Opinión | MIEL, LIMÓN & VINAGRE

Evo Morales, Bolivia sienta como un tiro

El magnicidio desafinado contra Evo Morales recuerda al rasguño en la oreja sufrido por Donald Trump, y no sería el último emparejamiento entre ambos

Evo Morales

Evo Morales / EPE

Un complot internacional ha pugnado hasta el último momento para que Evo Morales no apareciera en esta sección. La frustración de los conspiradores, ante la proximidad del perfil inevitable, les llevó a atentar el pasado fin de semana con arma de fuego contra el expresidente boliviano. Si conseguían matarlo, no podría aparecer en un álbum que se dedica exclusivamente a seres vivos. Erraron la puntería, y aquí nos encontramos.

El magnicidio desafinado contra Evo Morales recuerda al rasguño en la oreja sufrido por Donald Trump, y no sería el último emparejamiento entre ambos. Claro que el herido en el atentado sudamericano fue el chófer del expresidente, otra prerrogativa imperial. Después de contemplar el vídeo con la reiteración suficiente para descartar una simulación, queda claro que Bolivia le sienta como un tiro a este "intento de dictador socialista», según lo bautizó Javier Milei antes de retirarle el status de refugiado en Argentina.

Morales fue tiroteado al salir de su madriguera en un país de por sí escondido.  No quiere liquidarlo su sucesor, sino su delfín Luis Arce, otro clásico de la política imperial. Quienes no estamos amenazados de expulsión de la ceremonia inaugural de Claudia Sheinbaum, podemos concluir que todos los gobernantes latinoamericanos acaban habitando una novela de Gabriel García Márquez. El otoño patriarcal no haría excepciones con el expresidente empeñado en ser un comandante Ortega de segunda división, o un comandante Maduro de tercera.

Después de la balacera, Evo Morales puede cantar a Nicolás Guillén con la voz aguardentosa de Paco Ibáñez. "Soldadito de Bolivia, soldadito boliviano / armado vas de tu rifle, que es un rifle americano". Las armas apuntan habitualmente hacia la izquierda, aunque el expresidente boliviano acredita una voluntad de permanencia en la estirpe de Mobutu, cuando se vanagloriaba de que "nunca seré conocido como expresidente de Zaire".

Siempre trabajó su imagen de jersei grueso como si fuera el primer hombre. Adán era Evo, antes muerto que despojado de la presidencia, aunque la metáfora se ha quedado demasiado literal tras el incidente en la carretera. De tiro a tirano, es injusto conceder a los aprendices de déspota la eximente de la locura, esa prerrogativa de los pecadores de Sumar.

Morales accedió a la presidencia boliviana superando la mitad de los votos, un marcador que le envidian hoy Trump y Kamala. Pronto retorció la Constitución para autoconcederse el trámite de la eternidad, comprimida en su caso en trece años. No asentó su filosofía sobre los indígenas porque era fácil elevar su nivel de vida, sino porque creyó que era más sencillo mentirles.

Conocí a Evo Morales en el ministerio de Asuntos Exteriores de Miguel Ángel Moratinos, donde el presidente de Bolivia había llegado en visita oficial en el 2006 inaugural, en mi caso aguardaba al ministro para una entrevista. Todavía me persigue la imagen de un lobo con lana de cordero rodeado de trajes fúnebres con burócrata dentro, en el sentido inexcusable de que el número uno se hallaba bajo vigilancia de la ortodoxia del "sí, presidente". Aquel día, el gobernante que hoy se cree eterno todavía no se sentía indispensable, mostraba una inocencia reconcentrada y un desprecio manifiesto a sus catedráticos. Era reseco, asomaba modales bruscos. Pronto comprendería que el poder no tiene más secretos que conservarlo a toda costa.

En el lenguaje clásico, los Morales/Correa/Chávez se encumbraron con la idea de desafiar al gran capital, pero acabaron de imitadores del presidente Trump. Tiemblen al pensar en un Che Guevara maduro, contando batallitas en Las Vegas. En las entrevistas que hoy concede con el cabello tintado y el rostro arrugado como si fuera una papaya (si yo acertara a distinguir una papaya de una chirimoya), el expresidente boliviano tiroteado le carga las culpas de su desgracia a Estados Unidos. Como si Washington no tuviera problemas de mayor envergadura, o como si su confusión actual permitiera a Joe Biden distinguir entre Bolivia y Colombia. Además de que Morales trabaja para Elon Musk como escribano de X.

Todo gobernante que se jubila más rico de lo que empezó es un ladrón, por mucho que esta regla también se aplique a los fundadores de la democracia española. Para desembarazarse del engorroso Evo, las autoridades bolivianas le atribuyen relaciones embarazosas y embarazadas con una menor, en lugar de cargar contra el habitual enriquecimiento.

Caerá, y debe quedar claro que en lo anterior no hay un doble sentido respecto a la peripecia equinoccial del conquistador Íñigo Errejón.