Opinión | CONOCIDOS Y SALUDADOS
Donald Trump: el retorno
El candidato republicano ha sabido tomarle el pulso a la mayoría de la sociedad de su país. La que le ha devuelto la presidencia que él siempre consideró arrebatada

Donald Trump / Redacción
Un gran despliegue policial detiene la circulación en el Scott Circle de Washington DC. Precede a la comitiva de la todavía vicepresidenta que, a gran velocidad, se dirige a la Casa Blanca tras aceptar su derrota electoral. Más de veinte limusinas negras rodeadas de ingentes motoristas uniformados regresan de la universidad de Howard donde, la noche anterior, se pasó del optimismo a la frustración sin solución de continuidad. Se aguó la fiesta. Los invitados fueron instados cordialmente a regresar a casa mientras los operarios desmontaban de manera precipitada el escenario en el que Kamala Harris tenía previsto dirigirse a su feligresía. Tampoco lo hizo. En un gesto de indisimulada arrogancia optó por desaparecer sin dar explicaciones.
La actitud de la candidata demócrata indignó todavía más a Ralph. Nacido en Filipinas, llegó a los Estados Unidos hace dos décadas. Chapurrea cuatro palabras de español heredadas de su madre, que lo habla con la soltura limitada de la ya escasa población del archipiélago que lo preservó tras la descolonización. Llamando a un taxi bloqueado a pocos metros por las severas medidas de seguridad del séquito, gesticula moviendo los brazos a modo de repulsa. Sus manos dibujan la T que caracteriza a los entrenadores de baloncesto cuando piden tiempo. Solo que para él la consonante es la inicial del ganador. Corea el nombre de Trump a sabiendas de que su grito no llegará a Harris, pero dice tener la necesidad de expresar su repulsa hacia un partido, el Demócrata, que no practica lo que predica. Por eso votó al republicano. Por eso y, ante todo, porque desde la marcha del expresidente la inflación ha mermado su poder adquisitivo.
Donald John Trump (New York City, 14 de junio de 1946) ha sabido tomarle el pulso a la mayoría de la sociedad de su país. La que le ha devuelto la presidencia que él siempre consideró arrebatada. "He estado cuatro años esperando este momento" rugió enardecido unos días antes, intuyendo la victoria. Y el colofón glorioso de este tiempo de espera es el que provoca la duda razonable de si utilizará el cargo para borrar sus causas judiciales, vengarse de quienes le han perseguido y utilizar el poder para moldearlo a conveniencia de su imprevisibilidad, con todo el riesgo que esto supone. Especialmente a nivel internacional, que es lo que nos atañe.
El espaldarazo que más de 73 millones de compatriotas (50,7% del electorado inscrito) han dado a Donald Trump le convertirá, a partir del 20 de enero, en uno de los presidentes más poderosos. A sus detractores no les queda ni siquiera el consuelo de cuando ganó contra pronóstico a Hillary Clinton y, para consolarse, argumentaban que ella le había superado en tres millones de votos populares, como si para entonces el sistema no les sirviera. Nadie tampoco puede argüir que en los siete estados decisivos no se haya impuesto. Ni que no haya cambiado el color de la mayoría en el Senado, ni aumentado el apoyo en el Congreso. Ni que las mujeres y los latinos no le rían las gracias. O que todos ellos, intoxicados por redes y alejados de medios convencionales, no hayan llegado a la conclusión de que la nueva inmigración está plagada de delincuentes a los que hay que poner freno. Es otro de los argumentos que Ralph ha hecho suyo. Y es así como los penúltimos se convierten en enemigos de los últimos.
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