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El momento del PP

Interferencias internas frenan el impulso de Feijóo

El presidente de la generalitat, Carlos Mazón, agradece la ovación recibida de los 'barones' del PP en la cumbre de Asturias

El presidente de la generalitat, Carlos Mazón, agradece la ovación recibida de los 'barones' del PP en la cumbre de Asturias / Jorge Peteiro - Europa Press

La dirección del PP se ha reunido con los barones regionales en Asturias, única comunidad autónoma, además de Cataluña y el País Vasco, donde el partido no ha conseguido todavía gobernar durante una legislatura completa. Aunque la información previa facilitada ha sido muy escueta, la reunión ha estado dedicada específicamente a coordinar las políticas sectoriales en materia de vivienda y de educación de las autonomías gobernadas por el PP. La celebración periódica de esta cita es un acto de responsabilidad con los asuntos que preocupan a los ciudadanos, un "ir a las cosas" que diría Ortega, y denota una buena conducción por parte del primer partido de la oposición. España no va peor que sus vecinos, pero tiene algunos problemas sobre los que convendría actuar de forma prioritaria. Sin embargo, la actualidad manda y reclama atención a la faceta más característica y conocida de la política que, dicho sin rodeos, consiste en una lucha por el poder.

En ese plano, continúa el desorden institucional, cada vez mayor. Fuera de nuestro país, se suceden los casos con implicaciones en la política nacional. En Venezuela, Maduro ha jurado como presidente sin haber demostrado su victoria en las elecciones, mientras los votantes de Edmundo González, todo indica que una mayoría, esperan inútilmente su llegada. La ceremonia ha tenido la apariencia nada democrática de un golpe de estado, de una especie nunca vista. En Estados Unidos, el candidato elegido en las presidenciales, convicto por corrupción, sentenciado a no cumplir la pena, ha anunciado antes de ocupar el cargo, desde su residencia particular, sus pretensiones de anexionar territorios, canales y un estado por razones de seguridad nacional y disputa de la hegemonía mundial. Y un estrecho colaborador suyo propaga por todo el planeta a través de una red la idea de la líder de Alianza por Alemania, segunda en las encuestas para las elecciones de finales de febrero, de que Hitler era comunista.

En estas condiciones, el debate político global sufre una gran perturbación. Sencillamente, se vuelve casi imposible. En España, la situación es menos grave, pero vamos por el mismo camino. El autohomenaje propuesto por el gobierno a la sociedad española para que nos demos vítores por haber alcanzado el medio siglo de prosperidad y democracia se está convirtiendo en una discusión desenfocada sobre Franco, un factor de división y, a fin de cuentas, en algo muy distinto de lo que se celebra. Por lo demás, las declaraciones de investigados y testigos, y la última iniciativa legislativa del gobierno, enredan un poco más el embrollo judicial. El ciudadano común se ve incapaz de discernir, entre tanto ruido y manipulación, dónde está la razón y la justicia.

Ante este panorama, dos hechos han contribuido a desdibujar la figura de Feijóo. Uno es la declaración de Miguel Angel Rodríguez en sede judicial, seguida de una gira por los medios audiovisuales, que ha generado muchas dudas. Su efecto más relevante, sin embargo, es que ha centrado la atención de la opinión pública en el enfrentamiento de la presidenta de la Comunidad de Madrid con el presidente del Gobierno. El protagonismo de Ayuso en la política nacional, favorecido por el descanso parlamentario, que alienta ella misma con un discurso propio, es muy superior al que le corresponde y entorpece y rebaja el papel de Feijóo como líder de la oposición. Y, por otro lado, el máximo dirigente del PP, en su discreta visita a Valencia hizo una defensa de Mazón, obligado por las circunstancias, que habrá provocado sensaciones contradictorias en las comarcas devastadas. Quizá encuentre una solución a la complicada tesitura cuando el partido postule a su candidato en las elecciones autonómicas.

La cuestión es que a pesar de las dificultades del Ejecutivo con los grupos parlamentarios que lo sostienen y el desgaste al que está sometido, ni el apoyo electoral al PSOE se hunde ni se manifiesta una tendencia clara al cambio de gobierno. El voto al PP, con pequeñas oscilaciones, se mantiene ligeramente por encima del resultado que obtuvo en las pasadas elecciones generales. La división de la izquierda aleja a Pedro Sánchez de la reelección, al igual que la fortaleza y la deriva radical de VOX se interponen en la aspiración de Feijóo. El partido de Abascal, moderadamente al alza, compite con el PSOE y el PP por ser el más votado entre los jóvenes, y se acerca al 20% en Madrid y la Comunidad Valenciana. La transferencia de votos del PP a Vox es más cuantiosa que la que recibe el PP del PSOE.

Al liderazgo de Feijóo en el PP le sobran interferencias internas y le hace falta un impulso, que solo el partido puede darle. Esta es una época no de políticas, sino de política pura y dura. La izquierda y la derecha están perdiendo sus referencias clásicas. Quedan los líderes, los discursos, las redes y la televisión.