Opinión | MUJERES
Poder y sexo en tiempos del románico
La historiadora Isabel Mellén descifra el relato original labrado en las iglesias y monasterios de la temprana Edad Media
En los capiteles de las iglesias románicas está escrita una historia que con los códigos modernos y contemporáneos es difícil de leer. Las vulvas, los penes, las mujeres voluptuosas, las parejas practicando sexo y las parturientas que los suelen frecuentar están lejos de ser una admonición contra el vicio y el pecado, como a partir del siglo XIX interpretó y difundió la historiografía ilustrada. La joven historiadora alavesa Isabel Mellén lo explica detenidamente en su libro "El sexo en tiempos del románico" (Editorial Crítica), un fascinante viaje a la Edad Media a través del arte románico.
¿A qué vienen tantas imágenes y escenas sexuales esculpidas en las piedras de iglesias y monasterios románicos? Isabel Mellén sostiene que, con sus elaborados programas iconográficos, explican las sociedades que levantaron esos templos y hablan de un tiempo en el que el sexo era sinónimo de poder y en el que las relaciones eran más fluidas y espontáneas de lo que nos han hecho creer los historiadores modernos.
El discurso del arte románico, según Isabel Mellén, es el de una sociedad sostenida por lazos de sangre y, por consiguiente, del sexo, y leído desde el presente, evidencia el trasvase de poder que se produjo en la Edad Media, de la nobleza al clero, y no casualmente sino gracias a una estrategia muy bien pensada.
Las relaciones sexuales, que garantizaban la procreación y la continuidad del linaje, prestigiaban a los señores y a sus damas, era algo de lo que se presumía. ¿Cómo no hacerlo también en los templos que levantaban y mantenían con su patrimonio, y que eran un símbolo más de su influencia? Las vulvas y penes tan comunes en las decoraciones labradas en la piedra son una representación de aquel poder primigenio y, muy especialmente, del que ostentaban las mujeres de la clase noble. Ellas eran las que parían a los futuros señores, cuidaban de los hijos y garantizaban la continuidad de la estirpe, y eran las encargadas de tratar con la Iglesia, financiando nuevas fundaciones y cuidando de su mantenimiento.
Isabel Mellén explica que parir, en la Edad Media y en las clases altas, era un acto político, y que los cuerpos de las mujeres eran fundamentales en la estructura de dominación: "No en vano al parto se le conocía como ‘la guerra de las mujeres’. En este acto ponían en juego su vida para el engrandecimiento del linaje".
A finales del siglo XI una oleada de represión sexual se extendió por la cristiandad. Con el enaltecimiento del celibato y su imposición al clero, la Iglesia buscaba asegurarse la lealtad plena de sus servidores y, al mismo tiempo, evitaba que sus bienes se dispersaran en herencias. Las primeras damnificadas por esa reforma fueron las esposas de los sacerdotes, expulsadas de sus casas y sus aldeas con sus hijos.
Como no podía imponer sus razones por la fuerza, el estamento eclesiástico utilizó la castidad como un arma. "El prestigio que el sexo había dado a las damas medievales, el orgullo con el que exhibían sus genitales, sus partos, sus coitos, fue reconvertido en vergüenza y maldad intrínseca", escribe Isabel Mellén.
Lo demás es historia: la Iglesia impuso un severo sistema de dominación patriarcal basado, no en la fuerza de las armas y el sexo, como había ocurrido hasta entonces, sino en el control de los cuerpos, las almas y los dineros.
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