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Gisele Pelicot, personalidad de 2024
Aquella jornada Gisèle Pelicot (Villingen-Schwenningen, 7 de diciembre de 1952) supo por la policía la verdad de sus mentiras matrimoniales

Gisele Pelicot. / EPE
La sordidez es incómoda, sucia, desagradable. Nos molesta y procuramos eludirla pero sabemos que existe. Y sospechamos que traspasa muchos de los límites atribuidos porque, como concluyó el poeta Ievtushenko en respuesta a sus propias preguntas: incluso de nuestro padre, conociéndolo todo, no sabemos nada.
Esto exactamente les sucedió a los hijos de Dominique Pelicot. Que un día descubrieron que aquel padre atento y marido ideal, hombre encantador y servicial, en realidad era un ser salvaje y depravado que drogaba a su esposa con los zumos que le preparaba. Que compartía la preocupación de la familia por los extraños síntomas que sentía la mujer a la que acompañaba al médico que no atinaba a diagnosticar las causas de la permanente sensación de sueño, fatiga y pérdida de memoria que ella describía. Incluso disimuló cuando se barajaron palabras gruesas como alzhéimer o tumor cerebral. Esos mismos hijos preocupados por su madre supieron aquel día que el compañero que solícito, de regreso a casa, la instaba a acostarse para que descansara lo único que esperaba era el momento para, dormida e inconsciente, abusar sexualmente de ella y ponerla a disposición de quienes quisieran violarla. Y fue ese día que cayeron los velos y subieron los telones cuando la sorpresa familiar mutó a indignación, el dolor a rabia y el drama a denuncia. El día que la mujer se enfrentó a la certeza oculta de su propia vida y abandonó el domicilio conyugal instada por unos hijos adultos doblemente castigados. Fue el 3 de noviembre de 2020 cuando la vergüenza empezó a cambiar de bando.
Aquella jornada Gisèle Pelicot (Villingen-Schwenningen, 7 de diciembre de 1952) supo por la policía la verdad de sus mentiras matrimoniales. Que Dominique había sido sorprendido por segunda vez filmando en supermercados a mujeres debajo de sus faldas con discretos dispositivos que ya le habían costado una denuncia anterior que los gendarmes no ampliaron y él pudo ocultar. Antecedentes que se recuperaron a raíz de la segunda investigación que, a su vez, hizo aflorar todas las grabaciones acumuladas en el móvil participadas por decenas de hombres juzgados como cómplices del marido que tuvieron que enfrentarse a la mirada directa de su víctima que les acusó a cara descubierta de una perversión ilimitada. Algunas de sus condenas han sido tan indulgentes que les han evitado la cárcel.
En estos días de balances y reparto de títulos honoríficos es indudable que Gisèle Pelicot es la personalidad del año. Ante su proeza, por su actitud y valentía no hay otro nombre que se lo pueda disputar porque tampoco hay otro mérito comparable al de su ejemplaridad. Su sufrimiento oculto en su serenidad siempre controlada y su determinación inapelable la han convertido en referencia imprescindible de una causa universal.
La suya ha sido una aportación trascendente no solo para el feminismo que la reivindica con lógica sino también para cualquier persona que aspire a vivir en una sociedad mejor, limpia y transparente ayudando “a las víctimas no reconocidas cuyas historias quedan en la sombra”
Es lo que Gisèle dijo tras la sentencia. Justo al salir del juzgado que cerró al caso conocido por el apellido del marido. Apellido que ahora exige para ella. Para que también así quede claro que la víctima le arrebata el nombre al verdugo.
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