Opinión | OPINIÓN

Franco ha muerto

El pasado como ariete

Francisco Franco y Luis Carrero Blanco.

Francisco Franco y Luis Carrero Blanco. / Archivo

A pesar de la polarización, que tiende a simplificarlo todo burdamente, desde hace unos años la sociedad española se muestra algo confusa ante el discurrir de su vida política. A ello, además de las sorpresas que nos deparan estos tiempos acelerados, convulsos e inciertos, han contribuido no poco los partidos y, en primer lugar, el presidente del Gobierno. El pasado 10 de diciembre, en un acto de "homenaje a todas las víctimas del golpe militar, la guerra y la dictadura", celebrado en el Auditorio Nacional, Pedro Sánchez anunció la celebración de un centenar de eventos durante este año bajo el lema "España en libertad".

El Gobierno creará un comisionado, designará un comité de expertos y elaborará un programa de actividades, cuyos detalles se conocerán en próximas fechas. El objetivo, afirmó, es poner en valor la gran transformación que ha supuesto para España la adopción de la democracia y rendir tributo a quienes la hicieron posible. Pero también dijo que vamos a conmemorar el 50 aniversario de la muerte del dictador. Y añadió: "Casi medio siglo nos separa de su muerte, pero las consecuencias de aquella herida, son evidentemente tangibles a día de hoy y exigen lo que hemos venido siempre reivindicando. Exigen verdad, reparación y justicia". Para reforzar el sentido de su iniciativa, luego agregó que la victoria de la democracia nunca es definitiva y que existe un peligro real de involución.

Esto es todo lo que sabemos de la efeméride a la que nos invita el Gobierno, en vísperas del acto inaugural que tendrá lugar en el Museo Reina Sofía. La actitud de Pedro Sánchez alienta las dudas, porque de sus palabras no se deduce con claridad qué es lo que pretende con esta magna celebración. En el mundo se recuerda la revolución rusa, la victoria aliada en la segunda guerra mundial, la caída del muro y otros acontecimientos históricos en fechas concretas. En España, el Día de la Constitución ya es fiesta nacional y anima a rememorar la Transición y el valor de la democracia, con el candado puesto sobre la dictadura franquista. Por el contrario, aquí se nos propone acudir a una cita que concierne a todos, pero que el Gobierno ha organizado en exclusiva, sin contar siquiera con los partidos políticos.

Con los antecedentes de una modernización conflictiva y salpicada por guerras civiles, convendría extremar la prudencia en las políticas de memoria histórica. Si de verdad apreciamos la Transición como uno de nuestros mayores éxitos colectivos, y queremos ser coherentes, hemos de poner mucho cuidado en celebrar lo que nos une y permite la convivencia, respetando las diferencias. Cualquier gesto de reconocimiento hacia los que sufrieron la intolerancia, la represión de una dictadura o lucharon por la democracia es loable, pero nuestra historia es compleja y si, en vez de tratar de comprenderla y extraer las lecciones oportunas, nos dedicamos a arrojarnos unos a otros episodios del pasado en forma de arietes contra el adversario político, entonces es que no somos verdaderos demócratas y lo que lograremos es dividirnos y volver a las andadas.

El proceso de polarización política que enfrenta a la sociedad española no lo inició Pedro Sánchez. Pero él es el presidente del Gobierno y su responsabilidad en este asunto es máxima. Debería haber conversado con los partidos y la sociedad civil para precisar el significado y los actos de esta celebración, descafeinada por la ausencia del Rey en la apertura, el rechazo del PP y Vox, y el vacío de sus socios en el Gobierno y los grupos parlamentarios. Sería triste que al final un brindis en solitario del Gobierno fuera motivo de una mayor división entre los españoles. Pero es que la democracia solo resulta viable si es compartida. La exaltación de la democracia, en España, aquí y ahora, no consiste en festejar la muerte de Franco, que es recordado por la inmensa mayoría como un dictador cruel. No obstante, casi la mitad de los españoles concluyen que el franquismo tuvo cosas buenas y cosas malas, y que de alguna manera pervive en el presente.

Celebrar la democracia implica reafirmar el compromiso con ella. La sociedad española se siente orgullosa de la Transición, añora el espíritu que la inspiró y juzga positivo el gran cambio que impulsó en todos los ámbitos. Opina que la Constitución se hizo bien, aunque admite que necesita una reforma. Es demócrata, pero considera que nuestra democracia se está deteriorando. Observa con disgusto y preocupación el desvarío del debate político. Nuestra democracia pierde lustre y está acechada por un futuro incierto, como la mayoría de las democracias. Esto es lo que reclama nuestra atención. Podemos hacernos cargo de la situación o seguir soportando durante todo el año el consabido y molesto runrún que nos estanca o hace retroceder.