Opinión | ÁGORA
Balance 2024: el caso Errejón
Nuestro futuro no podía reposar sobre las espaldas de una generación joven y aislada, que recibió la furiosa hostilidad de las elites intelectuales
Todavía no tenemos la necesaria distancia para juzgar el caso Errejón. La dimensión simbólica del mismo deberá contrastarse a la luz del futuro, pues su retirada del espacio público tendrá consecuencias. Errejón ha adquirido en plena juventud una dimensión histórica, tanto por sus logros como por sus expectativas. Su retirada significa una pérdida de referencia política para mucha gente, pues de los jóvenes líderes, él era el de más alcance trasversal. La pregunta sobre cómo una persona tan representativa se haya expuesto de un modo tan descuidado a su final y haya desplegado conductas que hacían inviable su figura política, constituye un enigma que sólo puede resolverse con profundas reflexiones sobre lo que es la política española, para él y para todos.
Esta cuestión requiere algo más que un artículo periodístico. Pero un balance provisional de este 2024 exige plantear el problema. Cuando reflexiono sobre el caso, y lo hago sin descanso desde aquel 23 de octubre, distingo tres aspectos. Así me enfrento a una profunda turbación que genera una gama de sentimientos insoportables. ¿Cómo comportarnos ante una acusación pública de violencia sexual que afecta a un amigo? Reflexionar sobre el caso Errejón puede tener una dimensión simbólica que afecta a nuestra conciencia moral, cívica y política.
Moral, porque hay amistad. Tuve la suficiente relación con Errejón como para tenerle afecto. Su trato fue amistoso e increíblemente estimulante desde el punto de vista intelectual. Su inteligencia me produjo un inmediato respeto. Hace meses, la última vez que hablé con él, aprecié su difícil situación personal y eso me causó dolor. Escuché con inquietud que iba a terapia, que comenzaba a hacer deporte, que no era feliz. Habló con claridad de la vida personal angustiosa de los actores políticos relevantes. Hablaba de él, de que la política rompe las vidas.
Él no estaba seguro de que su psiquismo pudiera soportar la intensa exposición como portavoz de Sumar. Sin énfasis, dijo que deseaba tener un perfil bajo. Tampoco era optimista. Sentía que la juventud había abandonado el proyecto progresista. Como es natural, lo animé a asumir el cargo de portavoz. Mi argumento: él era imprescindible. Un amigo leal hubiera debido despreciar la dimensión política y conceder la máxima relevancia a la situación personal. No lo hice. Todo estuvo presidido por la necesidad política, sin pensar en los costos personales que Íñigo asumía. No puedo esquivar esa mala conciencia. Si Íñigo no fuera portavoz, quizá todo esto no habría ocurrido.
Por supuesto, el pudor reinó entre nosotros respecto del tabú más imponente que rige cualquier relación intergeneracional, la forma de entender las relaciones sexuales. El silencio ahí siempre fue total e impenetrable. Nunca hablamos de ello.
Cuando estalló la noticia de la denuncia por abuso sexual, entró en juego el problema de la amistad cívica. El feminismo busca esa amistad. Implica que nadie produzca injusticia a ninguna mujer. Sin esa aspiración, no hay ciudadanía democrática. Esta batalla debe conceder crédito a una mujer que denuncie agresión sexual. Ninguna mujer se expone a esa humillación sin motivos. Cuando una mujer irrumpe públicamente con una denuncia, debemos asumir cívicamente que es una presunta víctima. Sin embargo, hacerlo con escabrosidad, impudor e inequívoca crueldad, con calificaciones violentas, no forma parte de las actitudes de la amistad cívica que el feminismo produce y promueve.
Tenemos que encontrar un equilibrio con las normas del Estado de derecho. Una presunta víctima requiere siempre un presunto victimario. Pero nuestro Estado de derecho impone que, aunque a la denunciante en público le concedamos la presunción de víctima, sólo podemos concederle la simétrica condición de presunto victimario a alguien que esté ante un juez. Cívicamente, hermana, yo sí te creo…, si declaras antes un juez. Solo entonces alguien adquiere la condición de presunto inocente. Esta es la otra cara de ser un presunto victimario. Sin imputación judicial, todos gozamos de la condición de inocencia plena.
Lo demás es una confusión de moralidad y derecho, lo que puede producir un infierno cívico. Las prácticas sexuales de alguien nos pueden parecer insanas, violentas, o ser machistas e indeseables. Pero solo llevadas ante la justicia pueden calificar a un presunto victimario. Este tiene derecho a luchar por demostrar su inocencia, igualmente presunta. El movimiento feminista retrocede cada vez que una mujer no sustenta sus denuncias públicas ante la justicia, algo que debería hacerse siempre. Quien se contente con promover las denuncias anónimas, deberá saber que, a la larga, juega contra la causa del feminismo.
El asunto de la amistad política, el tercero, no es menor. El sistema político colapsó con el 15M, cuando dejó de tener energía para enfrentar los problemas de nuestra sociedad. Íñigo dio voz a una ciudadanía que luchaba por dotar a ese sistema de nueva fuerza y sentido. Hoy podemos decir que aquella juventud que tomó en sus manos la tarea de dotar de sentido democrático la vida política española, cargó con una responsabilidad excesiva. Por eso estamos ante un fracaso de país y eso eleva el caso Errejón a simbólico.
Nuestro futuro no podía reposar sobre las espaldas de una generación joven y aislada, que recibió la furiosa hostilidad de las elites intelectuales. La dejaron sola y carente de conexión con otras generaciones; aquella juventud vio cegadas sus posibilidades de alcanzar una victoria histórica. Eso la llevó a ensimismarse, lo que generó la implosión del grupo dirigente en Villaverde II. Así se rompió la amistad política, sin la que no existe nada poderoso y sin la que el sacrificio de la política puede no tener compensaciones sanas. Tenemos derecho a preguntarnos si la destrucción política de Errejón, y su dimisión fulminante sin protecciones ni aforamientos -que puede revelar la dignidad con la que entendió la política-, no será el último suceso de aquel proceso de implosión.
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