Opinión | DÉCIMA AVENIDA

'No digas nada'

La serie de Disney+, adaptación del libro de Patrick Radden Keefe, muestra la atracción del radicalismo y el efecto devastador de la violencia para quien la sufre pero también para quien la ejerce

Lola Petticrew (Dolours Price) en una imagen de 'No digas nada' .

Lola Petticrew (Dolours Price) en una imagen de 'No digas nada' . / FX

No es un desdoro afirmar que la adaptación a la televisión de No digas nada se queda lejos de la monumental obra de no ficción de Patrick Radden Keefe en la que se basa. No lo es porque es tarea imposible plasmar en una serie las historias reales entrelazadas con las que Keefe teje un artefacto narrativo de primer orden que capta la vertiente política, social y humana del conflicto en Irlanda del Norte durante décadas.

Aun así, No digas nada es una serie notable que alcanza el sobresaliente en su retrato de Dolours y Marian Price, las dos activistas del IRA que la prensa británica bautizó como las "hermanas del terror", extraordinariamente interpretadas en su juventud por Lola Petticrew y Hazel Doupe.

Las hermanas Price son dos iconos del conflicto norirlandés y de la historia del Reino Unido. Criadas en un entorno familiar muy nacionalista, fueron de las primeras mujeres en enrolarse en el IRA. Participaron y cometieron numerosos atentados (incluido uno con coches bomba en Londres), fueron juzgadas y encarceladas, protagonizaron una famosa huelga de hambre en prisión (soberbio el capítulo sexto de la serie, dedicado íntegramente a este pasaje de sus vidas) y se opusieron al proceso de paz impulsado por Gerry Adams. Dolours se casó con el famoso actor Stephen Rea, se convirtió en una suerte de celebridad y acabó su vida con problemas de alcohol y remordimientos por su papel en el asesinato de norirlandeses acusados de romper la ley del silencio del IRA, los denominados Desaparecidos.

En la serie, la actriz Hazel Doupe impresiona con la frialdad, vulnerabilidad y, al mismo tiempo, fanatismo con los que interpreta a Marian. Su mirada concentra la historia que quiere contar la versión audiovisual de No digas nada: la atracción del radicalismo político y el coste insufrible de la violencia, tanto para quien la sufre como para quien la ejerce.

En Gran Bretaña, la serie ha recibido algunas críticas por romantizar la figura de las hermanas Price. Para ello, no hace falta una serie: en su momento, ya fueron dos terroristas calificadas de glamurosas. La carátula de la serie es una recreación de la fotografía que ilustra la portada del libro, un retrato del fotoperiodista Stefano Archetti que en los 70 fue portada de la revista italiana L’Europeo, una publicación a la estela de Life, en la que escribieron periodistas como Indro Montanelli Oriana Fallaci. En los 70, los 80 e incluso los 90, conflictos políticos con la participación de grupos terroristas despertaban interés, apoyo e incluso fascinación en según qué círculos liberales. El norirlandés fue uno de ellos.

Es esencial para entender los conflictos conocer el factor geográfico. El israelí-palestino se comprende mucho mejor cuando se visitan Israel, Jerusalén, Gaza y Cisjordania. Lo mismo sucede con Belfast y el Ulster. En la capital de Irlanda del Norte, profundamente segregada entre católicos y protestantes, en los 70 y los 80 la población rondaba entre 300.000 y 340.000 personas. En un espacio tan pequeño, donde todo el mundo conocía a todo el mundo, controlar las delaciones era esencial para el IRA. Pero también significaba que los verdugos conocían a las víctimas.

Al final, esta proximidad es la que carcomió la conciencia de Dolours Price. La segregación, vivir en una burbuja (familiar, política, social, geográfica, y hoy en redes sociales) da aire al radicalismo y, en momentos de conflicto, a la violencia. Conocer al otro, entenderlo, es el mejor remedio contra el fanatismo y la violencia. Despersonalizarlo, rodearlo de un cordón sanitario, es un pasaporte hacia el desastre.