Opinión | LA VENTANA LATINOAMERICANA
Los tres (o cuatro) peores personajes de América Latina en 2024
Los diversos méritos de los elegidos tienen un punto en común que gira en torno al populismo, aunque sea de distinto signo: todos son profundamente iliberales y buscan acabar con las instituciones democráticas

Nayib Bukele habla desde el Palacio Nacional de El Salvador junto a su esposa, Gabriela Rodríguez de Bukele. / EFE
Siguiendo la estela de la última Ventana Latinoamericana, en esta oportunidad no hablaré de los tres (o cuatro) personajes más importantes del año que acaba, sino de los tres (o cuatro) más rechazables. Al igual que la semana pasada, los motivos de inclusión son disímiles, aunque en este caso hay una competencia más feroz por el podio, con un elevado número de aspirantes cargados de razones para figurar en esta relación.
Los escogidos son el matrimonio Ortega-Murillo, la pareja neo somocista reinante en Nicaragua; el presidente salvadoreño Nayib Bukele y la presidenta de Honduras Xiomara Castro. Entre los excluidos de la lista corta están Nicolás Maduro, empeñado en aferrarse al poder a cualquier precio, Miguel Díaz-Canel que insiste en mantener al pueblo cubano en la oscuridad más absoluta, el ecuatoriano Daniel Noboa, y los bolivianos Luis Arce y Evo Morales, amigos ayer, enemigos hoy, enzarzados en una lucha a muerte para ver quien será el próximo presidente.
Los diversos méritos de los elegidos tienen un punto en común que gira en torno al populismo, aunque sea de distinto signo. Todos son profundamente iliberales y buscan acabar con las instituciones democráticas, incluyendo sus correspondientes pesos y contrapesos, desde dentro del propio sistema. Porque, justo es reconocerlo, fueron elegidos para dirigir el destino de sus países en unas primeras elecciones libres.
Sin lugar a duda el pelotón está encabezada por los copresidentes Daniel Ortega y Rosario Murillo, cargos establecidos según la última reforma constitucional, exprés e inconsulta, que alarga el período presidencial de cinco a seis años sin eliminar la reelección indefinida. De este modo, el matrimonio copresidencial regenta Nicaragua como si fuera de su propiedad. La nueva Constitución subordina todos los poderes e instancias del Estado a los copresidentes, condiciona aún más el accionar político de la oposición, endurece el control policial (represión) en todas las instancias del país y, a través de los “regímenes especiales de desarrollo”, el equivalente de las fracasadas Zonas Especiales de Desarrollo (Zede) de Honduras, facilita el desembarco chino.
En segundo lugar, está el salvadoreño Bukele que dirige un régimen crecientemente autoritario, bajo "estado de excepción" desde 2022. Bukele sigue empeñado en convertir su cruzada por la seguridad ciudadana, que mantiene un aplastante respaldo popular, en la ganzúa que abra todos los resortes del Estado. Desde esta perspectiva, el Estado salvadoreño se reconstruye cada vez más a su imagen y semejanza, pero, como bien apuntó Tzvetan Todorov, "las causas nobles no disculpan los actos innobles".
Finalmente tenemos a Xiomara Castro, otra expresión del peso creciente que las relaciones matrimoniales tienen en la política latinoamericana, con algunas historias exitosas como la de los Perón y los Kirchner en Argentina o los Ortega-Murillo en Nicaragua y alguna fallida, como la de Álvaro Colom y Sandra Torres en Guatemala. En Honduras, Xiomara Castro siguió los pasos de su marido Manuel Mel Zelaya, forzado en su día a abandonar las riendas del país. En noviembre de 2025 habrá elecciones presidenciales, precedidas de internas en marzo, a las que el partido oficialista Libertad y Refundación (LIBRE) llega sumamente debilitado por la suma de promesas incumplidas por la actual presidenta.
Si bien las denuncias de complicidad al actual gobierno son considerables, el principal mérito de Castro para integrar este grupo selecto responde a su manejo sectario e ideologizado de la política exterior. Desde hace un año Honduras ocupa la presidencia pro tempore de la Comunidad de Estados Latinoamericanos y Caribeños (CELAC), entidad que ha manejado según sus intereses particulares y su estrecha sintonía con el bloque bolivariano. Esto se ha traducido en diversas declaraciones polémicas y sin consensuarlas con sus pares, como una sobre Haití, su felicitación a Vladímir Putin por su triunfo electoral o la condena a Israel por la ocupación de Gaza. Su gestión al frente de la CELAC, más que reforzarla en un momento en que priman las desavenencias entre gobiernos y presidentes, ha tendido a debilitarla más, comprometiendo su futuro.
De los tres países involucrados, Honduras será el único que en 2025 cambiará de gobierno y habrá que estar pendiente de quien llegue. Los otros dos, seguramente, tendrán relaciones muy diferentes con la Administración Trump. Marco Rubio, el próximo secretario de Estado, ya ha anunciado un endurecimiento del trato con Nicaragua, incluyendo las sanciones. Por el contrario, con Bukele parece haber una mayor sintonía. Todo hace presagiar que las críticas vertidas en su día por Estados Unidos contra el manejo antidemocrático del gobierno salvadoreño se acallarán y darán lugar a una relación más amigable.
Con independencia de lo que ocurra en cada caso, en el año que comienza seguiremos viendo fuertes tendencias iliberales, antidemocráticas y populistas en estos tres países en particular y en América Latina en general. Lamentablemente, estas tendencias regionales serán agravadas por la fragmentación, por las fuertes diferencias personales e ideológicas entre los presidentes y por la escasa voluntad para profundizar en la cooperación, la coordinación y la colaboración entre los gobiernos. El gran mérito de nuestros tres (o cuatro) personajes es que han hecho todo lo posible para profundizar la división y la inoperancia internacional de América Latina.
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