Opinión | MIEL, LIMÓN & VINAGRE

Cristina Pedroche: 2025 a toda leche

Cristina Pedroche representa, al igual que Lalachus, el derecho de las mujeres a ser lo que les dé la gana desde el primer segundo del año. Como ocurre con las campanadas, hay gente a la que esto hay que explicárselo cada Nochevieja

Cristina Pedroche.

Cristina Pedroche. / EPE

 Les recomiendo darse un garbeo por Netflix y visionar Univerxo Dabiz, la serie documental que destripa en seis episodios los quehaceres profesionales del chef Dabiz Muñoz, un trabajo audiovisual a mayor gloria del cocinero, en tiempo reciente entre los puestos uno y tres del mundo, según la clasificación que uno mire, un portento a los fogones, ya les digo yo sin haber probado un solo plato suyo.

El documental es él y luego él, y en un segundo plano, el resto de su numeroso equipo. Como personaje episódico, que no en la vida de Muñoz, aparece de forma discreta Cristina Pedroche (Madrid, 1988), mujer y madre de sus hijos, a quien cada Nochevieja desde hace una década, con motivo de su concurso durante las campanadas que dan paso al nuevo año, una parte importante de la caverna, mujeres y hombres, se ocupa en crucificar porque enseña un vestido.

Diez días antes. El programa en RTVE de Anne Igartiburu debate asuntos más o menos banales sobre la navidad. Uno de los contertulios, director de una revista del corazón, compara a David Bisbal con Mariah Carey [cuyo tema All I want for Christmas is you arrasa cada diciembre] porque el almeriense ha sacado un disco navideño. "El sueño de mi vida sería hacer lo de Mariah, trabajar un mes al año", asevera el contertulio. A partir de esa frase ya nada va a mejor: "Un mes al año, en Navidad, a Mariah Carey la descongelan. Cristina Pedroche. Ay, perdón, lo he dicho. Es gente que trabaja un mes al año". Igartiburu, con quien tomamos las uvas 15 nocheviejas consecutivas en la televisión pública, está rápida de reflejos y sale en defensa de su compañera.

Volvamos al documental. Dabiz Muñoz no se conforma con un único restaurante como laboratorio gastronómico. Es ambicioso e inquieto, sus ideas como creador de nuevos sabores le invitan a diversificar su negocio y las ciudades donde los implanta, de Madrid a Dubai, Londres, quizá Miami. El propietario de DiverXo no tiene un restaurante, sino una multinacional en el concepto económico del término, con su consejero delegado y su comité ejecutivo, del que forma parte su círculo de confianza, que incluye a su mujer, a la que le faltan meses del año para contrarrestar la frustración constante del chef, nunca contento con el resultado de un plato, como un escritor con un párrafo o un pintor ante el lienzo. Del documental se deduce que la Pedroche, además de un programa diario en Atresmedia, los compromisos publicitarios que el personaje acarrea, su trabajo en DiverXo y, sí, el mes que prepara las campanadas, se echa a la espalda a la prole mientras su pareja se ocupa de mantenerse el primero en lo suyo. Decir que “es gente que trabaja un mes al año" es una sentencia tan injusta como preguntarse cuándo un señor dirige una revista si está todo el día en la tele.

A Cristina Pedroche sale gratis atizarla, lo mismo en la red social de Elon Musk y Donad Trump que en un programa de la televisión pública. Es mujer, joven —sigue siéndolo a sus 36—, inteligente, simpática, atractiva y enseña carne mortal, ingredientes que bien agitados en la coctelera del odio tienen como resultado una nota de cata previsible e incendiaria: “Lo de esta señora hace años que dejó de tener gracia, para pasar a ser ridículo”, “Lo de Cristina Pedroche es muy vulgar y no hablo solo de sus vestidos”; “En serio, esta mujer no está bien. Llevamos cuatro días hablando de la pesadísima de Cristina Pedroche”; “Primero, su supuesto embarazo para llamar la atención, luego el ridículo con su vestido y ahora el fracaso estrepitoso en audiencias con las campanadas… La chica está acabada, pero dejad de hablar de ella ya”. Y así.

En esta ocasión, la excusa de tanta calentura era el traje elaborado a partir de su propia leche materna encerrada en cristales y que deja al desnudo parte de la silueta de la presentadora, una colaboración con Unicef para despertar conciencias sobre “la importancia de proteger a cada niño y cada niña frente a cualquier tipo de violencia, abuso y explotación”.

Cristina Pedroche da la campanada con un vestido con 8.500 cristales de leche materna.

Cristina Pedroche da la campanada con un vestido con 8.500 cristales de leche materna. / EFE

La mayoría de quienes la han dilapidado en las redes, ocupados en escribir en X o sumidos en el barullo doméstico de la discusión, no llegaron a escuchar lo de los niños y la violencia o se apresuraron a difundir el bulo de lo que cobra Pedroche cada Nochevieja, una retribución ya incluida en su contrato con la cadena. Guste o no el vestido que saca cada año, lo de Cristina Pedroche representa, al igual que Lalachus, su derecho a ser y vestir como les dé la gana desde el primer segundo del año. Como ocurre con las campanadas —primero los cuartos y luego las uvas—, hay gente a la que esto hay que explicárselo cada fin de año y continúa sin entenderlo.