Opinión | LAS CUENTAS DE LA VIDA
Un cuarto de siglo
Se cumple un cuarto de siglo y el presente ya nada tiene que ver con el mundo de ayer
De vuelta a casa tras un viaje, me encierro en mi despacho con viejos papeles de hace 30, 40 años. La memoria empieza a resquebrajarse bajo el peso acumulado de la vida. Es curioso, el siglo XXI apenas ha cumplido su primer cuarto y ya todo parece haber cambiado. En una foto del año 96, estoy sentado con un grupo de amigos en una plaza de pueblo: nadie consulta su móvil. Era una realidad vivida cara a cara, sin mediaciones digitales. Muy pronto llevaré más tiempo en este siglo que en el anterior y, sin embargo, ¡cómo nos reconocemos en los anhelos de la juventud! En la década de los 80 y de los 90, España era un país que miraba hacia el futuro con optimismo y sin ira.
A pesar del terrorismo de ETA, la nación se había pacificado gracias al pacto constitucional. La corrupción política asomaba la cabeza tanto a derecha como a izquierda y el famoso lema aznarista –“¡Váyase Señor González!”– se había convertido en un leit motiv del cambio, pero la sociedad no se encontraba tan embrutecida por la falsedad de los populismos como ahora. El éxito de los Juegos Olímpicos marcó un antes y un después; aunque también contribuyeron los éxitos deportivos (en tenis, en ciclismo, en baloncesto y, de forma incipiente, en atletismo), la incorporación al Mercado Común Europeo y a la Alianza Atlántica o la sustitución del francés por el inglés como lengua extranjera en las escuelas…
El tópico cinematográfico de las “españoladas” daba paso a la modernidad de Almodóvar y al Óscar inaugural de José Luis Garci con su Volver a empezar. Samaranch presidía el Comité Olímpico Internacional y, poco después, Javier Solana sería Secretario General de la OTAN. El Muro de Berlín había caído y Gorbachov firmaba con Bush el inicio del desarme nuclear. Maastricht ponía los cimientos de la moneda única y empezaba a llegar el dinero europeo, que permitiría renovar la red española de infraestructuras. No era un optimismo ingenuo, aunque ahora nos lo parezca. En lugar de los renglones torcidos de Dios, parecía que el hombre había aprendido a escribir en línea recta. La democracia española es hija de aquella ilusión, al igual que mi generación lo es de aquel optimismo que ganaba Tours de Francia y celebraba Roland Garros.
De todo eso, ciertamente, ha pasado mucho tiempo. Y es normal que nos preguntemos adónde se han ido aquellas esperanzas. En una de las fotografías me veo interrogando a la cámara. Tengo 22, quizás 23 años; es como si me mirara a mí mismo y me preguntara quién soy, qué ha sido de mí. No sé responderle porque tampoco sé ya quién es él, aunque le conozca bien. Creo que se trata de una experiencia universal, biográfica y colectiva. A veces me muevo por la administración, o entre amigos y conocidos, y pienso: “soy un hombre del siglo XX para lo bueno y para lo malo”. Lo es la sensibilidad, lo es la mirada, lo es el pensamiento y lo es la cultura. Llegamos como hombres de ayer a una época nueva, completamente distinta, marcada por la inmediatez, la tecnología, la imagen, la globalización y los flujos migratorios. No hay nada malo en ello. O quizás sí, pero la historia se mueve a bandazos: sólo podemos juzgar con las herramientas que se hemos recibido. Se cumple un cuarto de siglo y el presente ya no tiene mucho que ver con el mundo de ayer.
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