difícil de todo, seguir trabajando por la libertad de expresión de verdad, por el respeto, por la creencia de que todos somos iguales, eso que parece molestar tanto a los que se creen superiores, dioses con los pies de barro asentados en el lodo de una ciénaga confusa alimentada por el miedo, la desinformación, la ignorancia, y ahora, el odio.