Opinión | PENSAMIENTO PERIFÉRICO

Un baño de realismo

El Trump que llegó a su primera presidencia bajo el eslogan 'America First', un planteamiento más bien aislacionista en política exterior ahora apuesta por una agenda expansionista, algo que en el nuevo contexto internacional no debe ser visto como una contradicción

Donald Trump.

Donald Trump. / EP

Donald Trump, que en pocos días tomará posesión como Presidente de los Estados Unidos, en una declaraciones en su residencia de Mar-a-Lago, ha dejado esta semana muy clara su voluntad expansionista en política exterior.  Por un lado aspira a recuperar la administración estadounidense del Canal de Panamá, una infraestructura vital por la que circula el 5% del comercio marítimo mundial, que ellos acabaron de construir tras varios intentos fallidos por parte de las potencias europeas y que fue totalmente cedido en 1999, porque considera que los panameños han incumplido los compromisos derivados de la cesión dejando de facto China controle el paso.  

Por el otro sostiene que Estados Unidos debería hacerse cargo de Groenlandia, un territorio que es parte integrante del Reino de Dinamarca y que no solo tiene una valiosa posición estratégica en un espacio geográfico ante la creciente presencia militar Rusa sino que es muy rico en metales raros e hidrocarburos. En ambos casos, Trump argumentando que el statu quo compromete la seguridad económica y la seguridad nacional norteamericana, y no ha descartado el uso de la fuerza para satisfacer sus aspiraciones algo que en el caso del Canal de Panamá no supone una anomalía en la política exterior americana, ya que no es más que una reminiscencia de la vieja Doctrina Monroe, pero que resulta más llamativo en el caso de Groenlandia porque de materializarse la amenaza supondría un conflicto con Dinamarca que es uno de sus aliados en la OTAN. 

Pero es que además Trump se ha referido a la posibilidad de fusionar Canadá con Estados Unidos y convertir a ese país en el estado número 51, oportunamente el día después de que su primer ministro, Justin Trudeau, presentase su dimisión, y también alegando razones económicas y de seguridad, para descontento de su vecinos y aliado. Por no hablar de la simbología que entraña la propuesta de cambiar la denominación del Golfo de México, así conocido desde el siglo XV, I por la de Golfo de América.

El Trump que llegó a su primera presidencia bajo el eslogan America First, un planteamiento más bien aislacionista en política exterior ahora apuesta por una agenda expansionista, algo que en el nuevo contexto internacional no debe ser visto como una contradicción sino como una exacerbación de su visión realista del poder, del Estado y de las relaciones internacionales. Una perspectiva en la que el Estado, cuyos intereses mandan y cuya supervivencia se antepone a todo, es el principal actor en la arena internacional, y que asume que el sistema internacional tiende a la anarquía y se impone la ley del más fuerte. Esta visión se opone al idealismo que precisamente se intentó aplicar por primera a iniciativa americana a través del presidente Woodrow Wilson tras la Gran Guerra, con escaso éxito. 

En cambio, tras la Segunda Guerra Mundial, este paradigma que se caracteriza por la búsqueda de la resolución pacífica de conflictos, por el protagonismo de la diplomacia multilateral, por la existencia de organizaciones internacionales y por el respecto al derecho internacional y a los derechos humanos y tiene por objetivo último la consecución y la preservación de la paz, ha regido las relaciones internacionales. Pero hoy el idealismo está amenazado. La Unión Europea siguen apostando por él pero su principal aliado se desmarca y no duda en recordar a sus socios de la OTAN que pagan poco por su defensa vuelve a exigirles que dediquen a ella el 5 por ciento del PIB. Todo una apelación al clásico si vis pacem, para bellum al que ni siquiera el Estados Unidos más idealista había nunca renunciado y que hasta ahora Europa siempre había sorteado.