Opinión | MIEL, LIMÓN & VINAGRE

Sito Miñanco, la droga ya no mata

Las teleseries que idealizan a los narcos han contribuido a la permisividad actual

El narcotraficante Sito MIñanco.

El narcotraficante Sito MIñanco.

En el carrusel de narcos gallegos reconvertidos en marcas registradas como Oubiña y Dorados, a veces cuesta singularizar a Sito Miñanco. Hay un truco infalible, es el que no se fotografió embadurnando de crema bronceadora a Feijóo. En efecto, no se debería frivolizar sobre las drogas, pero vista la actual desatención social en torno al problema, solo cabe concluir que ha desaparecido. Se ha decretado que ya no fallecen jóvenes españoles por su adicción a sustancias prohibidas. La droga ya no mata, ni literalmente ni en el sentido lato de que has de ser muy idiota para creerte que el consumo te concede un aura especial.

Sobre todo, ha dejado de matar en los índices de audiencia.

Es fácil resumir la categoría de Sito Miñanco, trabaja en toneladas. Ha tenido millones de clientes, pero el aparcamiento de la droga entre los crímenes pasados de moda implica que en su actual juicio con el tonelaje habitual de cocaína, haya sido superado en protagonismo por la presencia de Gonzalo Boye en el banquillo. El abogado de un fugitivo regional oscurece a un macronarco, que ni siquiera logra empatar con su impecable bufanda cuadriculada estilo Burberry.

Atravesada la edad de la jubilación, se ha disuelto el parecido físico deliberado y forzado entre Sito Miñanco y Pablo Escobar, el narcodiputado colombiano que fue invitado a la fiesta de la primera victoria electoral de Felipe González en 1982. Claro que el parecido fisionómico podría mantenerse si el traficante de los hipopótamos no hubiera sido liquidado de cuarentón, con la asistencia de la DEA estadounidense. En cambio, el narco pontevedrés viaja camino del septuagenariado con un aspecto excelente.

Las teleseries que idealizan a los narcos han contribuido a la permisividad actual, tan contrastada con los tiempos en que Nancy Reagan deletreaba en sus labios "Di simplemente que no". No puede sorprender que en un registro a Sito Miñanco se le interviniera el guion de Fariña, la producción basada en uno de los libros más importantes y estremecedores de la España contemporánea. Por algo el capo siciliano Matteo Messina Denaro lucía afiches de Marlon Brando y Al Pacino en El Padrino, colgados en las paredes de su escondrijo.

Paradójicamente, la matanza de los fentanilos ha contribuido a relativizar la maldición de las drogas, rebajadas a sustancias recreativas al jugar con la ambigüedad entre la adicción y la farmacopea. Los narcóticos se han disfrazado de medicamentos, como reseña Manuel Vilas en El mejor libro del mundo mientras refiere sus adicciones.

No debieran existir dudas sobre la catadura moral y penal de la obra de Sito Miñanco. De ahí la sorpresa cuando el juicio en que se ve eclipsado por Boye recoge piropos contra el traficante, surgidos precisamente del cargo policial que desmanteló la operación. La España concentrada en las causas identitarias ya no se pregunta qué consume el usuario, sino a qué grupo discriminado pertenece. De ahí que observe sin estupor las virtudes de tenacidad, liderazgo, responsabilidad y "voluntad inquebrantable" adjudicados al capo gallego por quienes le atraparon. Es obligado refrescar aquí un titular de la afamada revista satírica The Onion: "Policía infiltrado descubre que el narcotráfico es un trabajo duro".

A propósito, la Europol ha contabilizado 800 bandas criminales con 25.000 integrantes en toda Europa, una cifra a reducir para no perder la guerra contra las drogas. La persecución implacable acaba generando una intimidad erótica, algo que no descubrió el narcotráfico, sino Nietzsche, al decretar que «si luchas con monstruos, cuida de no convertirte tú mismo en monstruo». Porque "cuando miras largo tiempo a un abismo, el abismo también mira dentro de ti". Esta contaminación conduce a las excusas de la generosidad narcótica, porque Sito Miñanco también imitó a Escobar al comprar y ascender al equipo de fútbol de su villa natal, el Juventud Cambados.

El narcotráfico es un deporte de imitación, pero la tragedia de la droga en Galicia no debería desembocar en un fenomenal error de casting. Si los "tenaces" contrabandistas de tabaco hubieran reparado en que el dinero de verdad se gana sin necesidad de robarlo, podrían haber convertido a la comunidad que envenenaron en el Silicon Valley europeo.

De paso, verían cumplido su otro sueño de poner y quitar gobernantes sin obstáculos, como en Estados Unidos. Esta versión soñada hubiera exigido que José Ramón Prado Bugallo, porque ya va siendo hora de ostentarle su nombre real, se pareciera físicamente a Steve Jobs. Ante estas perplejidades amontonadas siempre hay que refugiarse en Kurt Vonnegut: "Somos la imagen que damos de nosotros a los demás, por lo que debemos cuidar la imagen que ofrecemos a los demás".