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Juan Lobato: levantando acta

Temía que los suyos le tendieran una trampa. Es posible. Pero los tiempos apuntan a que, bien asesorado, quiso blindarse ante la dimensión que estaba alcanzando un conflicto que podía salpicarle una vez reconvertido

Juan Lobato

Juan Lobato / Redacción

Sin la figura del notario es difícil entender la historia de este país. Su aportación a la política, las artes y las letras además del derecho les ha situado tradicionalmente en el apartado de personas respetadas, eminentemente cultas y dignas de admiración. Josep Pla, que les tenía en gran estima, les otorgaba un papel fundamental. Entendía que al depositar la ciudadanía su confianza en sus manos, los notarios contribuían a mantener el orden social que tanto preocupaba al escritor. El notario Ramon Mª. Roca i Sastre, por ejemplo, mereció uno de sus preciados Homenots.

Los mortales solemos ir al notario para que otorgue valor jurídico a documentos que acabarán en algún registro público. Los bancos nos llevan a ellos cuando de oficializar un préstamo hipotecario se trata. Testamentos y escrituras pasan por sus manos y les llamamos para que levanten acta y den fe de episodios que pueden correr el riesgo de acabar judicializados. Llegado el caso, el documento no tendría necesariamente valor probatorio pero sí indiciario. Y correspondería al juez valorarlo, ya que el notario describe lo que ve, oye o percibe por sus sentidos. A eso fue hace unos días Juan Lobato Gandarias-Sánchez (Madrid, 5 de noviembre de 1984).

El ya exsecretario general de los socialistas madrileños quiso dejar constancia oficial a primeros de noviembre de los mensajes recibidos de la Moncloa, ocho meses antes, acerca de los acuerdos de la pareja de Isabel Díaz Ayuso con la fiscalía para resolver sus reconocidos problemas con Hacienda. Información que utilizó en el pleno del mismo día en la Asamblea para sorpresa de la presidenta, que empezó a redirigir su causa cambiando el foco. Y lo ha conseguido. Es coincidiendo con la investigación sin precedentes del Supremo al fiscal general del Estado, por supuesta revelación de secretos por aquellos mismos documentos, cuando Juan Lobato decide que un notario deje constancia de los mensajes a su móvil. Dicen que procedió porque temía que los suyos le tendieran una trampa. No querían que se presentara a la reelección al frente del partido en Madrid. Es posible. Pero los tiempos apuntan a que, bien asesorado, quiso blindarse ante la dimensión que estaba alcanzando un conflicto que podía salpicarle una vez reconvertido. Es así como el caso Alberto García Amador mutó al caso Álvaro García Ortiz, a quien la Guardia Civil atribuye una “participación preeminente en la filtración investigada”.

Y también así fue como un problema que inicialmente afectaba al PP por razón sentimental de su importante baronesa ha provocado la caída del líder socialista que, en tan solo 24 horas, pasó de la resistencia a la claudicación. Terremoto devastador a las puertas del congreso que están celebrando en Sevilla y que busca honor a Pedro Sánchez y gloria a su manual de resistencia.

Ni que decir tiene que las voces socialistas críticas con el sanchismo se han unido para elogiar al caído. Veían a Lobato como uno de los suyos. Díscolo puntual con el Gobierno, opositor de mano tendida a su rival en la Comunidad, aspirante a todo y cercano a todos, el campechano parlamentario ha revitalizado aquella advertencia que solía recordar Tarradellas: todos los problemas del PSOE han empezado siempre en su federación madrileña. La historia interminable.