Opinión | DESPERFECTOS
Juguetes rotos del sanchismo
No es descartable que el efecto reactivo de esos cincuenta años de la muerte de Franco arrime a las nuevas generaciones a la opción de abandonar un tabú

Pedro Sánchez, en la presentación de los actos por los 50 años del fallecimiento de Franco. / EFE/ Juanjo Martín
Se deponen líderes autonómicos del PSOE y el fiscal general del Estado pudiera acabar siendo un juguete roto del sanchismo. Ocurre en el momento en que Pedro Sánchez decide conmemorar la defunción de Franco. Esos simbolismos cruzados a veces tienen consecuencias insólitas. No es descartable que el efecto reactivo de esos cincuenta años de la muerte de Franco arrime a las nuevas generaciones a la opción de abandonar un tabú. Puede que franquismo y antifranquismo hayan perdido valor como arma arrojadiza.
Si es así, que Sánchez se presente como un bastión contra lo que considera nuevo fascismo europeo o que María Jesús Montero invoque el "No pasarán" sería uno de los fiascos políticos más patéticos de los últimos tiempos. También será patético que, inevitablemente, aparezca una nueva Celia Gámez y diga: "¡Ya hemos pasao!". Alguien estará ya emborronando la crónica final del sanchismo, con el líder rodeado de juguetes rotos.
Las modas políticas o los estados de opinión de arraigo transitorio van dejando en la cuneta a las personalidades que creyeron simbolizar para siempre una época. En Canadá ahora cae el hiperprogresista Justin Trudeau, de quien se ha dicho que no pudo afrontar las realidades de un mundo polarizado y que esa incapacidad proviene de todo aquello durante años representó. Justin Trudeau se retira, abandonado por el electorado joven. Algo está pasando en el escenario de la sociedad occidental, mientras China compra puertos y Trump da brochazos en el mapamundi como un nuevo brujo.
¿Será Pedro Sánchez otro juguete roto de la polarización, como Justin Trudeau? En realidad, la vio venir y, es más, la alentó. Por eso recurre a la figura de Franco, en un acto extremo de maniqueísmo político –la derecha, franquista; el PSOE, demócrata- cuyo desenlace, por un efecto de deriva, puede llevar el PP al poder incluso sin disponer de una estrategia sólida.
La crueldad de la política derrumba a los líderes fotogénicos y empáticos que decían representar algo nuevo, pero incluso a una catalizadora de prudencias como fue Angela Merkel, cuyas recientes memorias –inmejorablemente aburridas- han sido recibidas a gorrazos.
Coinciden el giro temperamental del electorado europeo con un giro geopolítico mundial. La atmósfera es de desconcierto y predomina la imprevisibilidad. Parece que la operación Franco no va a tener mucho calado y que se disolverá como un terrón de azúcar en el té de las cinco, hora de Moncloa. Eso no dejará de ser una treta simplista, ante una sociedad que no sabe lo que le pasa.
Con un PSOE a su medida, Pedro Sánchez va a seguir dejando un rastro de juguetes rotos. En las federaciones socialistas ya se han dado cursos de corte y confección para hacerle el nuevo traje que requiere Pedro Sánchez. Pero aquel votante de filiación obrera que se quedó en casa ahora vuelve para votar a la derecha, sea el centro-derecha clásico –derechizado en las elecciones europeas- o la derecha más dura. En el Reino Unido, votaron de nuevo al laborismo y en unos pocos meses ya quieren otra cosa. Desunidos e inestables es la fórmula para pasado mañana.
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