Opinión | LA SUERTE DE BESAR
La indiferencia tiene mil caras
Una chica de 14 años me ha dado una lección. En dos grupos de WhatsApp a los que ella pertenece han compartido imágenes y vídeos de terceras personas con el objetivo de mofarse de ellas

Dos cirujanos en un quirófano.
Una serie de médicos es a una tarde de sábado lo que un pantalón negro es a un armario: un valor seguro. La simplicidad de la trama y la sencillez de los personajes enganchan. Alguien se pone enfermo y llega abruptamente a una sala de urgencias. Unos facultativos, normalmente guapos y que están teniendo, han tenido o tendrán un affaire entre ellos, le diagnostican el mal con más que menos apuros y, finalmente, se cura. O muere en una mesa de operaciones porque su corazón "está fibrilando". Fin.
La serie The Resident es todo eso, pero se le añade una perspectiva crítica hacia las injusticias del sistema sanitario estadounidense, que excluye a una mayoría pobre. Gran parte de los doctores que aparecen (guapos y con tensión sexual entre ellos, por supuesto) reprueban el poder de las aseguradoras, desprecian a los gestores usureros y practican una medicina vocacional y al servicio del paciente (algo que les hace ser aún más sexis a ojos de los espectadores, por cierto). Ellos no son indiferentes ante el dolor ajeno. Se implican.
Una chica de 14 años me ha dado una lección. En dos grupos de WhatsApp a los que ella pertenece han compartido imágenes y vídeos de terceras personas con el objetivo de mofarse de ellas. A una la han llamado gorda, ridícula, corta y pesada. A otra la han tildado de fea, rata, de no ligarse a nadie y de estar obesa. Alguien ha sido líder de ese linchamiento. Alguien ha invertido su tiempo buscando fotos en una red social y las ha colgado en el chat compartido para incentivar la burla. Otros han sido los que han jaleado y han iniciado el escarnio. Han enviado imágenes escatológicas y emoticonos vomitando y riéndose. La mayoría ha callado y se ha mostrado insensible, menos ella, que se ha enfrentado. Su madre tenía miedo de que se convirtiera en la siguiente víctima, trató de persuadirla para que saliera del grupo, pero ella le dijo que no podía quedarse al margen. Es lo contrario a la indiferencia. Esa niña es una sabia y su progenitora anda henchida de orgullo. Yo me pregunto por el papel que tienen las familias y los profesionales del instituto en todo eso.
Una amiga está pasando por la crisis de la invisibilidad. Cualquier mujer que tenga 50 años o haya sobrepasado esa barrera sabe a lo que me refiero. Cuando supo que iba a coincidir, en una reunión de trabajo de su empresa, con un amor de juventud a quien hacía décadas que no veía, decidió acicalarse in extremis. Una ampolla reafirmante para la flacidez de la cara, iluminador en los pómulos, espuma en el pelo, medio tacón y camisa con transparencias. El resultado fue que él apenas la reconoció y que ella tuvo que recordarle que coincidieron en COU. "Me castigó con su indiferencia", sentenció en la segunda copa de vino.
Puede que sea porque estamos saturados de leer y de escuchar malas noticias. Podría ser que estuviésemos demasiado ensimismados en nuestra propia existencia o que creamos que nada de lo que hagamos puede mejorar nuestro entorno, pero la indiferencia es mala compañera. Hacer transparente, cancelar, anular o vetar a alguien es maltratar. Otra cosa es que un amor de juventud no te reconozca. A eso lo llamaría yo un drama.
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