Opinión | EL CUERPO EN GUERRA
Voces borradas
¿Dónde estamos las feministas alzando la voz por ellas, reclamando justicia y respeto de los Derechos Humanos para nuestras compañeras afganas?

Varias mujeres elaboran jabón líquido y champú en una pequeña factoría instalada por la empresaria Saqi Jan en el pueblo de Naqleen, Kandahar, Afganistán. / EFE
Imagina un silencio tan fuerte que es capaz de hacer estallar ventanas, un grito feroz ahogado que envenena: produce una muerte interior lenta. Así claman las mujeres afganas, que se han visto cada vez más coaccionadas desde que el régimen talibán volvió al poder hace tres años, empeñado en borrarlas de la vida pública. Para ello se ha valido de la "Ley de Promoción de la Virtud y Prevención del Vicio". Las últimas enmiendas conducen a un silenciamiento total que podría ser considerado un "apartheid" de género.
Parte de la responsabilidad es nuestra, porque nuestros soldados estuvieron allí, jugando a la guerra global contra el terrorismo que inició Bush hace casi dos décadas y al que quiso sumarse Aznar para después desentenderse y dejar la población a su suerte. ¿Qué clase de intervención en aras de un futuro mejor es el que llevamos a cabo? Recuerdo perfectamente (era adolescente) pedir a mi madre ir a la manifestación en contra de la intervención armada por parte de España, una de las muchas movilizaciones que tuvieron lugar por todo el país. Pero nuestro dirigente insistió en crecerse al calor del poder que le brindaba acompañar a Bush.
¿Dónde estamos las feministas alzando la voz por ellas, reclamando justicia y respeto de los Derechos Humanos para nuestras compañeras afganas?
Por ello, no vale eludir responsabilidades: somos responsables de haberlos dejado a su suerte y cómplices ahora de la criminalización de las personas Lgtbiq+ y de minorías religiosas que lleva a cabo el régimen, además de la opresión total de las mujeres. No es sólo que las hayan erradicado de la vida pública, que tengan la obligación de cubrirse totalmente el cuerpo (y no vestir de colores llamativos) y el rostro y no hablar ni cantar en voz alta, que les hayan prohibido el acceso a la educación o ser atendidas por médicos del sexo contrario, sino que ahora tampoco tienen permitido hablar entre ellas o hablar en voz alta a su marido. ¿Qué les queda entonces? ¿Hablar con sus hijos?
No se me ocurre otra cosa que sí puedan hacer, además de quedar, con todo el cuerpo, a disposición de los deseos de su marido.
Dan igual las denuncias de organizaciones internacionales o que las cifras apunten a un incremento sustancial de los crímenes sexuales contra ellas (han aumentado un 35% en el último año). Han sido borradas de lo público, sufren un cruel cautiverio y un aprisionamiento calculado y pasan los días y los meses y sus condiciones de vida solo se recrudecen. ¿Dónde estamos las feministas alzando la voz por ellas, reclamando justicia y respeto de los Derechos Humanos para nuestras compañeras afganas? Las hemos dejado también a su suerte. De nada sirve dolerse sin acción.
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