Opinión | EL ESPÍRITU DE LAS LEYES

La quiebra del sujeto político

Una ciudadanía fragmentada y falta de sentimiento de pertenencia

Archivo - Fachada del Tribunal Supremo.

Archivo - Fachada del Tribunal Supremo. / Eduardo Parra - Europa Press - Archivo

Cree el sociólogo Pierre Rosanvallon que el sujeto político sobre el que descansa el Estado en tanto que comunidad institucionalmente organizada es hoy "introuvable" (inencontrable) por falta de identidad y consistencia. De una parte, "el conjunto de los gobernados" se halla cada vez más fragmentado y, correlativamente, cada vez menos cohesionado en torno a los arquetipos fundacionales e identificativos de la forma estatal (el Estado social y democrático de Derecho entre nosotros, por ejemplo). De otra parte, aparece minada su capacidad de consolidar un sentimiento de pertenencia ante la falta de un verdadero debate público, progresivamente más difícil por el declive de verdades compartidas. ¿Es esto cierto?

Se acusa a la clase política de no realizar su esencial tarea de proyectar el futuro, rebajando su acción al empleo de meras técnicas de supervivencia. Así, refiriéndose a Italia, escribe la constitucionalista Giusi Sorrenti que el debilitamiento de las visiones de largo alcance de los políticos resulta característico del "excepcionalismo italiano", traducido en "transitoriedad infinita", que antepone el sobrevivir al gobernar. Pero, ¿acaso no sucede lo mismo en todas las democracias occidentales? Así es, sin duda. Hasta el punto de que para muchos observadores ha llegado el momento de entonar un "De profundis" por los partidos políticos. ¿Serán los partidos, en efecto, los protagonistas de una competición meramente endogámica y vacía de trascendencia política real? Tal parece.

Los partidos políticos son hoy, a todas luces, incapaces de cumplir adecuadamente la función de vertebración representativa del pluralismo social. Las causas son varias. En primer lugar, está la enorme limitación que, en términos de autonomía decisoria estatal, supone el fenómeno de la globalización. Como señala con razón Sorrenti, la globalización ha roto el nexo entre territorio y política y ha afectado gravemente a la propia funcionalidad y utilidad del sistema representativo. Ello equivale a reconocer que lo que se debate en las elecciones nacionales, si es algo de capital importancia en el ámbito de la política económica, no está al alcance pleno del Gobierno del país. Lo cual viene a equiparar en cierto modo elecciones generales y elecciones regionales o locales por lo que respecta a las temáticas objeto de controversia política. Se explica así igualmente el interés esencialmente endogámico –de mera reproducción de la élite parlamentaria– de los procesos electorales, la reducción de las discusiones a las guerras culturales (en España educación pública o privada, interrupción del embarazo, identidades personales y colectivas, memoria histórica, etc.) y la utilización masiva del improperio contra el adversario. Paradójicamente, se sabe más en las elecciones autonómicas y municipales dónde están verdaderamente los garbanzos que en los comicios generales. La política nacional es, cada vez más, pura fantasmagoría, o a lo sumo una función holográfica.

En segundo lugar, la limitación de los partidos en orden a proponer políticas de fuste y a largo plazo obedece también a la integración en la Unión Europea y a la consiguiente transferencia de las competencias estatales tradicionales a un sujeto transnacional muy poco susceptible de control por los Parlamentos de los Estados miembros. Los Gobiernos de dichos Estados, que son los principales protagonistas a nivel interno de la ejecución de las decisiones europeas, además de copartícipes de la definición de las mismas, dan cuenta a sus Parlamentos de la adopción de tales decisiones como quien anuncia un "fatum" inexorable. En realidad, los órganos más políticos de la Unión, que revisten carácter intergubernamental (el Consejo Europeo y el Consejo de los Ministros competentes en cada ramo), realizan en ella las verdaderas opciones de orientación política, que antaño efectuaban los Gobiernos de los países asociados bajo el control de sus respectivas Asambleas parlamentarias. Así las cosas, la política nacional pierde importancia en favor de la que ya podríamos llamar "política federal" de la UE.

No es que me parezca mal esta progresiva federalización de Europa, también impulsada con convicción en vía pretoriana por la jurisprudencia del Tribunal de Justicia. Al contrario. Como sostiene Sorrenti, la organización institucional de la Europa unida entraña la última salvaguardia del patrimonio constitucional de las naciones europeas tanto frente a los ordenamientos más agresivamente (neo)liberales del Occidente cuanto frente a los menos equipados democráticamente de los países del Este. Solo lamento que todavía no contemos con partidos políticos verdaderamente transnacionales y que el debate político esté reducido a rencillas aldeanas sin excesiva trascendencia y sobre habas contadas.

Y vuelvo sobre el lamento de Rosanvallon, que se revela, a mi entender, como únicamente encuadrable en el ámbito ya superado de los Estados nación. ¡Claro que contamos con un sistema de valores compartido por toda la ciudadanía! Están en nuestras constituciones y son, en el caso de la Constitución española, los propios de nuestra forma estatal; y están en el Derecho originario europeo (véanse al respecto el Tratado de la UE y la Carta de los Derechos Fundamentales de la Unión, activamente defendida en sede jurisdiccional). Esos son nuestros valores. En cuanto al sujeto político del que dimanan, está en proceso de construcción. Y esta concluirá cuando tenga lugar el traspaso definitivo de la soberanía estatal a la UE, o sea, cuando la reforma de los Tratados ya no precise de la unanimidad de los Estados miembros. En ese momento, haya o no un documento llamado "Constitución europea", existirá un nuevo sujeto político y se habrá extinguido el anterior.