Opinión | EXTREMADURA DESDE EL FORO

La enfermedad

La política entera se basa en demonizar a otros

Leí, recientemente, de un afamado autor norteamericano, que aseguraba sin atisbo alguno de ironía que la elección de Trump podría suponer el "fin de la democracia tal como la conocemos". No es, no crean, ningún radical. De hecho, su obra tiene un altísimo interés. Lo que da igual para sentenciar con una gravedad que los hechos desmienten. En todo caso, sería la segunda vez que Trump acaba con la democracia. La primera, por lo visto, era tipo ensayo.

El famoso asalto al Capitolio de aquel enero sólo puede calificarse de golpe de estado si careces de cualquier tipo de relación con el humor. Aquella bufonada tenía poco o nada de organizado, nació como la chapuza que vimos que era, y sólo contuvo su punto de tragedia por lo endiabladamente sencillo que supone generar caos incluso en lugares sacrosantos de las "sociedades más avanzadas" (aunque sigamos pensando que todo el aparato público es una máquina perfectamente engrasada. En fin)

Ni siquiera se ha demostrado si Trump estuvo detrás de aquello. Lo que, dicho de paso, tampoco me extrañaría. Ni es el payaso del papel que gusta de representar ni el estratega más afilado. El personaje es transparente, pero su agenda se aleja de la un dictador o de malo de película de Bond, y se acerca a la naturaleza humana más básica: poder y dinero. Tanto monta. 

El otorgar un tono apocalíptico al triunfo del rival en las urnas y alertar de amenazas a la democracia cuasi diarias es propio de extremos y de aquellos que se benefician de la polarización de la sociedad. La continua mención al fascismo y al recorte de derechos es sólo una herramienta de extensión del miedo. Si todo es ultra (o pongan aquí algunas de las expresiones habituales), es que nada lo es. Sólo que a los propagadores poco les importa el vínculo con la realidad. Si el lobo no viene es porque quizás nunca existió. 

El surgimiento de opciones políticas extremistas se debe a esto, a la rentabilidad del miedo y el azuzar los instintos más primarios. Y, con todo, no son la enfermedad sino un síntoma.

En la última década y media, los verdaderos temores para la sociedad derivaron de la profundidad de la crisis financiera y de las heridas del bienio pandémico. En Occidente, la izquierda no ha sufrido por no ser capaz de dar soluciones estructurales . Su camino ha sido el de las políticas identitarias y de minorías y comprar el discurso frentista de los extremos. Las líneas rojas ya no se mencionan porque la política entera se basa en demonizar a otros. 

Las víctimas acaban siendo las formaciones de centro, los moderados a ambos lados ideológicos, y de todos los que aún tienen la vergüenza de no crear falsas alarmas sociales ni de espolear el odio al contrario. También de las justas causas que dicen defender con tanto ánimo y a las que la radicalización actúa como un virus que corroe desde dentro. Las víctimas, al final, somos todos.